El estudio del politeísmo mexica a partir de la iconografía contribuye a un mejor conocimiento tanto de la estructura y el funcionamiento de la cosmovisión como de la organización social y política de ese pueblo.
Los primeros cronistas españoles se asombraron con la enorme cantidad de dioses venerados por los antiguos mexicanos, ¡no menos de 2 000 deidades según Francisco López de Gómara! Al mismo tiempo no dejaron de reconocer –fray Bartolomé de las Casas, por ejemplo– el parecido entre esta proliferación de dioses y el politeísmo de los antiguos egipcios, griegos y romanos, entre otros pueblos. De hecho ha sido muy difícil para el pensamiento occidental –en el que predominan los conceptos de un Dios único y de una sola verdadera fe– concebir el politeísmo de sociedades ajenas: se le consideró a menudo una forma “primitiva” de religión, cuya evolución hacia el monoteísmo era inevitable; o bien, a la inversa, el resultado de la “degeneración” de un supuesto “monoteísmo original”. Es decir, se analizó la pluralidad de dioses tomando el monoteísmo como base de reflexión, según una lógica etnocentrista y evolucionista que perduró hasta el siglo XX.
Entre los pioneros en el estudio de los sistemas politeístas destaca Georges Dumézil, quien analizó los panteones de los antiguos indoeuropeos según un modelo tripartita que estructuraba la ideología y la sociedad de esos pueblos. En cuanto a las múltiples deidades mesoamericanas, autores como Eduard Seler, Hermann Beyer, Alfonso Caso, Paul Kirchhoff y otros más, se dieron a la tarea de identificarlas y clasificarlas, tomando en cuenta sus nombres y atavíos, sus vínculos con el calendario y su asociación con los astros. Por su parte, Luis Reyes García, Pedro Carrasco y Alfredo López Austin analizaron a los dioses en sus contextos sociales y políticos, destacando su papel como “patronos” de gremios, grupos étnicos y entidades políticas. Sobre el panteón mexica, cabe mencionar la clasificación propuesta por Henry B. Nicholson, quien agrupó a los dioses en tres grandes grupos: 1) deidades celestes creadoras; 2) deidades agrícolas de la lluvia y de la fertilidad; 3) deidades de la guerra y del sacrificio, cada grupo compuesto por diferentes “complejos” presididos por importantes dioses (Ometéotl, Tezcatlipoca, Xiuhtecuhtli, Tláloc, etcétera). Más allá de estas clasificaciones, Michel Graulich evidenció el carácter dinámico de las deidades –que se transforman según diversos ciclos temporales y míticos–, mientras que Alfredo López Austin analizó los procesos de “fusión” y “fisión” de los dioses –es decir, cuando un conjunto de dioses aparece también como una sola deidad y cuando una deidad se divide en distintos dioses que corresponden a varios de sus aspectos–, así como los nexos entre iconografía, mitos y organización política.
Identificar a los dioses: nombres y atavíos
En manuscritos realizados poco después de la conquista, como el Códice Tudela, el Códice Telleriano-Remensis o los Primeros Memoriales de fray Bernardino de Sahagún y sus informantes indígenas, se combinan representaciones de deidades copiadas o inspiradas en códices prehispánicos con glosas en español o en náhuatl que explican esas imágenes. Fueron de gran ayuda para los especialistas que intentaron identificar a las múltiples deidades plasmadas en estatuas, pinturas murales, bajorrelieves y manuscritos pictográficos. Cabe señalar que todos y cada uno de los elementos iconográficos que componen las complejas figuras divinas son significativos: peinados, tocados, pintura facial y corporal, orejeras, narigueras, diversas prendas de vestir, tipo de sandalias, objetos que portan, etcétera.
El cabello enmarañado caracteriza a la deidad de la tierra, Tlaltecuhtli, y al dios del inframundo, Mictlantecuhtli; las rayas verticales blancas y rojas sobre el cuerpo son propias de Mixcóatl, dios de la cacería, y de Tlahuizcalpantecuhtli, dios del planeta Venus; Huitzilopochtli y Tezcatlipoca ostentan una flecha como nariguera; la diosa Xochiquétzal hace gala de un magnífico quechquémitl, en tanto que Xipe-Tótec reviste la piel de un desollado. Estos atavíos constituyen un verdadero lenguaje visual que transmite una gran cantidad de información, tanto sobre la identidad de las deidades como sobre sus distintos ámbitos de acción y dominio.
En general, los dioses se representan con elementos que significan o aluden a sus nombres o dominio principal, identificándolos de manera patente: un medio Sol en la espalda de Tonatiuh, el dios del astro diurno; alas de mariposas rematadas por cuchillos para la diosa Itzpapálotl, “mariposa de obsidiana”; espejo de obsidiana con volutas en lugar del pie de Tezcatlipoca, “espejo humeante”; yelmo de colibrí para el dios mexica Huitzilopochtli, “colibrí izquierdo”; etcétera. Aunque en teoría se puede establecer una lista de elementos característicos de cada dios, y es cierto que predominan en su iconografía, en realidad ninguno de esos elementos es exclusivo de una sola deidad: Tláloc, dios de la tierra y de la lluvia, puede cargar también un medio Sol; Tlahuizcalpantecuhtli aparece con un espejo en lugar de pie en el Códice Laud, y Quetzalcóatl ostenta un disfraz de colibrí en el Códice Borgia.
De ahí la necesidad –además del proceso previo de identificación de los atavíos– de analizar cada representación en su contexto, lo que supone revisar desde su situación espacio-temporal, su papel mítico y ritual, y sus nexos con la sociedad.
Olivier, Guilhem, “Los ‘2000 dioses’ de los mexicas. Politeísmo, iconografía y cosmovisión”, Arqueología Mexicana núm. 91, pp. 44-49.
• Guilhem Olivier. Doctor en historia. Investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
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