Élodie Dupey García
De la misma manera que existían convenciones en Mesoamérica para representar cosas invisibles como los sonidos –los cuales, como es sabido, tomaban a menudo la forma de vírgulas–, ciertos elementos gráficos sirvieron para señalar la presencia, el origen y la naturaleza de los olores. En los códices del Posclásico Tardío y coloniales tempranos del Centro de México se encuentran dos grandes categorías de signos para transmitir información sobre el “olor”: la primera, las flores y sus partes constitutivas y, la segunda, los flujos, las volutas y las vírgulas, a veces con rasgos zoomorfos.
Innumerables son las escenas de los códices en las que flujos, volutas y vírgulas adornan los objetos que los antiguos mexicanos apreciaban por su olor, en especial las flores, verdaderos símbolos de lo aromático –como se verá a continuación– en el pensamiento prehispánico. Por consiguiente, es muy probable que estos flujos, volutas y vírgulas hayan representado el perfume floral, pues ¿qué más que sus efluvios puede emanar de la corola de las flores?
Los códices muestran asimismo flujos, vírgulas y volutas que emanan de ofrendas destinadas a los dioses, pues uno de los papeles principales del olor en las prácticas religiosas mesoamericanas era el de don dedicado a las deidades para obtener sus favores, agradecerles o alimentarles. Es por eso que dichos elementos gráficos aparecen encima de recipientes llenos de alimentos y bebidas, aunque también de corazones humanos, los cuales, al ser los contenedores de sangre por excelencia, constituían uno de los manjares favoritos de los dioses mesoamericanos, ávidos del líquido vital y de sus emanaciones olorosas: vapor de la sangre fresca y humo de la sangre quemada.
Vírgulas que sugerían el olor brotan también de un objeto particularmente apreciado por su perfume en la antigua Mesoamérica: la bola de hule, cuya combustión generaba un humo aromático que era el deleite de los dioses. En la lámina 29 del Códice Borgia, dos volutas surgen de la “boca” de una bola de hule antropomorfa con una espiral en su centro, la cual recuerda a las que decoran las bolas de hule en los códices mayas. Si bien este motivo alude a la manera en que tales objetos eran fabricados, pudo sugerir asimismo las emanaciones aromáticas que se escapaban cuando las bolas de hule eran sometidas a la acción del fuego.
Volutas zoomorfas: serpiente, jaguar y pluma de quetzal
Algunas de las vírgulas y volutas que indican lo aromático presentan rasgos zoomorfos, asemejándose a serpientes o a plumas de quetzal, mientras que otras ostentan los elementos gráficos típicos del jaguar. En el caso de las volutas cuyo diseño imita la piel de este felino, es posible que hayan representado los efluvios generados por las materias que se quemaban en honor a Tláloc, en especial el hule y las flores olorosas de la planta llamada pericón en español y yauhtli en náhuatl. Tláloc mantenía, en efecto, estrechos vínculos con el jaguar, mientras que bolsas hechas de piel de jaguar o de papel pintado con el motivo de la piel de jaguar eran usadas para transportar el yauhtli durante la gran fiesta del dios de la lluvia.
En otros contextos, las vírgulas que sirven para indicar olores adoptan más bien la forma de serpientes. Es el caso en la lámina 29 del Códice Laud, donde se ve una espina ensangrentada hincada en un atado de leña, del que se eleva una vírgula roja en forma de cola de serpiente. Esta parte del reptil bien pudo aludir al olor que despide la sangre al quemarse, porque las serpientes se asocian con frecuencia a las ofrendas aromáticas en los códices prehispánicos del Centro de México. Como ilustración de lo anterior, hay que mencionar la serpiente verde que asoma su cabeza fuera de la típica bolsa blanca utilizada para cargar materias odoríferas en el Códice Borbónico, así como la presencia de cuerpos completos o troncados de serpientes en imágenes que aluden a la combustión de bolas de hule y de manojos de vegetales.
