Dentro del complejo mundo de seres serpentinos que se representaron en códices, cerámica, esculturas, relieves, tallas de madera o en diversos elementos arquitectónicos, las imágenes de serpientes de dos cabezas han llamado la atención de los especialistas dedicados al estudio de los animales mesoamericanos.
Este artículo presenta los trabajos de conservación-restauración realizados en tres de los cuatro asentamientos del corredor ecoarqueológico Paamul II: Garra de Jaguar, Ocho Balas y Las Manitas, aledaños al tramo 5 sur del Tren Maya. Se expone un panorama general de los procesos y criterios aplicados, los hallazgos registrados a partir de la intervención, así como la importancia de la colaboración interdisciplinaria.
La intensa vida ritual de la capital altiplánica no sólo se refleja en las complejas ceremonias plasmadas en el arte escultórico, sino también en las ricas ofrendas inhumadas en los principales edificios públicos. De uno de estos contextos procede un conjunto inusitado de animales marinos traídos desde las lejanas costas del Océano Pacífico. Las estrellas, junto con los corales, las almejas y los caracoles ocupan allí un lugar de privilegio.
La imagen del jaguar en el suroeste de Mesoamérica fue común; se representó a los felinos en poses antropomorfas o zoomorfas o en figuras humanas con atributos de jaguar.
Un desastre es así el proceso resultante de la asociación entre un fenómeno natural, que se ha convertido en una amenaza natural, y una sociedad vulnerable que se encuentra en riesgo.
Los pilares del orden cósmico, cuatro de las principales ciudades mayas de las Tierras Bajas: Copán, Tikal, Calakmul y Palenque, colapsaron, entre 800 y 900 d.C.
Ubicado a 3,870 metros sobre el nivel del mar, en el lugar hay un estanque estacional dentro del cual se construyó en la época prehispánica un tetzacualco.