Presentación: Ventanas arqueológicas del Centro Histórico de la Ciudad de México

Eduardo Matos Moctezuma

En el año 1903, en el tomo VII de los Anales del Museo Nacional de México, don Jesús Galindo y Villa daba a conocer un informe en el que hacía referencia al hallazgo de una escalinata y dos grandes esculturas de piedra. Veamos cómo lo relata el mismo don Jesús:

El 19 de Noviembre de 1901 se descubrió en el pavimento del patio del edificio que en la esquina de Cordobanes y 1ª del Reloj [ hoy Donceles y Argentina] se destinó a Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, una gran cabeza de piedra figurando un reptil fantástico […] y poco tiempo después (9 de Diciembre) apareció otra interesante pieza arqueológica, también de piedra representativa de un hermoso y bien labrado ocelotl. Ambos descubrimientos dieron margen á una excavación por la que empezó á asomar una escalinata, motivo esencial de estas líneas (Galindo y Villa, 1903).

Lo importante del hallazgo, además de los vestigios encontrados, radicó en que con buen tino se conservó la escalinata mencionada para que pudiera ser visitada, lo que ocurre hasta hoy día. No se trataba de una “ventana arqueológica” como la entendemos actualmente, sino de preservar parte de un monumento a la vista en lugar de proceder a enterrarlo.

Pasaron los años. En 1934 el arquitecto Emilio Cuevas reportó en su artículo “Las excavaciones del Templo Mayor de México”, publicado en los Anales del Museo Nacional de México, cómo con motivo de la demolición de los edificios de la esquina de las calles de Seminario y Guatemala, en 1933, se hicieron 18 calas y en la primera de ellas apareció “una alfarda y unos escalones construidos con tezontle” (Cuevas, 1934; los dos artículos citados se reproducen en la antología preparada por Eduardo Matos Moctezuma, Trabajos arqueológicos en el centro de la Ciudad de México, inah, México, 1979). Una vez más, con buen criterio, no se cubrió el hallazgo y permaneció durante muchos años dentro de un recinto en donde se hallaban ductos y tuberías modernos, lejos de la vista pública. Esta precaución permitió que, iniciado el Proyecto Templo Mayor a mi cargo en 1978, se pudiera rescatar esta alfarda e incorporarla al conjunto del principal edificio mexica, pues formaba parte de él, y se precisó que pertenecía a la VI etapa constructiva, correspondiente al gobierno de Ahuítzotl (1486-1502 d.C.).

Estos ejemplos vienen a cuento ya que son antecedentes del criterio que se aplica actualmente en relación a vestigios arquitectónicos prehispánicos. En efecto, desde 1985 se dejaron a la vista parte de una escalinata y braseros que eran parte del Templo de Tezcatlipoca, debajo de lo que fue el Arzobispado en la calle de Moneda. Esta práctica de cubrir con un cristal los vestigios arqueológicos para que sean observados ha sido común a partir de entonces bajo dos modalidades: la antes dicha y la de preservar los restos debajo de los edificios en que se encuentran. El arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez es quien ha tenido a su cargo, por parte del Museo del Templo Mayor, la puesta en valor de la mayoría de ambos casos, previa anuencia del Consejo de Arqueología. En las siguientes páginas, el lector podrá constatar los alcances que se han logrado –no exentos de dificultades– y que han permitido que estos vestigios quedaran expuestos y que los transeúntes se percaten que, debajo de la actual Ciudad de México, subyacen las presencias del pasado.

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Matos Moctezuma, Eduardo, “Antiguo Palacio del Arzobispado Vestigios prehispánicos y virreinales”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 79, pp. 66-72.