¿Estaba la Coatlicue en lo alto del Templo Mayor?

Eduardo Matos Moctezuma

Con la destrucción de la ciudad de Tenochtitlan después de la conquista militar de los españoles y sus aliados indígenas, buen número de edificios, esculturas y otras manifestaciones indígenas fueron arrasadas pues en ellas se veía la obra del demonio. La suerte que corrieron estos monumentos fue terrible y no pocos de ellos fueron desmontados de su lugar original para ser trasladados a otros lugares donde, finalmente, fueron sepultados. Tal fue el caso de grandes monolitos como la Coatlicue, descubierta el 13 de agosto de 1790, y la Piedra del Sol y la Piedra de Tízoc, encontradas el 17 de diciembre de 1791, en lo que hoy es el Zócalo de la ciudad de México.

El hecho de remover de su ubicación tales monumentos trajo para la arqueología una problemática por resolver: ¿dónde se encontraban colocados originalmente? Lo anterior dio paso a la especulación. Sin embargo, en el caso de algunos de ellos, como la Coatlicue y la Yolotlicue, existe información que permite suponer que formaban parte del contexto del Templo Mayor de Tenochtitlan. Veamos qué se sabe al respecto.

Andrés de Tapia fue uno de los soldados de Cortés que escribió una relación de la conquista, la cual abarca desde la salida de Cuba hasta la derrota de Pánfilo de Nárvaez, es decir, no llegó a describir la caída de Tlatelolco y Tenochtitlan en 1521. Sin embargo, dejó información interesante que concuerda con lo que nos relata Bernal Díaz del Castillo en algunos puntos. Tapia fue partícipe de diversos eventos, entre los que se cuenta la visita que hicieran Cortés y algunas de sus gentes al Templo Mayor de Tenochtitlan, al que describe como “una torre que tenía ciento y trece gradas de a más de palmo cada uno, y esto era macizo, y encima dos casas de más altura que pica y media…”. De esta parte del escrito hay que destacar cuando se refiere a las diosas en cuestión:

…estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande […] y sobre estos dos ídolos de altura de casi tres varas de medir cada uno; serían del gordo de un buey cada uno. Eran de piedra de grano bruñida, y sobre la piedra cubiertos de nácar […] pegado con betún, a manera de engrudo, muchas joyas de oro, y hombres y culebras y aves e historias hechas de turquesas pequeñas y grandes, y de esmeraldas, y de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras.

La relación continúa así: “Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, y por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, y por rostro una máscara de oro y ojos de espejo, y tenía otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne” (Tapia, 2008, p. 71).

Siglos más tarde varios investigadores repararon en estos datos y se refirieron a ellos, como Eduard Seler, Jorge Gurría Lacroix y Leonardo López Luján. Gurría Lacroix escribió “Andrés de Tapia y Coatlicue” (1978), texto en el que da pormenores de quién fue este conquistador y precisa lo referente a la que para él no es otra que la Coatlicue: “La conclusión a que podemos llegar es que la descripción de la deidad hecha por Tapia puede corresponder a la escultura de la diosa Coatlicue, que se encuentra en la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología de México, y que fue encontrada el 13 de agosto de 1792” (Gurría Lacroix, 1978).

Cabe aclarar que el año que señala Gurría no es correcto, pues el hallazgo tuvo lugar en 1790. Independientemente de este detalle, el autor considera que la otra figura a la que hace alusión Tapia es la Yolotlicue, que guarda mucha similitud con Coatlicue, si bien su falda es de corazones. Por su parte, Alfredo López Austin y Leonardo López Luján (2009) mencionan esos datos, y el segundo autor nos ha dejado una excelente recopilación de la Coatlicue, en un trabajo en el que analiza desde el descubrimiento de la deidad hasta interesantes datos sobre su simbolismo y la manera en que estas esculturas fueron bajadas del principal templo mexica (López Luján, 2010). De esto ya había mencionado algo Tapia: “Los ídolos fueron bajados de allí con una maravillosa manera y buen artificio” (Tapia, 2008, p. 77). Francisco Cervantes de Salazar también habla sobre la manera en que se hizo esto:

…vinieron muchos indios con muchas maromas y unos vasos que son como los con que varan los navíos, y subieron a lo alto donde el gran ídolo estaba casi cuatrocientos hombres, con mucha cantidad de esteras de enea y de asentaderos de a braza […] y hicieron una cama muy grande, que tendría medio estado, en alto, para poner el ídolo encima, que no se quebrase, porque él y otros que a par dél estaban, según he dicho eran muy grandes. Baxáronlos con toda la destreza que pudieron […] Puesto de esta manera el un ídolo en lo baxo del templo, baxaron el otro por la misma arte, y puestos en unas como andas muy grandes, en hombros los llevaron los sacerdotes, y la caballería y la demás gente, que no tenía número, los acompañaron hasta ponerlos donde nunca los nuestros jamás los vieron, ni por cosas que les dixeron lo quisieron descubrir (en López Luján, 2009, p. 229).

Hubo que esperar hasta el 13 de agosto de 1790 para estar, nuevamente, ante la enigmática diosa...

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Matos Moctezuma, Eduardo, “¿Estaba la Coatlicue en lo alto del Templo Mayor?”, Arqueología Mexicana, núm. 135, pp. 86-87.

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