Johanna Broda
Los mexicas son el único pueblo del Posclásico mesoamericano del que contamos con fuentes que describen detalladamente las fiestas dedicadas a los dioses de la lluvia. Estas fiestas se vinculaban con los ciclos del tiempo y del clima, el culto a los cerros y el ciclo agrícola. Mediante el ritual el hombre trataba de influir sobre el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza para hacerlas propicias.
El Posclásico de Mesoamérica fue un mundo complejo, presidido por la interacción de pueblos, migraciones, guerras y luchas por el poder. Esta sociedad era el producto de un proceso histórico de más de dos milenios que generó formaciones sociales estratificadas y los primeros estados mesoamericanos. En el Centro de México el Estado teotihuacano dejó su huella en aspectos socioeconómicos, políticos y religiosos de las sociedades que sucedieron a la gran metrópoli, aspectos que fueron reinterpretados posteriormente por los toltecas, los tolteca-chichimecas y los pueblos nahuas que dominaron el escenario político del Posclásico.
Los mexicas que construyeron su Estado a partir de Tenochtitlan, su capital, entre los siglos XIV y XVI, heredaron estas complejas tradiciones históricas. En su centro simbólico del Templo Mayor, el dios de la lluvia, Tláloc, era la principal deidad, venerada al lado de Huitzilopochtli. Este culto tiene antecedentes en Tula y Teotihuacan, y aun en los arcaicos relieves en roca del santuario de Chalcatzingo, que pertenece al horizonte olmeca del Altiplano Central.
Por otra parte, los mexicas son el único pueblo del que disponemos, gracias a la labor de los cronistas españoles del siglo XVI, de detalladas descripciones del ciclo anual de fiestas. Entre éstas destacan los textos de fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán. Sus descripciones pueden ser completadas por imágenes de algunos códices, como el Borbónico, o los Primeros Memoriales de Sahagún, fuentes invaluables que escaparon a la destrucción iconoclasta de los conquistadores. En otros pocos códices prehispánicos del Altiplano Central o de Oaxaca que sobrevivieron al cataclismo de la conquista, no existe lamentablemente ningún registro comparable al caso mexica. Por lo tanto, en este breve ensayo nos basamos en el material mexica y en la interpretación de esas fiestas que he elaborado a lo largo de muchos años (Broda, 1971, 1987, 2001, 2004).
El ritual y las fuerzas de la naturaleza
El estudio del ritual nos permite acercarnos a la compleja cosmovisión de la sociedad prehispánica, en la que el hombre trataba de influir ritualmente en el equilibrio de las fuerzas de la naturaleza para hacerlas propicias.
Las fiestas aztecas eran representaciones dramáticas de un enorme poder sugestivo, bajo cuyo encanto actuaban sacerdotes, espectadores y víctimas. Este efecto dramático hace comprensible los ritos sangrientos que formaban una parte central del culto. Las víctimas no se sacrificaban simplemente a los dioses, sino que eran la representación viva de éstos, de manera que los dioses mismos eran sacrificados en el ritual. Por medio de su sacrificio se querían provocar los fenómenos que regían o personificaban aquéllos. Los sacrificios humanos no fueron nunca actos de devoción, sino que se les atribuía una fuerza causal que debía producir los efectos deseados; estaban basados en el principio mágico del do ut des (“doy para que des”).
Broda, Johanna, “Las fiestas del Posclásico a los dioses de la lluvia”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 26-29.
• Johanna Broda. Doctora en etnología, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y profesora de posgrado en la UNAM y la ENAH. Especialista en calendarios, ritual y cosmovisión mexicas, particularmente del culto de los dioses de la lluvia y de los cerros.
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