Las aves y su plumaje
La avifauna del territorio mesoamericano es muy diversa y se desarrolla en ecosistemas terrestres, de agua dulce y marinos. Es tal la riqueza de las aves de México que cerca del 11% de las especies que existen en el mundo se encuentran en este territorio y más de 100 de ellas son endémicas de nuestro país. La mayor concentración de aves en México ocurre en las zonas costeras del Golfo de México, el Pacífico y el sureste; en segundo lugar, se encuentran las zonas montañosas y del altiplano. Estas regiones se caracterizan por presentar entornos específicos como la selva tropical, la selva baja caducifolia, los bosques de niebla, los bosques de pino-encino o los matorrales.
El cuerpo de las aves se distingue por estar recubierto de plumaje. Las plumas son estructuras queratinosas características de la piel de esos animales; les confieren calor, las protegen del agua y de los cambios de temperatura; permiten la comunicación visual entre individuos de la misma especie y el camuflaje; además del desplazamiento en el aire o el agua.
Las plumas tienen una estructura compleja: el eje central –conocido como raquis– es hueco, transparente y flexible; le proporciona rigidez a la pluma y su extremo inferior se denomina cálamo. El vexilo está formado por las barbas que se desarrollan de manera perpendicular al raquis, se mantienen juntas mediante barbillas (bárbulas) que están provistas de pequeñísimos ganchos (barbicelos). Las plumas tienen distintas formas dependiendo de su localización corporal y su función: por ejemplo, las plumas de vuelo –remeras, timoneras o coberteras que cubren alas, cola y cuerpo–, o el plumón que sirve como aislante térmico. En distintas épocas, los pájaros suelen remplazar total o parcialmente sus plumas para mantener el plumaje en buen estado.
El color de las plumas se produce por la presencia de pigmentos biológicos (biocromos) o por estructuras microsópicas que actúan como prismas (esquemocromos) que modifican las propiedades de la luz al refractarla o dispersarla. Dependiendo de la incidencia de la luz ciertos plumajes presentan un brillo metálico o iridiscente; tal es el caso de los colibríes o los trogones, entre ellos los quetzales, por citar algunos pájaros comunes en Mesoamérica.
El vistoso plumaje de las aves ha propiciado su uso como materia prima para la confección de distintos objetos, favoreciendo la caza, captura, manejo, crianza y aprovechamiento de la avifauna con fines utilitarios, rituales y de ornamentación.
Riqueza celestial y plumas preciosas
En Mesoamérica, del Preclásico al Posclásico, se utilizaron infinidad de plumas multicolores para confeccionar distintos objetos ligeros. Plumas largas, cortas, onduladas y etéreas adornan a personajes modelados en arcilla recuperados en la Isla de Jaina (Campeche), El Zapotal (Veracruz) o el Altiplano Central. En la plástica mexica, huasteca, zapoteca o mixteca se privilegian los penachos para las representaciones de deidades y gobernantes. En los muros de los palacios se pintaron largas plumas verdes que engalanan tanto animales mitológicos y deidades en Teotihuacan, como a los gobernantes mayas de Bonampak. Los guerreros esculpidos en Chichén Itzá, Tajín, Xochicalco, Tula, Cacaxtla o Tenochtitlan portan divisas y emblemas emplumados. Algunos códices mixtecos y documentos pictográficos del siglo XVI muestran, entre otros motivos, sacerdotes ofreciendo pelotas de hule con plumas insertas o deidades en palanquines aderezados con largas plumas de color verde.
Gracias a este tipo de expresiones artísticas sabemos que en Mesoamérica las plumas tuvieron un uso simbólico, secular, religioso, cortesano, militar, ornamental y práctico; además de ser un privilegio de las elites y los dioses. Su uso estaba reglamentado por género, edad, posición social y función del personaje.
Laura Filloy Nadal. Restauradora por la Escuela Nacional de Conservación, INAH, tiene una maestría y un doctorado en arqueología por la Sorbona de París. Trabaja en el Laboratorio de Conservación del Museo Nacional de Antropología.
Filloy Nadal, Laura , “De la pluma y sus usos en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, núm. 159, pp. 18-23.
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