La mitad sur de lo que hoy es México y partes de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras y Nicaragua estaban formadas, hace 500 años, por una enorme área que conocemos como Mesoamérica, donde hubo civilizaciones que alcanzaron un alto nivel de desarrollo.
En 1943, el doctor Paul Kirchhoff estableció el área de Mesoamérica con base en el estudio de 42 características que le eran propias y que la distinguían de sus vecinos inmediatos, como era el caso de las áreas culturales que conocemos como Oasisamérica y Aridamérica, ubicadas al norte de Mesoamérica, con las que se tuvo contacto y en donde habitaron diversos grupos con expresiones culturales propias, de las que especialistas en la materia darán cuenta más tarde.
De regreso a Mesoamérica, tenemos diversas regiones como la maya, con centros ceremoniales como Chichén Itzá, Tulum y otros más. Otra región es Oaxaca, en la que florecieron varias culturas como la zapoteca y la mixteca. Esta última destacó por la aportación de tres aspectos fundamentales: la elaboración de códices de contenido histórico y religioso; la manufactura de una cerámica refinada policroma, y la producción de objetos de oro de una delicadeza singular. La Costa del Golfo vio surgir centros como Tajín, Cempoala y Quiahuiztlán; estos dos últimos inmersos en una serie de acontecimientos históricos importantes relacionados con la conquista. El Occidente de México va a cobrar presencia por medio de Tzintzuntzan, capital del imperio tarasco. He dejado para el final el Centro de México, en donde los acontecimientos se van a presentar de manera violenta con la conquista de las dos ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco por parte del ejército español, comandado por Hernán Cortés y sus hombres, y miles y miles de guerreros indígenas que veían la oportunidad de liberarse del yugo a que los tenía sometidos el tlatoani mexica, por medio de un tributo que tenían que entregar periódicamente a la capital del imperio.
Lo anterior nos muestra que, a la llegada de los españoles a tierras mesoamericanas en 1519, había un mosaico de culturas que tenían sus propias características. Así, se hablaban diferentes lenguas; sus expresiones estéticas, como pintura, escultura en piedra y barro y hasta la arquitectura, guardaban estilos con sello propio que las diferenciaban, si bien se pueden apreciar en ocasiones influencias de unas en otras. Sin embargo, podemos observar que la economía, la organización social y la religión tenían aspectos más o menos similares en todos los ámbitos mesoamericanos, aunque no dejaban de tener sus propias particularidades.
Economía, organización social y religión en Mesoamérica
En el caso de la economía un factor importante era la producción agrícola, que relacionaba a la tierra con mitos ancestrales en los que vemos cómo el hombre había surgido del maíz, como lo relatan algunos textos nahuas y mayas. Unido a la agricultura, y como parte esencial de la economía, tenemos la imposición de un tributo a los pueblos conquistados, aprovechando así la mano de obra ajena para el bien del Estado dominante. Otro factor era el comercio, que se realizaba en Mesoamérica desde épocas anteriores y que alcanzó un auge importante.
En lo que se refiere a la organización social, estas sociedades estaban diferenciadas socialmente por dos grupos básicos: por un lado, quienes ostentaban el poder –entre los que se encontraba el máximo dirigente– y un grupo de elite formado por gentes de la nobleza y militares de alta jerarquía, a los que podemos sumar sacerdotes, que eran los intermediarios entre el pueblo y los dioses; y, por el otro, los grupos dedicados a labores de construcción, artesanos especializados en la producción de cerámica y cestería, escultores y pintores, talladores de piedra, en fin, todos aquellos individuos que pertenecían a una rama productiva o de atención social, además de un amplio grupo de campesinos.
La religión y sus diversas expresiones tenían variantes regionales, si bien podemos observar aspectos comunes. Se cuenta con una riqueza de mitos que nos hablan del origen del hombre, las plantas, los animales y el universo mismo. Una cosmovisión que ubicaba al hombre y a los dioses en diferentes regiones de la estructura universal, todo ello acompañado de las personas dedicadas al culto en donde también se contaba con una amplia gama de servidores, desde sacerdotes hasta personas de diversos niveles que asistían en las ceremonias.
