El uso de la guerra se convirtió, desde el principio, en un recurso vital para los aztecas, cuya historia está vinculada a combates y batallas como medio para conseguir su espacio territorial. El arte de la guerra basado en la aplicación de la táctica y la estrategia alcanzó en el apogeo del imperio mexica formas inusitadas que le permitieron expandir y consolidar su dominio hacia los cuatro rumbos de la Tierra.
La construcción del imperio mexica
No obstante la distancia que en tiempo, complejidad social, desarrollo económico-tecnológico y mentalidad separan a los hacedores de la guerra en el México antiguo –al menos desde las sociedades emergentes en Mesoamérica desde el ocaso teotihuacano (alrededor del siglo VI d.C.)– de los hacedores actuales de la violencia bélica, numerosas características de los fenómenos de las contiendas militares, varios elementos de la organización y la estructura social que son afectados por el estado de guerra, y diversos hechos, análisis, interpretaciones, hipótesis y consideraciones teóricas sobre la guerra contemporánea, son relativamente aplicables a las sociedades militaristas mesoamericanas.
Así, se puede observar –y de hecho se ha observado– la guerra en el mundo prehispánico a través del contraste entre la guerra y la paz, su existencia como problema o como solución sociopolítica, su creación como institución social, su reconocimiento como arte (en el sentido de conjunto de reglas óptimas para conducir cualquier actividad), su relación con la emergencia y la consolidación del Estado, la política, la sociedad y la persona, su evolución y su derivación a la dominación total y al imperialismo, tal cual se presentan todos esos fenómenos en la actualidad.
La guerra tenía más de mil años de existencia regular entre las sociedades que los invasores hispanos encontraron a lo largo y lo ancho del espacio mesoamericano que los antiguos mexicanos dominaron en buena parte a través de sus campañas de guerra, colonización y sometimiento por medio de la violencia; prácticamente todos los grupos étnicos y sus centros de máximo desarrollo social y cultural participaron de un estado de violencia generalizada que suponía una actividad militar normalizada que ayudaba tanto a la solución de problemas demográficos, económicos y propiamente político-culturales, como a la presencia constante de conflictos que por lo común concluían con el aniquilamiento de la población.
Los aztecas, unos protagonistas de la guerra como condición de existencia
La Tira de la Peregrinación, un documento que narra la historia de la emigración azteca desde Aztlán, de donde salieron el año “uno pedernal” (1116 d.C.), constituye una guía idónea para conocer las acciones, ocupaciones, avatares y objetivos de grupos inmigrados a la cuenca de México. Este trayecto particular duró 164 años hasta que el grupo logró, por concesión de Tezozómoc, señor de los tepanecas, cuya capital principal era Azcapotzalco, asentarse en el cerro de Chapultepec en 1280. La práctica de la cacería con arco y flecha, la recolección, la pesca, la agricultura, la construcción de obras hidráulicas, los servicios en la guerra para otros o el ejercicio de ésta por cuenta propia, y el trabajo como mano de obra en otras diversas obras fueron ejercitados por los miembros del grupo en distintos lugares y tiempos hasta su asentamiento provisional en Chapultepec, que sólo duraría diez y nueve años.
Los recién llegados se encontraron con señoríos acotados territorialmente con celo, escasez de tierras por presiones demográficas, de producción, tributación y soberanía política. Tales escasez y presiones alentaban con frecuencia guerras que respondían a estrategias establecidas a nivel de Estado y a tácticas que buscaban lograr el sometimiento gradual de pequeños y medianos señoríos bajo un mando centralizado. Los objetivos generalizados, desde las campañas periódicas militares hasta los combates esporádicos, eran la obtención, por medio del ejercicio de la violencia armada, de tierras para la expansión territorial y colonización, botín (sobre todo en tiempo de cosechas), sujetos tributarios, mano de obra, materias primas, productos suntuarios, control de recursos naturales, dominio de rutas comerciales y mercados y, cuestión no menos importante, la consecución de víctimas para el sacrificio a las diversas deidades de sociedades llenas de fe, esperanzas de redención e imbuidas en una dominante ideología guerrera.
La actuación mexica sobresaliente en Chapultepec consistió en aprovechar los recursos que tenían a la mano; agua de los manantiales, condiciones físicas que facilitaban la defensa, comunicaciones accesibles por el medio lacustre a mercados cercanos y a distancia media, riberas acuáticas apropiadas para la construcción de chinampas, entre otros. Tal proceder, por un lado, les permitía lograr cierta autonomía y fortaleza defensiva, ya que se encontraban en tierras ajenas, rodeados de enemigos potenciales y obligados a servir a sus señores tepanecas con tributos, mano de obra y contingentes guerreros.
A escasas dos décadas de permanecer en Chapultepec, bien por sus prácticas exacerbadas de sacrificios humanos, robo de mujeres y agresividad, insoportables para otros congéneres, bien por la suspicacia de sus vecinos inmediatos, Tlacopan y Coyoacán, una coalición de numerosos señoríos encabezados por Xaltocan hicieron salir a los guerreros de Chapultepec ante la estratagema de requerirlos para atacar a Culhuacán. Ausentes los hombres jóvenes y maduros, los viejos, las mujeres y los niños fueron aprisionados y lanzados de su refugio.
La diáspora mexica provocó la división del grupo y el acomodamiento de partes de él en Tlacopan, Azcapotzalco, Coyoacán y Tizapán. Estos últimos, como sujetos ahí del señorío de Colhuacán, serían luego los fundadores de México Tenochtitlan.
José Lameiras Olvera. Maestro en etnología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Realizó estudios de posgrado en la Universidad de Hamburgo. Recibió el premio Francisco Javier Clavijero 199l por su investigación El Tuxpan de Jalisco. Actualmente es profesor investigador de tiempo completo en el Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán.
Lameiras Olvera, José, “La guerra en el México antiguo”, Arqueología Mexicana, núm. 4, pp. 6-15.
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