Esta etapa se caracteriza por el establecimiento de poblaciones sedentarias organizadas en aldeas, cuya principal fuente de subsistencia era la agricultura, y porque se empezó a usar la cerámica, tanto para hacer vasijas como figurillas. Hacia el final del periodo comenzaron a aparecer evidencias de diferenciación social.
Desarrollo histórico
Transcurría el año 2500 antes de Cristo… Para entonces, el territorio de lo que hoy es México habría estado habitado por muchos milenios –diez con toda seguridad, y probablemente treinta o más. Durante este largo periodo, quienes habitaban México, que eran aún muy pocos, habrían logrado conocer los variados recursos alimenticios que las diversas regiones del territorio podían proporcionar y habrían aprendido a obtener y utilizar una gran diversidad de plantas y animales. También habrían podido adaptarse a los cambios en la abundancia y distribución de éstos, consecuencia de las rápidas variaciones en el clima que tuvieron lugar en la transición del Pleistoceno al Holoceno o Reciente, hace unos 10 000 años.
Al terminar la etapa de cambios climáticos, hacia 7000 a.C., la distribución de la flora y la fauna se acercó a la distribución actual. Quienes ocuparon las regiones áridas y semiáridas pasaron a depender principalmente de la recolección, sobre todo de semillas, la cual se complementaba con la caza menor, y, en lugares propicios, con la pesca y la recolección de animales acuáticos, sobre todo moluscos. Las herramientas de piedra tallada eran relativamente estandarizadas e incluían gran variedad de puntas de proyectil. En esta etapa se adoptó también el pulido de la piedra y las herramientas hechas de esta manera se utilizaron, unas, para el trabajo de la madera (hachas y azuelas), y otras, para la molienda, sobre todo de semillas. También provienen de esta época los vestigios más antiguos con los que contamos de redes, cestería y cordelería. Sin embargo, por estar hechos con materiales de origen orgánico, estos objetos son de difícil conservación, por lo que pudieron haber sido conocidos desde etapas anteriores. También de esta época proceden las evidencias de ceremonialismo, consistentes en objetos no utilitarios y en numerosas pinturas y petroglifos ejecutados sobre piedras y paredes rocosas.
Estas poblaciones estaban constituidas, al parecer, por familias extensas que se mantenían unidas durante la época de lluvias –en la cual los alimentos eran más abundantes– y se dispersaban en grupos más pequeños en la época de secas, en la que los alimentos escaseaban. Desarrollaron también un patrón de nomadismo cíclico, que les permitía aprovechar sucesivamente, a lo largo del año, los distintos recursos estacionales de que podía disponerse en las diversas partes del territorio que recorrían.
Hacia 5000 a.C. se comenzaron a desarrollar dos tradiciones culturales: la de la sierra de Tamaulipas y la del México central, que incluye los Valles Centrales de Oaxaca, en las que, como complemento de la recolección y de la caza, se inició la domesticación de las plantas que constituirían la base de la agricultura mesoamericana. Al parecer, algunas de las plantas que se recolectaron fueron inicialmente protegidas y, después, cultivadas. Transcurrió entonces un largo periodo durante el cual se desarrollaron variedades más productivas y, también, otras que pudieron cultivarse en regiones con características ambientales distintas de las prevalecientes en la región de origen de la especie silvestre. Paralelamente, se fueron desarrollando las técnicas que permitieron una agricultura más confiable, con lo cual ésta fue tomando una importancia cada vez mayor entre las fuentes de subsistencia, hasta que, a partir del año 2500 a.C., fecha de inicio del Preclásico Temprano, la agricultura se convirtió en la fuente principal de alimentos y los cultivadores abandonaron la vida nómada, para volverse sedentarios. Cabe mencionar que en algunas regiones especialmente favorecidas, como las costas de los mares tropicales y las riberas de los grandes lagos del Centro de México, en las que podía obtenerse alimento a distancias cortas durante todo el año mediante la recolección y la caza, pudieron establecerse poblaciones sedentarias para las que la agricultura era una fuente más de subsistencia.
Como hemos mencionado, la transición hacia un sedentarismo agrícola ocurrió en dos regiones: la sierra de Tamaulipas y el México central, para las que contamos con evidencias arqueológicas del proceso de domesticación. Se han propuesto otros dos centros de domesticación, a partir de evidencias botánicas. Uno de ellos es la cuenca del río Balsas, en la que se encuentra el mayor número de variedades de maíz; el otro es el occidente de Jalisco, en el que, además de teosintle (Zea mexicana), que se considera el ancestro silvestre del maíz, crece otra especie del mismo género, Zea diploperennis.