Estos tres componentes de las sociedades mesoamericanas al momento de la llegada de los conquistadores debemos entenderlos en un sentido amplio, es decir, en el caso de las ciudades había grandes conglomerados humanos que habitaban en centros urbanos o en asentamientos menores, sin olvidar que las diversas regiones de Mesoamérica controlaron diferentes medios ambientes que supieron aprovechar en beneficio propio. Así, en la región maya tenemos centros que se establecieron en plena selva y otros en planicies como la península de Yucatán. El medio montañoso de Oaxaca dio pie al control del mismo en tanto que en la Costa del Golfo se lograron dominar las zonas húmedas para establecer centros habitacionales. Lo mismo ocurrió en el Occidente de México y en el Altiplano Central. En esta última región se asentaron ciudades en un medio lacustre que también obligó al hombre a aplicar todo su ingenio para obtener las materias primas de todo tipo propias del lugar.
Sobre estas sociedades del Posclásico se cuenta, en mayor o menor medida, con documentación histórica que enriquece significativamente su conocimiento, a diferencia de sociedades anteriores a las que nos aproximamos solamente a través de la arqueología. De esta manera, tanto la arqueología como las fuentes históricas se complementan para brindarnos un panorama amplio por medio de vestigios arqueológicos, códices, lienzos, crónicas indígenas y españolas, y así, el arqueólogo y el historiador dedicados al estudio de este momento tienen a su alcance los datos que proporcionan estas ramas del conocimiento.
Deseo terminar esta parte asentando que los 3 000 años de desarrollo mesoamericano hicieron que esta área sea considerada dentro de las grandes culturas de la humanidad, junto con China, Egipto, Mesopotamia, el valle del Indo y, en América, el área andina. En esta presentación sólo hemos esbozado el último horizonte, cuyas raíces penetran hasta varios siglos antes de nuestra era, cuando la cultura olmeca encerraba ya algunos de los componentes de lo que de ahí en adelante serían factores fundamentales en el devenir mesoamericano.
Una reflexión obligada
Hace 500 años dio comienzo la conquista de México. Como sabemos, primero en las Antillas y después en el macizo continental, la presencia española fue asentando sus poderes hasta crear un vasto territorio bajo el gobierno peninsular. Como toda conquista, estuvo acompañada de violencia, sumisión, despojo y muerte. América no fue una excepción. Los pueblos originarios fueron sometidos y quedaron a merced de la explotación de un nuevo orden tanto en lo económico y político como en lo social y religioso. Surgió un mestizaje cultural que poco a poco cobró forma; a la población indígena y la europea pronto se incorporó la presencia negra con sus componentes característicos. Surgían, pues, las raíces de lo que, al paso del tiempo, serían los países que conformarían América, muchos de los cuales lograrían su independencia al acudir a las armas para liberarse de la metrópoli española.
En el caso de México, y a diferencia de otros países latinoamericanos, al momento de su independencia en 1821, los insurgentes vieron la necesidad de incorporar como parte de sus emblemas –el escudo y la bandera nacionales– al pasado prehispánico. De esta manera quedaron plasmados en ellos el símbolo de Tenochtitlan: el águila devorando a la serpiente parada sobre un nopal en medio de un lago. Hay algo que aclarar: el águila la vemos representada de diversas maneras. Por un lado, en el Teocalli de la Guerra Sagrada, escultura mexica en piedra que representa un templo, en su parte posterior se aprecia con los componentes antes señalados pero no está devorando al ofidio, sino que de su pico surge el signo de la guerra, el atlachinolli. En la lámina 1 del Códice Mendoza la vemos sin nada en su pico y en el Códice Durán aparece de dos maneras: en una lámina la observamos comiendo pájaros y en otra desgarrando una serpiente. Contamos con otras imágenes de este símbolo, sin embargo, lo que me interesa destacar es la necesidad antes dicha de incorporar un emblema prehispánico como una manera clara de recuperar aquel pasado que había sido destruido por España, y hacerlo propio.
Se establecía, así, el vínculo entre la naciente República y el pasado negado por España. Quedaba restablecido el cordón umbilical entre un pasado y un presente que, pese a todo, no podía negar también su raíz peninsular…
Nacía así el nuevo país llamado México.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Cuando llegaron los españoles….”, Arqueología Mexicana, núm. 160, pp. 36-41.