Se trata de una cabecita masculina de terracota que, de acuerdo con el reporte del arqueólogo José García Payón, fue descubierta en el año 1933, durante unos trabajos de consolidación y excavación en la zona arqueológica de Tecáxic-Calixtlahuaca, México. La pieza estaba dentro de una ofrenda funeraria, entre varios objetos prehispánicos de barro cocido, hueso, cristal de roca, turquesa, cobre y oro. Cabe mencionar también que tanto la ofrenda misma, ubicada debajo de tres pisos intactos de una estructura piramidal, como los objetos de oro que se hallaron, hacían insostenible cualquier sospecha de alteraciones del contexto precolombino que hubieran podido llevarse a cabo durante la época colonial.
El primer comentario sobre la posible importancia del hallazgo lo hizo en 1959 el etnólogo austriaco Robert von Heine Geldern. Un año después, Ernst Boehringer, un prestigioso arqueólogo clásico y en aquel entonces presidente del Instituto Alemán de Arqueología, sugirió que la cabecita es de origen romano y que fue manufacturada entre los siglos II y III d.C. Sin embargo, el resto de los objetos de la ofrenda fueron fechados, con base en la cerámica asociada, como pertenecientes a la época Azteca-Matlatzinca (1476-1510 d.C.), y esta discrepancia cronológica dio lugar a ciertas sospechas acerca del origen y la autenticidad de la figurilla. En consecuencia, la cabecita no pudo obtener aceptación generalizada como evidencia de contactos transoceánicos precolombinos en el XXXIV Congreso Internacional de Americanistas (Viena, 1960), donde fue presentada y discutida.
En el año de 1995, el Laboratorio de Arqueometría de Heidelberg, Alemania, llevó a cabo un análisis de la pieza por medio de la termoluminiscencia y estableció como límites cronológicos de su manufactura los siglos II a.C.-VI d.C. (muestra K-717). Los análisis estilísticos complementarios realizados por especialistas en arte romano del Museo Vaticano, del Museo Británico y del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, también apoyan la hipótesis del origen romano de la figura. La revisión del sitio donde se efectuó el hallazgo y de las notas de campo del arqueólogo José García Payón no ha revelado indicios de posibles alteraciones del contexto y, por ende, de intrusión colonial de la figurilla.
Por otro lado, en las últimas tres décadas han sido publicadas varias referencias sobre el reúso de pequeños artefactos olmecas durante los periodos Clásico y Posclásico, las cuales hacen bastante verosímil la aparición de un objeto de los Siglos II-III d.C. en asociación con otros del siglo XV d.C. Especialmente sugerente en este sentido es el descubrimiento de una mascarita olmeca de mediados del primer milenio a.C., en una ofrenda funeraria del Templo Mayor de México-Tenochtitlan fechada en las últimas décadas del siglo XV d.C. Por último, el descubrimiento reciente de un asentamiento romano de los siglos I a.C.-III d.C. en la isla de Lanzarote, una de las Canarias, permite relacionar el hallazgo romano de México con algún viaje transatlántico ocurrido durante el periodo de referencia.
Romeo H. Hristov. Licenciado en arqueología por la ENAH. Realiza estudios de doctorado en el Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Salamanca, España. Miembro del proyecto: Registro y fechamiento de las posibles evidencias arqueológicas de Mesoamérica, relativas a contactos transatlánticos precolombinos (Conacyt- llA) .
Santiago Genovés T. Doctor en antropología por la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Responsable del proyecto: Registro y fechamiento de las posibles evidencias arqueológicas de Mesoamérica, relativas a contactos transatlánticos precolombinos (Conacyt-IlA).
Tomado de Romeo H. Hristov y Santiago Genovés T., “Viajes transatlánticos antes de Colón”, Arqueología Mexicana, núm. 33, pp. 48-53.
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