El origen primario del oro en la naturaleza puede ser volcanosedimentario, plutonovolcánico o detrítico, y por ahora se explica con diez hipótesis polémicas (Bache, 1987, p. 22). En la naturaleza es factible detectar oro en muchas partes, incluso en el agua del mar, pero pocas veces se halla libre y concentrado para ser aprovechado tal cual. En el mundo, las mayores reservas de oro están en minerales mixtos, es decir que este metal se encuentra unido a otros minerales y metales, principalmente el cobre, la plata y el fierro. El oro, concentrado de manera natural, se presenta en “placeres” y en muy pocas vetas cuarzosas.
En gran parte del territorio mexicano se ha hallado oro libre (“nativo”) en bajas cantidades y bajas concentraciones, es decir en yacimientos pequeños y dispersos; por ello, se puede decir que el territorio mexicano no es ni ha sido realmente rico en oro. En el área mesoamericana el oro nativo fue descubierto desde la antigüedad, en placeres, acompañado de ilmenita y de magnetita. En poco casos se le ha hallado libre, como placas e hilillos en vetas cuarcíferas.
Yacimientos de oro
Las zonas con mayor presencia de yacimientos auríferos son las siguientes: norte de Baja California, noroeste de Sonora, sur de Chihuahua, noroeste de Durango, una franja en el centro y oriente de Durango, todo Sinaloa, oeste de Zacatecas, una franja en el centro y oriente de Guerrero que alcanza al estado de México y el centro de Oaxaca (González Reina, 1944, pp. 11-17).
Actualmente, en México se obtienen unas 40 t al año en su mayor parte de yacimientos mixtos que son explotados por su contenido de otros metales además del oro. En tales yacimientos, el oro solamente puede ser aprovechado con tecnologías metalúrgicas extractivas que no fueron conocidas en la época prehispánica. Por esta circunstancia se puede afirmar que el oro aprovechado en las culturas mesoamericanas procedió de placeres y quizá, en una mínima proporción, de yacimientos de otro tipo que lo contenían libre.
Como apuntamos, los yacimientos de oro nativo en México son pequeños y están dispersos, razón por la cual este país nunca ha sido considerado rico en oro.
Sin embargo, aunque escaso, fue un metal aprovechado en cantidades modestas en varias culturas mesoamericanas. En los territorios correspondientes a tales culturas indígenas, el oro, como otros metales y minerales visualmente llamativos, fue muy apreciado por los habitantes, que tan pronto como lo descubrían eran atraídos por su color normalmente amarillo brillante, que probablemente asociaban con el Sol, así como por su alta gravedad.
El oro metálico, en estado nativo, primeramente se recogía en forma de “pepitas” de los arroyos. Cuando éstas escasearon, se aprovecharon las partículas, desde arena fina hasta polvo (< 1 mm); esto último ocurrió cuando los indígenas ya habían ideado y utilizaban la “batea de minero” para concentrarlo en ella. Cuando se popularizó el uso de la batea y los indios aprendieron a distinguir el oro, visualmente o sopesándolo, llegaron a obtenerlo en muchos lugares. Como es natural, empezaron la búsqueda en los lechos de los arroyos y siguieron por las formaciones de roca y las vetas que lo contenían, aunque para ello ya tuvieran que hacer excavaciones mineras. En el área mesoamericana los habitantes no llegaron a agotar el oro existente, pero sí dispusieron en buena medida del que se hallaba más a la mano, en forma de placeres. El poco oro de placer que aún llega a localizarse en los tiempos actuales, se presenta en partículas de polvo.
La batea de minero
Como en tiempos prehispánicos, el minero rústico utiliza en el presente la batea de minero, aunque desde el siglo XVI complementa el procedimiento con azogue para obtener el oro amalgamado que finalmente permite al minero evaporar el mercurio con fuego y disponer del oro metálico. No obstante, aunque sin la batea de minero el oro en polvo no habría sido concentrado y aprovechado de manera adecuada entre las culturas prehispánicas, en todas las épocas ha sido determinante la habilidad y el esmero de quien manipula la batea para separar eficientemente el oro en polvo. En el área mesoamericana la batea de minero fue ideada y utilizada en una producción incipiente desde el Preclásico Medio, periodo en el que se utilizaba en la concentración del cinabrio, que preferían particularmente los olmecas. La batea de minero mesoamericana consistía en un platillo con forma de casquete esférico y de poco fondo.
Aprovechamiento del oro
En la antigüedad prehispánica el oro producido en las pequeñas pero numerosas localidades mineras auríferas del área mesoamericana no pudo ser consumido localmente en su totalidad. El oro en polvo se llegó a ofrendar en Teotihuacan, donde se le halló cubriendo un túmulo (Bargalló, 1966, p. 23; Cook de Leonard, 1971, p. 189). Para el periodo Posclásico Tardío se documentó la recaudación de tributo de oro, como se muestra en algunos códices.
La cronología del aprovechamiento del oro nativo en el México prehispánico no ha sido aún determinada con certeza, pero se puede decir que al igual que en el resto del mundo, los primeros aprovechamientos ocurrieron donde el oro se hallaba a la vista y su extracción sólo requería operaciones de concentración mecánica, cuya forma más elemental consiste en recoger manualmente las partículas visibles entre el material aluvial, como arenas, limos y gravas de arroyos y ríos.
Colofón
Los numerosos yacimientos de oro en el área cultural mesoamericana, aunque pequeños y dispersos, no dejaron de ser aprovechados por los habitantes del área. Ese metal les recordaba el Sol y, por otra parte, tenía una connotación mágica y religiosa, pues se le consideraba excremento de los dioses. Las propiedades físicas del oro hicieron que su aprovechamiento pleno se diera hasta que se popularizó el uso de la batea de minero como instrumento para concentrarlo, posiblemente entre el Preclásico Medio y el Preclásico Superior. Las bateas de minero más antiguas habrían sido hechas en corteza o en madera de árboles y posteriormente en cerámica, alisadas o bruñidas como las que reconocí en la Sierra Gorda, en las culturas de Chalchihuites y otras (Langenscheidt, en prensa). Las bateas de minero aún se utilizan (en México permiten una pequeña producción de oro en operaciones rústicas), ahora forjadas en lámina de fierro, a veces porcelanizada, o bien moldeadas en plástico u otros materiales. Las zonas geológicas auríferas del área cultural mesoamericana tal vez guarden los vestigios de muy antiguas actividades mineras. En todo caso, todavía falta mucho por investigar sobre el oro en la antigüedad mesoamericana, principalmente: la localización de las explotaciones antiguas y la distribución y el consumo final del oro en polvo en el área.
Adolphus Langenscheidt. Ingeniero de minas y metalurgista por la UNAM y arqueólogo por la ENAH. Desde 1963 realizó investigaciones sobre minería prehispánica. El ingeniero Langenscheidt falleció en 2009.
Langenscheidt, Adolphus, “El oro en el área mesoamericana”, Arqueología Mexicana, num. 99, pp. 20-23.
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