Al analizar los abundantes datos que los cronistas nos brindan acerca de las fiestas del calendario mexica –tema que, sin duda rebasa esta breve síntesis–, podemos señalar que los ritos de la lluvia y del maíz, de hecho, formaban dos ciclos íntimamente entrelazados. De acuerdo con la división básica del año mexica en la estación seca –o del calor del Sol– (tonalco) y la de lluvias (xopan), “el tiempo verde”, se distinguían tres grupos de fiestas: 1) el ciclo de la estación seca y la petición de lluvias, esta última incluía los sacrificios de niños en honor a Tláloc; 2) la fiesta de la siembra y los ritos de la estación de lluvias cuando maduraba la planta del maíz; 3) la cosecha y el culto de los cerros.
Al final de la estación de lluvias, las aguas pluviales se retiraban al interior de los cerros; de allí Tlaloc las liberaba de nuevo en respuesta a los sacrificios de niños que los mexicas le hacían entre febrero y abril en los cerros de la Cuenca de México. Según la comovisión mexica, los infantes sacrificados se incorporaban al Tlalocan, espacio al interior de la tierra, donde en la estación de lluvias germinaba el maíz. Los niños muertos desempeñaban un papel activo en el proceso de la maduración de las mazorcas, y desde los cerros (es decir, el Tlalocan) regresaban a la tierra en el momento de la cosecha, al término de la estación de lluvias, cuando el maíz ya estaba maduro.
Conclusiones
Los rituales dedicados a las deidades del agua y del maíz formaban el núcleo central de la compleja red de ceremonias que conformaban el ritual mexica. Este sistema se fundaba en una tradición de siglos –e incluso milenios. Si bien esta tradición fue rota violentamente a raíz de la Conquista, los ritos más íntimamente ligados con la vida de los campesinos sobrevivieron como parte coherente dentro de un universo cultural fragmentado que fue expuesto a fuertes presiones de cambios sociales, políticos e ideológicos. Si bien estos ritos han sido reinterpretados simbólicamente después de la Conquista y se han articulado con la religión católica dominante de diversas maneras, no obstante es precisamente este núcleo agrícola ligado a los cerros y a la meteorología que en algunas regiones de México ha subsistido hasta el día de hoy, mostrando una extraordinaria riqueza de prácticas y creencias ancestrales.
Tomado de Johanna Broda, “El mundo sobrenatural de los controladores de los meteoros y de los cerros deificados”, Arqueología Mexicana núm. 91, pp. 36-46.
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