Aldeas tempranas
Durante el Preclásico Temprano las poblaciones eran igualitarias y continuaban agrupadas en familias extensas. Habitaban en pequeñas aldeas, formadas por unas cuantas casas (cinco a diez), distribuidas sin un patrón definido cerca de los campos de cultivo, los que a su vez se establecían en las tierras de mejor calidad, sobre todo aquellas situadas en las planicies aluviales de los ríos o en las riberas de los lagos.
Las casas eran semejantes entre sí, de acuerdo con el carácter igualitario de los habitantes, pero su forma variaba de una región a otra. Así, en el valle de Tehuacán se ha excavado una casa de planta oval, semisubterránea, mientras que en el valle de Oaxaca eran rectangulares, de bajareque con techos de palma, y en las costas del Pacífico de Chiapas y Guatemala eran pequeñas casas de palma. Cerca de las casas se encontraban varios pozos que se usaban como almacenes. Los muertos se enterraban bajo los pisos de las casas, cerca de ellas o incluso en los pozos de almacenamiento abandonados.
Cada aldea era básicamente autosuficiente, aunque mantenía relaciones de intercambio con otros pobladores, lo que les permitía el acceso a materiales importados, a veces traídos desde lugares lejanos.
Al principio del Preclásico Temprano las aldeas eran semejantes en tamaño y en el número de casas que las formaban, y eran muy poco numerosas. Así, se ha estimado que la Cuenca de México contaba con unos 4 500 habitantes distribuidos en unas cuantas decenas de aldeas; en el valle de Oaxaca existía una veintena de ellas. A medida que avanzaba el tiempo, esta situación se fue modificando. Se estableció una diferenciación en el tamaño de las aldeas, y apareció en cada región una o unas pocas aldeas de mayor tamaño y rodeadas de varias aldeas más pequeñas. Durante el periodo comprendido entre 1400 a.C. y el final del Preclásico Temprano, los Valles Centrales de Oaxaca contaban con 18 aldeas pequeñas y con otra de mucho mayor tamaño: San José Mogote.
Junto a esta diferenciación en el tamaño de las aldeas, ocurrió también un cambio en la estructura de éstas, pues las casas empezaron a ser de distintas dimensiones y en las aldeas mayores comenzaron a aparecer construcciones cuya función no era la de habitación. En Paso de la Amada, una aldea grande de la costa de Chiapas, se construyeron sucesivamente en el mismo lugar ocho residencias de planta oval sobre una plataforma que medía 22 x 12 m, la cual se cree que era la casa del jefe del poblado, quien la heredaba a su sucesor. También en San José Mogote se han encontrado construcciones hechas sobre plataformas rectangulares recubiertas de estuco, al igual que las paredes interiores y exteriores. Se accedía a ellas mediante escaleras incluidas en la plataforma, y en el piso había una excavación que se llenaba con cal pulverizada. Se cree que estas construcciones se utilizaban para que sociedades de iniciados masculinos realizaran sus ceremonias en ellas.
Cerámica
El barro cocido se empezó a usar en el Preclásico Temprano, tanto para hacer vasijas como para fabricar figurillas. Aunque la cerámica se considera como un indicador de la existencia de poblaciones sedentarias, no hay una relación funcional entre la manufactura de cerámica, el sedentarismo y la agricultura. Sin embargo, la fragilidad y el peso de las vasijas de barro las hace inapropiadas para poblaciones nómadas, por lo que la cerámica empieza a manufacturarse usualmente entre poblaciones que son ya sedentarias.
La cerámica es uno de los materiales más abundantes en los sitios arqueológicos. Aunque frágil, sus fragmentos se conservan bien, y de ellos pueden deducirse las formas, acabados y decoración de las vasijas originales. Las formas obedecen más a las funciones de las vasijas y, por lo tanto, cambian más lentamente a través del tiempo, mientras que los acabados y decoraciones obedecen más a criterios estilísticos y cambian más rápidamente, a veces como resultado de desarrollos propios, otras como consecuencia de la adopción de rasgos de la cerámica de otros pueblos con quienes los fabricantes estaban en contacto. Es por eso que la cerámica se ha usado como herramienta de carácter cronológico y como indicador de afiliación cultural.
El objeto de barro más antiguo que conocemos es una figurilla antropomorfa de cuerpo cilíndrico, sin brazos, sin boca, con los ojos indicados por punzonados dobles colocados verticalmente. Proviene de Tlapacoya, estado de México, y está fechada en 2300 a.C.
De fecha semejante es la cerámica Pox de Puerto Marqués, Guerrero, que recibe ese nombre como resultado de depresiones en su superficie que recuerdan marcas de viruela. Por esa misma época aparece en el valle de Tehuacán, Puebla, una cerámica semejante, la Purrón, de color de beige a café, no decorada, cuyas formas son cajetes hemisféricos, tecomates y ollas globulares con cuello. También en el valle de Oaxaca, la primera cerámica que aparece algo después, hacia 1900 a.C., es parecida y corresponde al complejo Espiridión. Muy al norte, la primera cerámica surge más tarde: se trata de la cerámica Capacha de Jalisco y Colima, de hacia 1750 a.C., cuyas formas más típicas son tecomates monocromos decorados mediante incisión y punzonado.
