Depredación y canibalismo. Una breve introducción
Desde las costas mayas de Yucatán hasta los lagos tarascos del actual Michoacán y más hacia el norte, los españoles de principios del siglo XVI atestiguaron en los centros ceremoniales evidencias de seres humanos destazados. En el diccionario náhuatl del siglo XVI de Molina, el verbo tetequi significa “descuartizar, hazer pedaços a otro”, mientras el término tetetequiliztli quiere decir “despedaçamiento de alguno o desquartizamiento”. Hoy en día, son frecuentes las evidencias arqueológicas de estas prácticas. Un informante indígena le contó al capitán Juan de Grijalva que se trataba de víctimas de un tratamiento sacrificial, y que cortaban “los molledos de los brazos y de las piernas, y que se los comían; y que esto hacían con los enemigos con los que tenían guerra”. De la misma manera, evidencias en restos óseos apuntan a un hipotético consumo de carne humana.
... Con una mirada evolucionista, los historiadores decimonónicos se esforzaban para demostrar el aspecto “civilizado” del consumo de un enemigo de guerra. Acentuaban la noción esencial de la sacralización de la carne humana, tal como lo hicieron los frailes cuatro siglos antes. Los indígenas podían ser calificados como antropófagos, pero de ninguna manera se les debía calificar como caníbales, un término que en aquella época se asociaba a salvajismo y culturas inferiores.
Durante la primera mitad del siglo pasado, las explicaciones acerca de la antropofagia se desvanecieron casi por completo en la teoría del gran complejo sacrificial debido a la necesidad funcional de un cosmos hambriento. En esta explicación, el enfoque se dirigía hacia el acto de alimentar principalmente al Sol con los corazones y la sangre de las víctimas, mientras el consumo del resto del cuerpo aparecía básicamente en la última frase para cerrar el texto.
El debate académico realmente estalló en 1977, con un artículo de Michael Harner, en donde propuso que el canibalismo “azteca” se debía a las deficiencias nutricionales de los habitantes de la Cuenca de México. Con datos contundentes acerca de la dieta indígena, su explicación fue refutada y criticada casi inmediatamente por los especialistas. A partir de allí, varios investigadores como Sahlins, Duverger, González Torres, Nájera Coronado, Carrasco y Graulich, entre otros, analizaron el fenómeno del consumo de un prisionero de guerra o de un esclavo que personificaba un dios, enfocado en establecer una tipología de canibalismos, con el fin de entenderlo como un ritual religioso. Sus explicaciones derivan básicamente de las distintas teorías sobre el sacrificio (humano), y consideran que se trata del consumo de un cuerpo sacralizado, que culmina en una comunión entre humanos y dioses. Los humanos se fortalecen de esta manera y se benefician del consumo de la carne humana divinizada. En esta interpretación, se habla de la incorporación de “carisma”, de “vitalidad” o “fuego-divino”.
Imagen: Una deidad de la muerte devora a un ser humano. Códice Borgia, lám. 5. Foto: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.
Stan Declercq. Arqueólogo por la ENAH con maestría y doctorado en estudios mesoamericanos por la UNAM. Posdoctorante en el posgrado de arqueología de la ENAH. Es autor del libro Cautivos del espejo de agua (INAH/Bonilla).
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Declercq, Stan, “Depredación y canibalismo. Una breve introducción”, Arqueología Mexicana, núm. 180, pp. 28-33.