El área delimitada como zona de Reserva de la Biosfera de Cuicatlán-Tehuacán, que recientemente ha recibido la distinción internacional como bien mixto del Patrimonio Mundial de la UNESCO (2018), es un verdadero mosaico cultural, ya que ha sido ocupada por habitantes de varias culturas, como cuicateca, mazateca, mixteca e ixcateca. Colinda con la región Mixteca y con los Valles Centrales de Oaxaca, lo que ha determinado valiosas influencias en sus expresiones culturales.
Los recorridos arqueológicos hasta ahora efectuados en el área, aunque aún escasos, han demostrado que la presencia humana se remonta por lo menos a unos 12 000 años. En un principio la habitaron seguramente algunos grupos de cazadores de especies menores, recolectores de plantas que aprovechaban las semillas, hojas, tubérculos, raíces y frutos, así como pescadores de especies de agua dulce organizados en pequeñas bandas que explotaron los abundantes recursos naturales en la zona.
La invención de la agricultura revolucionó el sistema de vida previo, y los grupos humanos pudieron asentarse en las partes bajas de la Cañada de Cuicatlán, cerca de las fuentes permanentes de agua, dependiendo cada vez más de esa actividad. Al igual que en el valle de Oaxaca, los primeros cultivos documentados se refieren a variedades de calabaza, chile y el incipiente maíz.
La Cueva de las Manitas
Esta espectacular cueva fue descubierta en la década de 1970 por don Rafael Cruz Vázquez, custodio del INAH, y constituye uno de los mayores hallazgos de arte rupestre de que se tenga noticia en la entidad oaxaqueña. Se ubica a unos 1 000 msnm, en las inmediaciones del poblado de Santa Cruz, agencia municipal de Santiago Dominguillo, municipio de Cuicatlán.
Se trata de una cueva grande, con una boca de aproximadamente 30 m de longitud, 8 de altura y cerca de 15 de profundidad, ubicada en la parte superior de una barranca, desde la cual se domina hacia el oriente un espléndido paisaje natural. Presenta en su interior complejos motivos de pintura rupestre, y en el estrato superior evidencias inequívocas de presencia humana por largo tiempo. Éstas incluyen construcciones rústicas de pequeños muros de adobe, restos de fogones y pequeños conglomerados de fibras, probablemente de maguey masticado.
Todo el interior de la cueva presenta un mural compuesto de diferentes elementos que fueron en parte pintados sobre áreas ahumadas. Entre los motivos sobresalen cientos de manos humanas en grupos, que van desde el suelo hacia la boca de la cueva, pintadas al positivo con pinturas roja, amarilla y blanca, y al negativo sobre muro ahumado y con pintura amarilla impregnada por aspersión sobre manos humanas, izquierdas y derechas, de diferentes tallas. La imagen central y predominante en el mural la constituyen dos serpientes en color rojo, cuyas cabezas (figurativas más que realistas) se encuentran enfrentadas en actitud de ataque, al centro de la composición. Los cuerpos se prolongan hacia los lados, a lo largo de la pared natural, hasta un punto en que se convierten en una grieta natural de la que en época de lluvias sale agua; al final, la cola forma un gancho hacia arriba. Sobre una de las serpientes se aprecian pequeñas líneas verticales por medio de las cuales se trató posiblemente de representar plumas.
Nelly M. Robles García. Arqueóloga por la ENAH, maestra en conservación de arquitectura prehispánica por la ENCRYM-INAH y doctora por la Universidad de Georgia, Estados Unidos. Miembro del Comité Científico-Editorial de Arqueología Mexicana.
Robles García, Nelly M., “La cueva de las manitas. Cuicatlán, Oaxaca”, Arqueología Mexicana, núm. 155, pp. 72-78.
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