Llega Cristo al nuevo mundo

Alfredo López Austin

Cada creyente estima que su creencia es la única verdadera. Convencidos de la propia, los primeros frailes que arribaron a estas tierras creyeron que su verdad, por su calidad intrínseca, sería aceptada pronto y plenamente por los indígenas. Los indígenas, por su parte, habían construido sus concepciones del cosmos, su religión, su ética y sus mitos con la lógica de otra historia, fruto de antiquísimas formas de enfrentarse al mundo. Tenían, también, sus propias verdades. Pocos años bastaron para que los evangelizadores se estrellaran con aquella realidad, y la decepción sufrida quedó registrada en las fuentes documentales junto con sus inculpaciones al Demonio y a la tozudez indígena como causas de su fracaso evangélico.

Aquel choque, sin embargo, no fue algo homogéneo. Por parte de los indígenas hubo rechazo abierto, aceptación sumisa, recepción forzada, planteamiento crítico, ficción de conformidad, admisión fanática del credo extraño, malinterpretación, doble creencia o doble culto, adhesión por conveniencia, reincidencia en la fe de origen, en fin, toda la gama de las actitudes que se producen cuando una forma de existir se resquebraja bajo el peso de un cambio monumental, de la invasión de un mundo ajeno. En todo caso fue la difícil transformación en todos los ámbitos del pensamiento y la acción. Y el proceso de ajuste se vive penosamente hasta el presente.

Como todo otro ámbito, el del mito fue profundamente afectado. Como en todo otro ámbito, la problemática y las respuestas fueron variadas. Elijamos, entre los muchos aspectos del cambio, un caso particular de aceptación de un personaje ajeno, poseedor de una biografía poderosa. Su adopción tuvo entre sus razones favorables la similitud de rasgos fundamentales a los de un personaje sagrado indígena. Jesús es presentado por los evangelizadores como el Rey del Mundo; su poder es el de la luz; nace gracias a una concepción milagrosa; hace prodigios; muere en bien de las criaturas; resucita tras visitar la Región de la Muerte; se eleva para gobernar desde el Cielo. La comparación hizo clara la interpretación a los indígenas: Jesús era el Sol. Los evangelizadores contaban de él historias desconocidas. Estas historias debían ser agregadas a las aventuras que los antepasados habían contado una y otra vez en estas tierras.

Imagen: Izquierda: Una de las vías primeras de evangelización de la Nueva España fue la conversión de los gobernantes indígenas. El bautizo de los señores de Tlaxcala, pintura anónima, templo de San Francisco de Tlaxcala (siglo XVIII). Fray Bartolomé de Olmedo aparece bautizando y Cortés como padrino. Digitalización: Raíces. Derecha:

Cristo fue identificado por los indígenas como el Sol. Pintura mural del templo y ex convento de San Andrés, fundado por los agustinos en 1540, en Epazoyucan, Hidalgo. Foto: © Pedro López.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

López Austin, Alfredo, “Llega Cristo al nuevo mundo”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 92, pp. 34-38.