En 1934, Eulalia Guzmán, directora de Arqueología del Museo Nacional, emprendió un largo y arduo viaje hasta el pueblito de Chalcatzingo, al este de Morelos; le habían notificado que tras unas lluvias torrenciales hubo un deslizamiento en las laderas del majestuoso Cerro Chalcatzingo o Cerro de la Cantera –que es el rasgo más notable en el paisaje– y que habían quedado al descubierto unas “piedras con relieves”. Sus afanes fueron recompensados; las piedras labradas que vio y documentó eran pocas, pero muy elaboradas, de un estilo distinto de todos los conocidos hasta entonces en el Centro de México.
Guzmán centró su investigación de 1934 en un gran bajorrelieve labrado expuesto por las lluvias en lo alto de las laderas del cerro. Actualmente se le nombra Monumento 1, pero se le conoce comúnmente como “El Rey”. La escena muestra a una persona ricamente ataviada, sentada en una cueva con forma de C (la boca de una criatura sobrenatural). Sobre la cueva se ven, bellamente labradas, nubes y gotas de lluvia que caen; de la boca de la cueva emergen grandes volutas que tal vez representen la humedad o el trueno. El atuendo de la persona y su alto tocado están adornados con un motivo distintivo formado por tres gotas de lluvia y detrás del tocado asoman dos pájaros de colas largas, tal vez quetzales. Guzmán publicó un informe muy bien ilustrado de su hallazgo en Chalcatzingo (1934) y alertó a los investigadores, al reportar por primera vez el sitio. Muchas otras esculturas de piedra se han encontrado en el lugar tras aquel trabajo pionero de hace ocho décadas. Resumimos aquí, brevemente, la historia de los descubrimientos en el sitio y nos ocupamos de algunos de los rasgos únicos de la tradición artística de Chalcatzingo.
Chalcatzingo y lo “olmeca”
Cuando Eulalia Guzmán realizó su viaje a Chalcatzingo no existían datos con los cuales compararlo; solamente podía especularse acerca de la antigüedad de los relieves o su filiación cultural. El trabajo arqueológico posterior de Matthew Stirling y Philip Drucker en La Venta, Tabasco, convenció a algunos investigadores de la década de los cuarenta de que éste era el lugar de origen de un estilo artístico muy difundido, que el pintor Miguel Covarrubias llamó “olmeca” en 1946. Pronto se aplicó el nombre de olmecas a los pueblos del Preclásico de la costa del Golfo y a los habitantes de La Venta y San Lorenzo, conocidos por sus tempranas piedras labradas. Algunos investigadores también usaron el término olmeca para referirse a los relieves de Chalcatzingo.
Excavaciones en Chalcatzingo
En 1972 ya se habían excavado 12 relieves en Chalcatzingo (Monumentos 1 al 11, y 16), pero aún se sabía muy poco sobre el sitio. ¿Se trataba de una colonia o puesto de avanzada de los olmecas, como suponían algunos, o Chalcatzingo desarrolló una tradición artística nativa, tal vez influida por los contactos con muchas regiones de Mesoamérica? Jorge Angulo, Raúl Arana y yo mismo iniciamos el Proyecto Arqueológico Chalcatzingo, mediante el cual se realizaron excavaciones extensivas entre 1972 y 1976 (Grove, 1987) para recabar información acerca de los pueblos que habitaron el sitio y labraron aquellas esculturas. La excavaciones del Proyecto Arqueológico Chalcatzingo mostraron que el terreno deslizado naturalmente desde la base del Cerro Chalcatzingo fue transformado en grandes terrazas residenciales hacia 800 a.C.; los montículos con plataformas de algunas de las terrazas indican la importancia de Chalcatzingo como centro regional. Más aún, a pesar del aspecto olmecoide de algunos relieves, cerámica, figurillas de barro y otros artefactos coincidían con los estilos típicos del Altiplano Central de México, en nada semejantes a los de la zona olmeca del Golfo.
Traducción: Elisa Ramírez
David C. Grove. Doctor en antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Es profesor emérito de antropología en la Universidad de Illinois. Se especializa en la arqueología del Preclásico y ha dirigido investigaciones en varios sitios, como Chalcatzingo, Nexpa y San Pablo Hidalgo, en Morelos, y la cueva de Oxtotitlán, en Guerrero.
Grove, David C., “Chalcatzingo. Ocho décadas de exploraciones”, Arqueología Mexicana, núm. 153, pp. 32-39.
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