En 1499 Tenochtitlan se inundó

Eduardo Matos Moctezuma

Corría el año de 1499 y regía los destinos de Tenochtitlan el tlatoani Ahuítzotl, quien gobernó el imperio entre 1486 y 1502 d.C. Curiosamente, su nombre guarda relación con el agua, pues corresponde a un animal que habita en ella y que se identifica con el ahuizote o nutria y el glifo de este mamífero identifica al dirigente. Pues resulta que, con el fin de traer más agua a Tenochtitlan proveniente de Coyoacan, el dignatario ordenó una serie de obras. Nunca se imaginó lo que sucedería. Todo comenzó con la participación de muchos pueblos que contribuyeron con diversos materiales (madera, cal, piedra, etc.) para hacer el acueducto, además de enviar a sus mejores especialistas. En palabras de Durán: “Fue tanta la gente y materiales que acudieron a tan insigne obra, que con ser trecho de dos leguas largas, no fue oida ni vista según la brevedad con que se acabó…”(Durán, 1951, p. 386). Más adelante agrega: “Acabada la insigne obra… mandó el rey Ahuítzotl se soltase el agua y se cerrasen todos los desaguaderos, y que para la venida del agua se aparejasen los niños necesarios para sacrificar en cada alcantarilla, y se vistiesen y aderezasen los sacerdotes para las ofrendas y sacrificios, y para las ceremonias que a la diosa del agua se habían de hacer…” (Durán, 1951, p. 387). Estando todo preparado, ordenó el tlatoani que se abriese el canal para dar paso al agua, no sin antes estar acompañada la corriente de agua de sacerdotes y principales de la corte, ataviados ricamente, y sacrificar codornices al paso de la corriente, a la vez que echaban pedazos de hule, copal y harina de maíz, todo ello acompañado de música de sonajas y flautas.

Señala Durán: “Venían por el camino todos los cantores del dios Tláloc, que era el dios de las pluvias y rayos, y los de la diosa del agua, todos tañendo, bailando y cantando cantares apropiados en loor del agua…” (Durán, 1951, p. 389). A lo largo del recorrido se sacrificaban niños ataviados para la ocasión y se les extraía el corazón. Al llegar a Tenochtitlan, la corriente de agua fue recibida con muchas ceremonias y palabras de agradecimiento a la deidad acuática. Pero pronto aquellos cantos se tornaron en llanto. A los pocos días de la entrada del agua ésta empezó a subir de nivel. Dice Durán: “… á cabo de cuarenta días que entraba a la ciudad, el agua de la laguna empezó a crecer y á volver á entrar por las acequias de México y á anegar algunos de los camellones sembrados” (Durán, 1951, p. 391). De inmediato se mandó hacer una albarrada para evitar esto, pero se fracasó en el intento. La situación era desesperante pues no había forma de contener el agua. La gente empezó a abandonar sus pertenencias y casas y se fue a refugiar a otras poblaciones.

Imagen: El agua que llegaba a Tenochtitlan fue tanta que hubo problemas por las inundaciones. Los mexicas decidieron pedir perdón a los habitantes de Coyoacan y hacer ofrendas a Chalchiuhtlicue, diosa de las aguas que corren, para que detuviera el gran caudal. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme. Digitalización: Raíces.

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Matos Moctezuma, Eduardo, “Las inundaciones de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana, núm. 149, pp. 46-51.

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