Hacia el este del istmo de Tehuantepec las cerámicas tempranas son diferentes de las anteriores y son mucho más elaboradas. Estas cerámicas, que corresponden a la fase Barra (1600-1400 a.C.) de las costas del Pacífico de Chiapas y Guatemala, incluyen sobre todo tecomates y ollas de fondo plano, sin cuello o con un cuello corto, convergente, altamente pulidas y decoradas mediante acanaladuras verticales, diagonales o en espiral, así como con incisión y punzonado. Son usualmente de color rojo, naranja o crema, y las de tonos más claros suelen tener una banda roja en torno a la boca. Las cerámicas más tempranas de la Depresión Central de Chiapas –las de la fase Cotorra de Chiapa de Corzo (1400 a.C.) y las del sur de Veracruz y Tabasco (1500 a.C.)– se asemejan a las de la costa del Pacífico. Durante los dos últimos siglos del Preclásico Temprano (1400-1200 a.C.), el territorio de la futura Mesoamérica estuvo dividido, de acuerdo con la cerámica empleada, en la zona estilística Locona y la del estilo Rojo sobre Bayo.
La zona estilística Locona recibe su nombre del de la fase cerámica de la costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala que estaba presente en esa época. La cerámica Locona es, como la de la fase Barra, altamente pulida en colores rojo, naranja y crema; aunque el uso de la incisión y el punzonado se pierden, se conserva en cambio la decoración mediante bandas rojas. Las formas son también diferentes, pues las principales son ahora cazuelas con fondo plano y lados divergentes, cono sin soportes, grandes ollas sin cuello y con soportes, vasos cilíndricos de fondo plano y platos. Las primeras figurillas de barro corresponden también a esta etapa. En las figurillas femeninas, las mujeres aparecen de pie, desnudas, con brazos representados con muñones y piernas y pies simplificados. Las figurillas masculinas, en cambio, representan hombres viejos y obesos, sentados y parcialmente vestidos, y muchas de ellas llevan máscaras de animales y elaborados pectorales; se cree que representan jefes o chamanes.
Como ejemplo de las cerámicas del estilo Rojo sobre Bayo usaremos las de la fase Tierras Largas del valle de Oaxaca (1400-1150 a.C.). Los cajetes hemisféricos y ollas globulares con cuello divergente son las formas más comunes; en menor abundancia se encuentran tecomates y platos de fondo plano y paredes divergentes. Son de barro color bayo, pulidas, y la mayoría de los cajetes hemisféricos están decorados mediante bandas rojas en el borde, líneas rojas paralelas y líneas angulares. En los tecomates y platos de paredes divergentes se encuentran zonas con líneas en zigzag producidas por medio de los bordes ondulados de conchas. También a esta época pertenecen las primeras figurillas; las de Tehuacán son casi siempre femeninas, de pie y desnudas, con los ojos y la boca producidos mediante punzonado. Se encuentran cerámicas semejantes a las de la fase Tierras Largas también en la Cuenca de México, en el valle de Tehuacán, Puebla, en el de Nochistlán, en el norte de Oaxaca y en la cañada de Cuicatlán, también en Oaxaca.
Las primeras cerámicas que aparecieron en México son técnicamente elaboradas y carecen de antecedentes más sencillos. Por esta razón se cree que las técnicas de manufactura de cerámica se difundieron desde Sudamérica, donde una cerámica burda, mal cocida, sin decoración, procedente de Puerto Hormiga, Colombia, tiene fechas posiblemente anteriores a 3000 a.C. El Preclásico Temprano terminó hacia 1200 a.C., cuando el uso de la cerámica estaba ya bien establecido en varias de las regiones del territorio que luego ocuparía Mesoamérica y habían comenzado a aparecer los primeros indicios de diferenciación social, algunos de los cuales hemos mencionado, con lo que se dio paso al preclásico Medio.
Joaquín García-Bárcena(1935-2010). Arqueólogo por la ENAH e ingeniero químico por el Massachusetts Institute of Technology. Presidente del Consejo de Arqueología y del Consejo Nacional de Paleontología, ambos del INAH. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista, actividad que desempeñó desde la fundación de la revista y hasta pocos meses antes de su sensible fallecimiento.
García-Bárcena, Joaquín, “Tiempo mesoamericano II. Preclásico Temprano (2500 a.C.-1200 a.C.)”, Arqueología Mexicana, núm. 44, pp. 12-17.
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