Es junio de 2001, junto con la arqueóloga Johana Padró, observábamos los huesos de animales del cuarto denominado “C251A”, de Teopancazco, excavado por Linda R. Manzanilla y su equipo. Bernardo Rodríguez comenta: “¡Vean la cantidad de huesos que hay, y todos vienen de este espacio que no mide más de tres por tres metros!” Ante la pregunta de qué tan diversa es la fauna, responde: “Hay de todo, perros, venados, tortugas, pero también hay huesos de aves muy chicas, de peces muy grandes que quizá son marinos, y ¡mira! La tenaza de un cangrejo costero”.
Se toma un minúsculo y largo hueso; sin duda era de un ave muy pequeña, quizá de canto; se piden los archivos del sitio y se busca una imagen, una pintura mural de Teopancazco.
Al verla con detalle todo va tomando sentido; un sacerdote frente a un altar con un traje muy decorado: tocado de plumas; máscara de un carnívoro, quizá un cánido; morral hecho con el caparazón de un armadillo; traje decorado con elementos marinos. “¡Miren, estamos viendo la fauna de un cuarto donde se elaboraban estos trajes!” Más tarde, Gilberto Pérez Roldán corrobora que se reconoció gran cantidad de herramientas de hueso, pero sobre todo agujas y alfileres. Estaba todo claro: ¡habíamos descubierto una “sastrería” teotihuacana!
Éste fue, sin duda, el hallazgo arqueozoológico más sorpresivo durante los 18 años que duró la investigación, pero definitivamente no fue el único, de ahí que pueda decirse, con toda certeza, que el centro de barrio de Teopancazco ha sido el espacio teotihuacano más relevante en cuanto a la importancia del recurso animal para esta cultura.
Fauna y objetos
En Teopancazco se reconocieron 357 piezas de hueso manufacturado, entre herramientas, adornos y otros objetos. En la “sastrería” se localizaron agujas, alfileres, punzones, botones, incrustaciones, pendientes y cuentas, relacionados con la elaboración de trajes para las elites intermedias, como sacerdotes y patrocinadores de artesanos. Las herramientas óseas indican que hubo, además, otros oficios, como las plegaderas de papel amate, leznas y agujas para el trabajo de tocados de plumas, cinceles y objetos romos para desbastar la concha, pizarra y mica que eran cosidas a las vestimentas.
La fauna íctica de Teopancazco es sorprendente; sobresalen los restos de Lutjanus (huachinango), Ictalarus (bagre), Lile (sardina), Centropomus (robalo), sin duda el resultado de un intercambio que se gestaba entre los antiguos habitantes de la costa veracruzana y los teotihuacanos. Los animales eran pescados y salados, ahumados o secados al sol, antes de ser transportados. La especie más abundante del registro y en la que más énfasis se hizo en su procesamiento fue el pez bobo (Joturus pichardi), especie en peligro de extinción, pero de gran influjo cultural en la costa veracruzana desde tiempos antiguos. Vive en ríos de montaña, pero desova en las desembocaduras en noviembre. En el presente se asocia su arribo a las fiestas del día de muertos, y antaño su llegada se relacionaba con el fin de la temporada de lluvia y el tiempo de cosecha. Por todo esto, el pez bobo fue un elemento importante de los banquetes y como ofrenda en ritos diversos, todo lo cual vemos en Teopancazco.
La fauna de Teopancazco estudiada abarca desde inicios de nuestra era hasta el siglo VI. Se reconocieron cerca de 3 500 organismos vertebrados (junto con cangrejos y un erizo marino) que fueron utilizados de diversas formas: mascotas, comida, adornos, pieles, animales de sacrificio, amuletos, herramientas y más. Algunos eran fauna habitual de los teotihuacanos: perros, guajolotes, venados, conejos y liebres; otros eran conocidos, pero tratados con cautela: lobo, puma, aves de presa; y otros más eran desconocidos para casi cualquier habitante de la ciudad: venado, cabrito, cocodrilo, barracuda, robalo y mero.
La arqueofauna de Teopancazco corresponde a dos fases. En la primera, desde sus orígenes hasta inicios del siglo IV, la fauna aparece en contextos, diríamos, habituales: entierros, espacios domésticos, basureros. Y en la segunda, del siglo IV al VI, surge la manufactura de trajes; muchos hallazgos significativos aparecieron bajo los pisos, entre el material que se acumulaba antes de las labores de reconstrucción para elevar el nivel de los nuevos pisos. Ese material, llamado “relleno”, era basura o sedimentos acarreados del campo, pero en Teopancazco se incluían materiales de valor simbólico, por ejemplo cabezas de perro, esqueletos de guajolotes, huesos de fauna tropical, quizá para dejar a los dioses mensajes u ofrendas, pero ocultos, para evitar su robo posterior.
Raúl Valadez Azúa. Doctor en ciencias biológicas. Responsable del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
Bernardo Rodríguez Galicia. Biólogo y doctor en antropología, miembro del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
Gilberto Pérez Roldán. Doctor en antropología. Profesor investigador y responsable del Laboratorio de Arqueozoología de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Valadez Azúa, Raúl et al., “La fauna y la producción de trajes en Teopancazco.Viajes a las costas, grandes banquetes, compañeros hasta el fin”, Arqueología Mexicana, núm. 157, pp. 43-47.
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