Las pinturas de Cacaxtla. Tradición y cambio
El trabajo arqueológico en el sitio de Cacaxtla testimonia una larga secuencia cultural que se remonta a los inicios de la agricultura y desemboca en los tiempos históricos. El ámbito natural de su emplazamiento, en la planicie poblano-tlaxcalteca, contó con fértiles suelos regados por el río Atoyac, el cual, al desbordarse periódicamente, creaba ciénegas propicias para una agricultura intensiva suficiente para sostener a una amplia población campesina. Los montes aledaños la proveían de diversos manantiales y de una rica zona boscosa que, junto con la de la vecina Laguna del Rosario –hoy extinta–, complementaban los medios de subsistencia de sus habitantes.
Al ocupar una posición estratégica entre el Altiplano de México y la costa del Golfo, hubo épocas en las que Cacaxtla mantuvo estrechos vínculos con esas regiones, asimilando de ellas elementos que enriquecieron y conformaron la cultura local, no tanto en las formas de vida de las bases campesinas, como en las de la elite gobernante.
Durante este extenso periodo cultural, que va de 700 a 900 d.C., aparecieron en el sitio –entre otros rasgos importantes– las pinturas que cubren los muros de los edificios; éstas constituyen, sin duda, el elemento más impactante que ofrece Cacaxtla.
Sonia Lombardo de Ruiz (1936-2014). Fue doctora en historia. Investigadora hemérita de la Dirección de Estudios Históricos del INAH.
Lombardo de Ruiz, Sonia, “Las pinturas de Cacaxtla. Tradición y cambio”, Arqueología Mexicana, núm.13, pp. 31-36.
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