La ciudad sagrada era el centro natural de todos los pueblos de alrededor, cercanos y lejanos, unidos a ella en los aspectos religioso y tributario. Esta prosperidad y auge invitó a numerosos pueblos a emigrar a estas tierras, dando un matiz étnico más rico, pero quizá conservando a los originales constructores de los templos, como grupo predominante.
La grandeza no sólo se reflejó en las construcciones, sino en la organización social y económica, ya que entre otras situaciones, surgió el gran mercado o tianguis, que aparentemente se proyectó y desarrolló en el mismo sitio, al poniente del gran espacio sagrado, donde hoy está la Plaza de la Concordia o Zócalo de San Pedro.
No sabemos con certeza cómo se llamaba originalmente la ciudad, es posible que ya desde la antigüedad se le dijera Tlachihualtépec, Machihualtépec o en definitiva Tlamachihualtépetl, esta última aludiendo concretamente al “cerro hecho a mano con tierra”, o su equivalente en otomí, en totonaco o en popoloca. Los mixtecos lejanos se referían a la ciudad como Nundiyú, que significa “lugar de escaleras”, aludiendo al basamento mayor de muchos accesos escalonados, que después de ser abandonado parecía, en efecto, un cerro hecho a mano, y así lo mencionan varias fuentes, con la idea de que sus edificadores quisieran construir una montaña sagrada, casi tan alta como las que la naturaleza les había dado en el horizonte, principalmente el Xalliquehua y el Uixtotépetl, más tarde rebautizados como Popocatépetl e Iztaccíhuatl, estos y todos los de más altura, considerados moradas de los dioses, o ellos mismos como entes divinos, susceptibles de culto. Quizá también se utilizara el apelativo Acholole, que quiere decir: “el agua que escurre o se filtra”, y se refiere al manantial que sacralizó el sitio entero y que los mitos hacían “vivir y palpitar” dentro del huey teocalli.
La antigua Tollan-Tlachihualtépec, es decir, la metrópoli, abarcó un área enorme, las tierras se distribuyeron a diferentes grupos emparentados entre sí, que serían la base de los huey calpullis , cada uno dividido en tantos tlaxilacallis como se requirieran. No sabemos cuántas parcialidades tendría la ciudad para el Clásico, pero es probable que ocupara la misma extensión que actualmente corresponde a la mancha urbana, tomando en cuenta que el patrón de asentamiento predominante era disperso: con muchos espacios verdes entre los conjuntos habitacionales.
El centro vital fue, hasta el siglo VIII, el huey teocalli , la “Montaña Sagrada”, el Tlachihualtépetl, que no estaba aislado, sino rodeado de infinidad de explanadas, plazas perfectamente delimitadas y muchos templos de diversas alturas y volúmenes, dado que además de la deidad que moraba en esa mole, que era el propio señor de la lluvia, cada uno de los otros númenes requería de su propio recinto y de un basamento que lo distinguiera por encima de las casas y palacios.
Anchas y prolongadas calzadas salían de las plazas que rodeaban al huey teocalli, y al menos pueden proponerse que dos eran muy rectas y hasta empedradas. Una hacia el norte, para llegar hasta el calpulli que después se llamaría Tlatempan, la otra hacia el sur, para llegar hasta Cómac, y posiblemente a la colina donde estuvo el templo y lugar de la diosa del maíz tierno: Tonantzintlan. Hacia el frente no hay rastros de calzada alguna, pero sí de una gran plaza que fue reducida mucho tiempo después, al edificarse un teocalli de amplia base que se llamaría Acozac y reconocido también como Teopixcalco (casa sacerdotal).
Tomado de Eduardo Merlo Juárez, “Cholula, la Roma de Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 115, pp. 24-30.
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