Los espejos y el mercado

Leonardo López Luján, Bertina Olmedo

Los monolitos del mercado y el glifo tianquiztli

Es significativo que el glifo tianquiztli también fuera usado antiguamente en calidad de tezcacuitlapilli u ornamento especular que portaban los militares y las divinidades guerreras en la base de la espalda. Así lo vemos en la Sala Mexica: en el famoso monolito de Texcoco que, según los especialistas, representaría a Tonatiuh o a Coyolxauhqui (mna, inv. 10-1142), y en la escultura central del conjunto de cinco guerreros neo-toltecas descubierto durante la construcción del Pasaje Catedral en la ciudad de México (mna, inv. 10-48555). Esto va en consonancia con el sentido simbólico de “centralidad” propio de este glifo. Recordemos que los pochtecah, al igual que los embajadores y los guerreros, viajaban continuamente del centro a la periferia y viceversa. Dejaban sus casas y su comunidad –un lugar civilizado, ordenado, seguro, armónico, central– para aventurarse en el monte, es decir, en la naturaleza salvaje, desordenada, peligrosa, caótica y periférica. Arriesgaban sus vidas para traer de vuelta al mercado –ubicado en el axis mundi marcado por el pochote o la ceiba– los bienes exóticos y las noticias de regiones lejanas.

Los monolitos del mercado

A partir de esta identificación, cabría preguntarse cuál era la función del Disco de Chalco y de los tres fragmentos escultóricos aquí analizados. La clave se encuentra en la Historia… de fray Diego Durán, en la que se dedica un capítulo íntegro al tema del mercado y de los esclavos que ahí se vendían (“Ritos”, cap. XX). Dicha sección se enriquece con una peculiar imagen del glifo tianquiztli: un gran círculo rojo que contiene en su interior una escena comercial compuesta por cuatro vendedoras sentadas frente a su mercancía –incluidos dos esclavos de collera– y tres compradores de pie. El texto de Durán define a los mercados de las grandes ciudades como espacios “cerrados de unos paredones y siempre fronteros de los templos de los dioses o a un lado…” Dependiendo de su importancia, los mercados abrían sus puertas ya diariamente, ya en solo uno de los cinco días de la “semana”, dándose cita “gran concurso de gente”, entre ella “muchos y muchas que no hacen otra cosa sino pasearse y andar mirando, la boca abierta, de un cabo para otro con el mayor contento del mundo…” El dominico aclara que, aunque se vendían todos los productos imaginables organizados por género, había especialidades en cada ciudad. Por ejemplo, los mercados de Azcapotzalco e Izúcar se distinguían por el negocio de esclavos; el de Cholula por las joyas de piedra y las plumas preciosas; el de Texcoco por la ropa y la loza, y el de Acolman por los perros.

 

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor.

Bertina Olmedo Vera. Arqueóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y curadora de la Sala Mexica del MNA.

López Luján, Leonardo, y Bertina Olmedo “Los monolitos del mercado y el glifo tianquiztli”, Arqueología Mexicana. núm. 101, pp. 18-21.

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