Eduardo Matos Moctezuma
Los días 3 y 4 de febrero de 2016 se llevó a cabo en el Museo Nacional de Antropología el coloquio “Híbridos. El cuerpo como imaginario”, organizado por el INBA, el INAH y el Museo de Laussane, Suiza. Fui invitado para presentar la ponencia inaugural del evento, en la que abordé el tema acerca del hibridismo en Mesoamérica. Recordemos que, referido al ser humano, se entiende como híbrido a un personaje que se compone de una parte animal y otra humana. La mitología antigua occidental nos dice mucho sobre estos seres, como es el caso de los centauros (mitad caballo, mitad hombre); sirenas (mitad mujer, mitad pez); faunos (mitad hombre, mitad macho cabrío) y así podríamos mencionar muchos más.
Comencé diciendo que el primer hibridismo que se da en Mesoamérica según lo relatan antiguas narraciones fue aquella en que los dioses crearon al hombre del maíz. Tanto en el Popol Vuh como en la Leyenda de los soles se hace alusión a este acto creador de los dioses. Sin embargo, es en el ámbito de los dioses en donde podemos apreciar mayor presencia de estos casos de hibridismo. Para tal fin escogí como ejemplo cuatro deidades relevantes del panteón mesoamericano: Coatlicue, Tláloc, Cihuacóatl y el murciélago. Veamos las características de cada uno de ellos.
Gran Coatlicue, “la de la falda de serpientes”. Ciudad de México. MNA. Foto: Boris de Swan / Raíces
Coatlicue es una deidad singular. Es la madre creadora de dioses cuya falda de serpientes de cascabel la identifica. Su cuerpo antropomorfo deja ver que se trata de una figura femenina, pero de sus manos brotan cabezas de serpientes prestas a atacar y en el caso de las piernas éstas han sido mutiladas y se le implantaron patas de águila (López Luján, 2009). Decapitada, del cuello de la deidad surgen dos chorros de sangre a manera de serpientes que al encontrarse en lo alto dan la impresión de una enorme cabeza fantástica, conforme a la genial composición del artista anónimo que la elaboró. Recordemos que en el mundo prehispánico la serpiente reviste diversas características: se le identifica con la tierra, con los ríos y con aspectos fálicos y, por ende, con la fertilidad, entre otras connotaciones. Además, algunas especies del ofidio pueden provocar la muerte con su mordida. Por otro lado, el águila tiene una connotación celeste: es el ave que vuela más alto y se le relaciona con el sol; por lo tanto, la diosa es un híbrido entre cuerpo de mujer y la sangre transformada en serpientes, pues las patas son un añadido como quedó dicho aunque forman parte del todo.
Olla Tláloc. Templo Mayor de Tenochtitlan. Museo del Templo Mayor, Ciudad de México. Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces
Tláloc, por su parte, aparece en muchas ocasiones en forma de olla. En estos casos, es la matriz que contiene el líquido vital o el lugar donde se guardan los granos para sustentar al hombre. Pero el rostro del dios está compuesto fundamentalmente de la serpiente que forma la nariz y las anteojeras circulares. Su lengua bífida hace patente su relación con el ofidio. Con el tiempo, los círculos de los ojos y el apéndice nasal fueron perdiendo sus características animales para quedar como eso: simples círculos, en el caso de los primeros, y una nariz en forma de espiral.
Cihuacóatl. Templo Mayor de Tenochtitlan. Museo del Templo Mayor, Ciudad de México. Foto: Archivo de Eduardo Matos
La mujer-serpiente, o cihuacóatl en lengua náhuatl, es otro caso evidente. Tenemos varios ejemplos que han llegado hasta nosotros como la encontrada en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan. Se trata de una figura de piedra en donde el cuerpo del animal está presentado en espiral y remata en su parte superior con una cabeza humana. Hay otra en el Museo de Nacional de Antropología proveniente de Tláhuac, Ciudad de México, en que se ven las estrías del vientre y culmina con la cabeza humana que emerge, al igual que la otra, del interior del ofidio. Fray Bernardino de Sahagún dice acerca de esta deidad: “Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire; esta diosa se llama Cihuacóatl, que quiere decir mujer de la culebra; y también la llamaban Tonántzin, que quiere decir nuestra madre” (Sahagún, 1956, I, p. 46).
Algo importante que se desprende de lo anterior es la relación que hace el franciscano entre la mujer y la serpiente con el nombre de Tonantzin, lo que en la etapa colonial derivará, en parte, hacia el culto a la Virgen de Guadalupe. También se le relaciona con la leyenda de la Llorona.
Dios murciélago. Miraflores, Chalco, estado de México. Museo del Templo Mayor, Ciudad de México. Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces
Finalmente, tenemos la figura monumental hecha de barro del dios murciélago proveniente de Miraflores, Chalco, estado de México, que puede admirarse en el Museo del Templo Mayor. Sabemos que tanto entre los mayas como en los zapotecas de Oaxaca el culto al murciélago fue importante y se representó profusamente. Pero esta figura resulta realmente sorprendente. Vemos su cuerpo antropomorfo pintado de negro cuyas manos y pies corresponden a las garras del animal. La cabeza tiene las características del murciélago. La relevancia del animal es determinante y así lo señala un mito que dice que era hijo de Quetzalcóatl y que al morder el clítoris de la diosa Xochiquetzal provoca el sangrado que da paso a la menstruación y, por lo tanto, a los periodos de fertilidad. Tiene relación con el inframundo, la noche y la cueva, en la que por lo general habita.
Los anteriores ejemplos nos hablan de la manera en que algunas sociedades mesoamericanas concebían a sus dioses dotados de atributos tanto humanos como de diversos animales, según el carácter y función que desempeñaban dentro de sus respectivos panteones.
Matos Moctezuma, Eduardo, “¿Personajes híbridos en Mesoamérica?” Arqueología Mexicana núm. 139, pp. 86-87.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Para leer más…
López Luján, Leonardo, “Coatlicue”, en Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján, Escultura monumental mexica, Fundlocal/Fundación 2010/Conaculta/Secretaría de Cultura, México, 2009, pp. 115-230.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Vampiros en Mesoamérica”, en prensa.
Sahagún, fray Bernardino, Historia general de las cosas de Nueva España, tomo I, Editorial Porrúa, México, 1956.
Si desea adquirir un ejemplar: http://raices.com.mx/tienda/revistas-tlaxcala-AM139