Otro dato que refuerza el vínculo entre la serpiente y los efluvios destinados a los dioses es que varios de los sahumadores de barro pintados en los códices prehispánicos y en manuscritos coloniales rematan con cabezas de serpientes, al igual que algunos sahumadores descubiertos en contextos arqueológicos o mencionados en la literatura del siglo xvi. Esto se debe a que en el arte prehispánico, el cuerpo de la serpiente adopta a menudo la forma de una voluta, como sucede con las emanaciones olorosas y el aire que las transporta. Debe señalarse que esta convención gráfica se mantuvo hasta la época colonial en el convento agustino de Malinalco, estado de México; el perfume de las flores que decoran las bóvedas de la planta baja del claustro se representó mediante volutas que emergen de la vegetación, y algunas de ellas exhiben el característico diseño de la serpiente en la tradición pictórica del Centro de México en el Posclásico.
Finalmente, algunas de las bolas de hule pintadas en los códices están rematadas por vírgulas que por su matiz verde y su silueta ondulante se identifican con las plumas de la cola del quetzal. Ahora bien, si la pertenencia de la pluma caudal del quetzal al grupo de signos usados para denotar el aroma pudiera relacionarse con su morfología, también es probable que derivara del conocido significado de “precioso” que transmitía ese elemento gráfico. En efecto, la pluma de quetzal presentaba para los pintores de códices la ventaja de dar visibilidad al olor mediante una forma ondulante, a la vez que les permitía dar cuenta del gran valor que los antiguos mesoamericanos atribuían a las ofrendas odoríferas dirigidas a los dioses. Algo parecido sucedía con el recurso de la flor para remitir a lo aromático, pues, como veremos enseguida, además de simbolizar lo precioso en la cultura náhuatl prehispánica, el signo de la flor señalaba la presencia de toda clase de olores en los códices del México Central.
La flor
Las múltiples formas adoptadas por la flor conforman la segunda categoría de signos que transmitía la información del “olor” en los manuscritos prehispánicos y coloniales tempranos del Centro de México.
En los códices Borgia y Cospi, el perfume intenso que se desprende de las guirnaldas y coronas de flores se plasmó mediante el añadido de una o dos flores esquemáticas sobre estos adornos. De la misma manera, los flujos, las vírgulas y las volutas que se elevan encima de las ofrendas aromáticas destinadas a los dioses podían ser sustituidos por flores. Así, una o varias flores aparecen a veces coronando los platos llenos de comida y los recipientes que contienen bebidas como el cacao, así como rematando corazones, espinas y punzones ensangrentados. En los códices tampoco faltan las bolas de hule de las que surgen flores o vírgulas floridas, ni los braseros de los que escapan humos o llamas acompañados de flores, las cuales sugieren seguramente el buen olor que transmitían esos humos. De la misma manera, algunos contenedores de materias aromáticas, como las bolsas para llevar copal –cuyas imágenes traen a la mente los efluvios destinados a los dioses–, ostentan estos calificativos florales.
Como en el caso de las vírgulas en forma de pluma de quetzal, no se puede descartar que estas imágenes de flores hayan remitido a algo más que a olores. En especial, es posible que hayan simbolizado lo precioso, pues la flor encarnaba esta idea en varios aspectos de las culturas prehispánicas. Tomando en cuenta lo anterior, planteo que los pintores de manuscritos se valieron de la dimensión polisémica de la flor para sugerir simultáneamente lo precioso y lo aromático, pero también para subrayar el vínculo que, a sus ojos, existía entre ambas cualidades. Conviene insistir en el hecho de que las emanaciones odoríferas eran particularmente valoradas por ser una de las ofrendas preferidas de los dioses. Lo confirma que en algunos códices aparecen entidades zoomorfas bajando del cielo para respirar el aroma, representado por flores, que despiden los dones ofrendados.
Élodie Dupey García. Investigadora del iih de la unam. Es doctora en historia de las religiones por la École Pratique des Hautes Études de París. Se especializa en la historia cultural del México prehispánico, principalmente en temas del color y del olor en la cultura náhuatl.
Dupey García, Élodie, “De vírgulas, serpientes y flores. Iconografía del olor en los códices del Centro de México”, Arqueología Mexicana núm. 135, pp. 50-55.
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