Cronología
Las evidencias de cómo los indígenas enterraban a sus muertos corresponden a la etapa llamada Desierto, hacia 5500 a.C. y el final de la época misional jesuita en 1768 d.C. Este intervalo se ha dividido en dos periodos culturales, el Cazador, en el que la organización social estaba constituida por pequeñas bandas de individuos emparentados que actuaban de manera independiente (5500 a.C.-1100 d.C.), y el Recolector de Moluscos (1100 d.C. hasta el ya señalado 1768 d.C.), cuando se dio la unión de las antiguas bandas para formar agrupaciones de mayor tamaño, sin que hubiera cambios en sus estrategias de vida, pues siguieron siendo cazadores-recolectores-pescadores que se mudaban continuamente de lugar.
Sitios de inhumación
Dos lugares fueron los preferidos para inhumar muertos, el más antiguo en las playas, pero no en todas, sólo en aquellas que poseían las mejores condiciones para vivir, pues no había zonas reservadas para enterrar cadáveres. La distribución de los cuerpos, así como la de los campamentos habitacionales, se hacía al azar; los antepasados debían convivir con los vivos independientemente del momento temporal.
El segundo eran las laderas de los cerros, ya sea cerca de la costa o en el interior de las sierras; los sitios funerarios fueron entonces pequeños abrigos rocosos y cuevas que permanecían ocultos, no había forma de distinguirlos entre la multitud de lugares similares del entorno. No importaba si había o no coincidencia con la riqueza del ambiente natural, pues al parecer el objetivo principal era esconder a los antepasados.
Formas de inhumación
Cuando alguien moría se procedía a la primera exequia –en muchos casos la única–; como parte de un ritual el cuerpo era puesto en posición flexionada, se le envolvía o amortajaba con pieles de animal (venado frecuentemente), en ocasiones se le colocaban algunas de sus pertenencias y se le ataba fuertemente. Si la inhumación ocurría en la playa se cavaba una fosa de poca profundidad –de 45 a 60 cm–, se preparaba una mezcla de arena, ceniza, pequeños fragmentos de carbón, algunas conchas enteras y fragmentadas; parte de la mezcla se colocaba en el fondo de la fosa, se depositaba el bulto mortuorio, se vaciaba el resto de la mezcla y finalmente se rellenaba con la tierra removida. Cuando la sepultura ocurría en abrigos rocosos o cuevas, el cuerpo era colocado al centro, y si había suficiente tierra se cavaba una fosa, se depositaba el bulto mortuorio y se cubría con la tierra removida; en caso de que la oquedad no fuera profunda, lo que sobresalía era cubierto con rocas de pequeño y mediano tamaño. Como en otras poblaciones nómadas de cazadores- recolectores, no había una predilección asociada al sexo o la edad, todos se enterraban de forma flexionada. La forma en que se colocaban los cuerpos variaba: acostados del lado derecho, del izquierdo, boca abajo o boca arriba; la orientación del cuerpo tampoco importaba, independientemente del eje que fuera elegido: cráneo pies, dirección del facial, frente del tórax u otras; si había objetos asociados eran de uso personal, no hubo fabricación de objetos funerarios ex profeso. Tales condiciones se repitieron en los otros tipos de entierros.
Las segundas exequias en playas: los entierros seccionados
En 1991 se encontró una nueva forma de inhumación en el sitio arqueológico El Conchalito. Se trataba de cuerpos que presentaban evidencias de haber sido manipulados en estado de putrefacción. Así, el esqueleto de un individuo masculino de 30 a 35 años tenía separada la mitad del cuerpo arriba de la cadera –la cabeza, el tórax y ambas extremidades superiores formaban una unidad–, la mitad inferior había sido trasladada hacia arriba del tórax en forma diagonal. Al buscar la forma en que había sido dividido el cuerpo, no se encontraron huellas que sugirieran la utilización de herramientas de corte. Conforme aumentó el número de entierros explorados, surgieron más ejemplos que mostraban que la separación y reacomodo anatómico era muy variable; podía tratarse sólo de la cabeza, alguna extremidad o varias regiones, incluso bastaba con modificar la estructura anatómica sin separar las extremidades. Así, había cráneos en posición vertical, cuando debían estar en forma lateral conforme al resto del cuerpo; esqueletos en dos posiciones incompatibles: la parte superior podía estar boca arriba y la inferior lateral del lado derecho o izquierdo. Cuando estas modificaciones se localizaron en otros sitios, y en diferentes temporalidades, se determinó que se trataba de una nueva práctica funeraria. En ella nunca se utilizaron herramientas de corte para llevar a cabo las alteraciones anatómicas, sino que fueron hechas de la siguiente forma: después de la primera inhumación se dejaba que el cuerpo entrara en avanzado estado de putrefacción –se esperaba entre seis y ocho meses–, después se regresaba a la fosa, se descubría el cadáver que ya tenía bastante debilitado el tejido blando – músculos, tendones y articulaciones–, de modo que lo hacía susceptible a una manipulación mecánica mediante giros y jalones, logrando con ello separar regiones corporales o bien darles otra disposición; proceso que fue verificado mediante experimentos con animales.
Alfonso Rosales López. Maestro en antropología física por la ENAH. Investigador del INAH. Se ha especializado en los estudios de costumbres funerarias en las poblaciones de Baja California Sur.
Leticia C. Sánchez García. Licenciada en antropología física por la ENAH. Investigadora del Centro INAH Baja California Sur. Responsable de los materiales óseos humanos arqueológicos de Baja California Sur.
Rosales López, Alfonso y Leticia C. Sánchez García, “Así morían los antiguos californios”, Arqueología Mexicana, núm. 154, pp. 50-55.
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