Tajín es una de las zonas arqueológicas más relevantes de México. Lo sería tan sólo por la extraordinaria calidad de sus monumentos, que bien valen la visita, pero lo es además por su papel tan especial en el transcurso de la historia del área mesoamericana. En esta zona se encuentra uno de los acervos arquitectónicos más notables de la época prehispánica, conformado por numerosos basamentos, palacios, juegos de pelota, plataformas y templos, todos levantados y decorados en un estilo característico y en muchos sentidos único. Sin duda, el ejemplo más sobresaliente de ese legado lo constituye la Pirámide de los Nichos, emblemático edificio que se encuentra entre las construcciones mejor logradas de la época prehispánica. Otro aspecto que distingue a Tajín es la profusión de relieves, esculturas y pinturas murales que dan cuenta lo mismo de hechos históricos que de eventos míticos.
Buena parte de ellos pueden admirarse in situ y en el museo de sitio. Todo eso que ahora asombra al visitante es producto de décadas de investigaciones en el sitio, las que además de poner ese acervo a la disposición del público han permitido elucidar el desarrollo de la ciudad. El apogeo de Tajín comenzó en el Epiclásico (700-900 d.C.), cuando fue uno de los lugares que sacaron provecho del ocaso de Teotihuacan. En ese entonces, la ciudad llegó a cubrir un área de 1.5 km cuuadrados y a albergar una población de entre 15 000 y 20 000 habitantes. Naturalmente, un asentamiento de tales dimensiones debió ejercer su dominio sobre los sitios cercanos y controlar tanto las productivas tierras de la región como las rutas comerciales que iban de la costa del Golfo al Altiplano Central. Como otras ciudades de su época, Tajín sufrió una paulatina decadencia y fue abandonada hacia el Posclásico Temprano (900-1200 d.C.).
Tajín es una de las primeras zonas arqueológicas de las que los estudiosos de la Nueva España dieron noticia. Hace 230 años, a fines de marzo de 1785, don Diego Ruiz, mientras buscaba plantaciones clandestinas de tabaco en las inmediaciones de Papantla, se topó con la Pirámide los Nichos. La noticia del hallazgo se publicó en julio de ese mismo año en la Gazeta de México. A este primer encuentro con la ciudad, le siguieron las visitas de otros viajeros, artistas y estudiosos, como Guillermo Dupaix y Carl Nebel. (El interesado en los pormenores de esas primeras expediciones puede consultar el artículo de Leonardo López Luján en el núm. 89 de Arqueología Mexicana. Las ilustraciones que aparecen en las primeras páginas de la sección que abre esta edición fueron tomadas de ese artículo.) Desde la visita de Diego Ruiz hasta los albores del siglo xx, la atención se centró en el edificio principal del sitio, la Pirámide de los Nichos, y no era para menos pues se trata sin duda de uno de los edificios más hermosos de la arquitectura prehispánica. Hasta entonces, las intervenciones se habían limitado a la limpieza de la vegetación que cubría la pirámide para dibujarla o fotografiarla. Fue hasta 1924 que se realizaron los primeros trabajos de conservación, a cargo de la Secretaría de Agricultura y Fomento. A esta primera intervención siguieron otras, en especial las que dirigió José García Payón, a quien se debe en gran medida la imagen que ahora presenta el sitio al visitante. En las últimas décadas del siglo xx, Jürgen K. Bruggemann dirigió un proyecto que, además de dejar al descubierto monumentos como los de la Plaza del Arroyo, permitió un acercamiento más integral al sitio, al investigar no sólo la arquitectura y los materiales asociados a la zona monumental, sino otro tipo de contextos.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique (editor), “Tajín, Veracruz. Guía visual”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 60, pp. 8-31.