El oro de las ofrendas y las sepulturas del recinto sagrado de Tenochtitlan. La colección arqueológica del Proyecto Templo Mayor

Leonardo López Luján

Este artículo se enfoca precisamente en el análisis de la colección de artefactos de oro recuperada por el Proyecto Templo Mayor (1978-2015). Abordaremos aquí varios asuntos que consideramos de gran relevancia, entre ellos la composición química, procedencia y circulación de la materia prima; la manufactura de los artefactos, y su consumo ritual. Comencemos diciendo que buena parte de nuestro conocimiento sobre el papel del oro en la civilización mexica proviene de pictografías y de documentos históricos redactados en el siglo XVI. Por fortuna, esta información ha sido bien estudiada por investigadores modernos, entre quienes destacan Marshall Saville, Carlos Aguilar, Dudley Easby, Miguel León-Portilla, Frances Berdan, Elizabeth Baquedano y, más recientemente, Óscar Moisés Torres Montúfar. A partir de sus obras podemos reconstruir el ciclo producción-circulación-consumo.

Es sabido que, con la llegada de los españoles a Tenochtitlan, la enorme mayoría de los objetos de oro en circulación terminó en los crisoles. Sobrevivieron contadísimas piezas de alta calidad estética que hoy se encuentran en museos de Europa y los Estados Unidos. Pero sobre todo subsistieron aquellos artefactos que habían sido enterrados previamente por los mexicas en su recinto sagrado. Éstos son precisamente los materiales que hemos podido recuperar en los últimos 39 años. Y gracias a un detallado registro de campo ha sido posible documentar cada pieza en su contexto, lo que nos ha permitido dilucidar importantes cuestiones de cronología, función y significado.

Repitamos que hasta ahora se han hallado 14 ofrendas con objetos de oro. De este grupo, nueve ofrendas se encontraron en el Templo Mayor, resaltadas en el plano que acompaña a este artículo con color amarillo. Cuatro más, marcadas con rojo, estaban frente a la fachada principal de dicha pirámide y en torno al monolito de la diosa Tlaltecuhtli. Y una ofrenda adicional, marcada en color azul, se descubrió en el acceso a la Casa de las Águilas. De estas 14 ofrendas, seis fueron sepultadas por los mexicas al nivel de la plaza, seis más sobre la plataforma de la pirámide y las dos restantes en el interior de una de las capillas que coronaban la cúspide.

En lo tocante a la configuración simbólica dual del Templo Mayor, es significativo que la mayoría de las ofrendas –12 en total– estuvieran ubicadas espacialmente entre el eje central oriente-poniente de la pirámide y su fachada sur, es decir, en la mitad meridional del edificio, consagrada al culto de Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra. Recordemos a este respecto que el oro era vinculado al Sol, la luz, el calor y la temporada seca.

Cronológicamente hablando, dos ofrendas pertenecen a la etapa II, fechada por Eduardo Matos entre 1375 y 1427 d.C. Seis corresponden a la etapa IVb y datan del periodo comprendido entre 1469 y 1481. Y las seis ofrendas restantes son de la etapa VI, es decir, se remontan al periodo cuyas fechas extremas son 1486 y 1502. Lo anterior significa que tenemos bien documentada una práctica ritual de al menos 100 años de duración.

Con respecto al tipo de artefactos inhumados, podemos clasificar las 267 piezas completas en dos grandes grupos tecnológicos, siguiendo así la taxonomía de los informantes de Sahagún. Tenemos, por un lado, aquellas piezas martilladas por los teocuitlatzotzonque. Setenta y dos, o sea 26.8% del total, son esferas y cuentas esféricas de cerámica que fueron recubiertas con una delgadísima hoja de oro quizás adherida con un pegamento orgánico.

A este mismo grupo están adscritas 121 piezas elaboradas con lámina de oro, lo que equivale a 45% de la colección. Algunas fueron recortadas y perforadas, como una cinta alargada o como los pequeños pendientes discoidales con perforaciones ya centrales, ya distales. Otras piezas tienen forma de lengua bífida o de la conocida insignia militar elaborada con plumas de águila. Mencionemos también el ornamento en forma de doble voluta característico de Huitzilopochtli y la nariguera discoidal que lucen varias deidades lunares y de la fertilidad.

 

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris x-Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.

Tomado de Leonardo López Luján, “La colección arqueológica del Proyecto Templo Mayor”, Arqueología Mexicana, núm. 144, pp. 58-63.

Texto completo en las ediciones impresa y digital. Si desea adquirir un ejemplar:

https://raices.com.mx/tienda/revistas-el-oro-en-mesoamerica-AM144

https://raices.com.mx/tienda/revistas-el-oro-en-mesoamerica-AM144-digital