Ochpaniztli era una fiesta de renovación, de principio y de siembras. Estaba dedicada sobre todo a tres diosas: a la tierra, Toci, Nuestra Abuela; al maíz, representado por Chicomecóatl, 7 Serpiente, que es más bien la diosa que preside la germinación del cereal, y finalmente al agua, como Atlan Tonan, Nuestra Madre en el Agua. Las parteras y las curanderas compraban tres o más mujeres esclavas para que representaran a estas tres diosas. No pasaba nada durante los cinco primeros días, todo estaba “silencioso y desierto”. Luego, durante ocho días se bailaba sin hacer ruido, solamente se meneaban las manos. Del decimocuarto al decimoséptimo día, las curanderas o las parteras (titici) y algunas prostitutas realizaban batallas fingidas para distraer y “alegrar” a la esclava que personificaba a Toci. En la noche del decimoctavo día, Toci llegaba al mercado con su séquito de parteras y esparcía en el suelo harina de maíz frente a las esclavas que representan a Chicomecóatl. Luego, Toci era conducida hacia su templo. Se le decía que debía alegrarse, pues el rey pasaría la noche con ella. A medianoche, en el silencio total, “como si la tierra estuviera muerta”, un sacerdote cargaba a Toci sobre sus espaldas y otro sacrificador le cortaba la cabeza. Enseguida se desollaba a la representante de la diosa y un sacerdote alto y fornido revestía su piel para representar de nuevo a Toci, pero ahora a Toci muerta y resucitada, regenerada, revitalizada.
Se llevaba un pedazo de la piel del muslo de la diosa (metztli, palabra que designa también a la Luna con sus connotaciones de fertilidad femenina) a un representante del dios del maíz, que lo usaba como máscara. Luego, la “nueva” Toci descendía por las gradas del templo, flanqueada por sacerdotes y huastecos, un pueblo cuyos varones tenían fama de ser muy potentes sexualmente. De hecho, en el Códice Borbónico son representados con impresionantes falos postizos. Armados con escobas ensangrentadas, Toci y sus acompañantes peleaban contra nobles y guerreros que, derrotados, huían. Toci se colocaba entonces, brazos y piernas abiertos, frente a la gran pirámide de Huitzilopochtli. Cintéotl-Itztlacoliuhqui, el dios del maíz, aparecía en ese momento con la máscara de piel del muslo de Toci y se colocaba al lado de su madre.
Michel Graulich. Doctor en filosofía y letras por la Universidad Libre de Bruselas; profesor de arte y arqueología de Mesoamérica en la misma universidad. Autor de varios libros sobre esos temas.
Tomado de Michel Graulich, “Ochpaniztli. La fiesta de las siembras de los antiguos mexicanos”, Arqueología Mexicana, núm. 91, pp. 50-56.
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