Mayahuel y el maguey

Enrique Vela

Hecho todo esto, los dioses Tezcatlipoca y Eécatl deliberaron hacer a un hombre que poseyera la tierra, y al punto el dicho Eécatl descendió al infierno para pedir a Mictlanteuctli ceniza de muertos para hacer otros hombres; el cual dios del infierno le entregó solamente un hueso del largo de una vara y un poco de ceniza. Mas en cuanto le hubo dado el hueso, se arrepintió mucho, porque era la cosa que él más quería de todo lo que tenía; y por ello siguió Eécatl para quitarle el hueso, pero al huir Eécatl, el hueso se le cayó a tierra y se rompió, por lo cual el hombre salió pequeño, porque dicen que los hombres del primer mundo eran muy grandes, como gigantes. [Eécatl] trajo, pues, el resto del hueso y de la ceniza y fue adonde [estaba] un apaztli, que quiere decir “gran libro”, al cual convocó a todos los otros dioses para la creación del primer hombre, los cuales juntos se sacrificaron las lenguas, y así comenzaron el primer día la creación del hombre formándole el cuerpo, el cual se movió enseguida; y el cuarto día quedaron hechos el hombre y la mujer, pero no fueron grandes desde un principio, sino según el curso natural. Luego que fueron hechos, los alimentó un dios llamado Xólotl, que quiere decir “Gallo de Indias”, el cual los alimentó con tortilla mojada y no con leche.

El nombre de este primer hombre no lo saben, pero dicen que fue creado en una cueva de Tamoanchan, en la provincia de Cuauhnáhuac, que los españoles llaman Cuernavaca, en el marquesado del Marqués del Valle.

Hecho todo esto, y [siendo] agradable a los dioses, éstos dijeron entre sí: “He aquí que el hombre estará muy triste si nosotros no hacemos alguna cosa para alegrarlo, a fin de que le tome gusto a vivir sobre la tierra y nos alabe, cante y dance”. Lo que oído por el dios Eécatl, dios del aire, en su corazón pensaba dónde podría hallar algún licor que dar al hombre para alegrarlo; pensando en lo cual le vino a la memoria una diosa virgen llamada Mayáhuel, a la que cuidaba una diosa [que era] su abuela, llamada Tzitzímitl, y se fue enseguida adonde ellas.

Las encontró durmiendo, despertó a la virgen, y le dijo: “Vengo a buscarte para llevarte al mundo”; a lo cual ella accedió enseguida, y así descendieron ambos, cargándola él sobre sus espaldas. En cuanto llegaron a la tierra, se transformaron ambos en un árbol que tiene dos ramas, de las cuales una se llama quetzalhuéxotl, que era la de Eécatl, y la otra xochicuáhuitl, que era la de la virgen. Entonces su abuela, que dormía, al despertarse y no hallar a su nieta, llamó enseguida a otras diosas, nombradas tzitzimime, y descendieron todas a la tierra buscando a Eécatl. A esta sazón, las dos ramas del árbol se desgajaron una de la otra, y la de la virgen fue reconocida al punto por la diosa vieja, la cual la tomó y partiéndola dio a cada una de las otras diosas un pedazo, y se lo comieron; mas la rama de Eécatl no la rompieron, sino que la dejaron allá. La cual, tan pronto como las diosas subieron al cielo, volvió a su primera forma de Eécatl, el cual juntó los huesos de la virgen que las diosas habían comido y los enterró; y de allí salió un árbol que ellos llaman metl, del cual hacen los indios el vino que beben y con el que se embriagan, mas no es a causa de este vino, sino por unas raíces que ellos llaman ocpatli y que echan dentro.

Rafael Tena (paleografía y traducciones), “Histoire du Mechique”, en Mitos e historias de los antiguos nahuas, 2011, pp. 149-151.

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial. Editor de la revista Arqueología Mexicana.

Vela, Enrique (editor), “Mayahuel y el maguey”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 78, p. 54-55.