El estudio de la técnica pictórica consiste en responder a preguntas del tipo: ¿cómo fueron hechas las pinturas?, ¿qué materiales se emplearon en su fabricación?, ¿cómo fue el procedimiento artístico?, ¿cuál fue la secuencia de aplicación?, y a partir de esta identificación, ¿qué podemos aprender sobre su función, su uso y sus creadores? Para ello primero debemos comprender qué es la pintura mural y cuáles son los estratos que la componen: la pintura mural consiste en la aplicación de formas y colores sobre la superficie de enlucidos de cal o arcilla que recubren los muros de una edificación, con la finalidad de crear efectos ópticos distintos al de la superficie original y, en algunos casos, conformar imágenes o formas distintivas.
En el contexto mesoamericano, para decorar una superficie mural primero se aplicaba una capa de mortero grueso sobre el núcleo constructivo; este procedimiento lo hacía homogéneo en textura y color. Sobre esta capa, que llamamos aplanado o revoque, se aplicaba una delgada capa de aplanado con cargas más finas, el enlucido, y sobre ésta se colocaban los colores, o bien un estuco ya coloreado con los pigmentos. Existe un importante vínculo material entre la capa de pintura, los aplanados y el muro subyacente, por lo cual todos estos estratos materiales forman parte integral del sistema pictórico.
Los aplanados se realizaban a partir de morteros o argamasas compuestos por un cementante y cargas de arena de diversos tamaños, que tenían una función mecánica y de resistencia frente al secado. El conocimiento de las propiedades de los materiales cementantes permitió a las culturas mesoamericanas desarrollar tecnologías para mejorar sus propiedades de fraguado, al añadir gomas o exudados vegetales que servían como plastificantes que formaban estratos de gran permanencia, “que han sobrevivido siglos en condiciones ambientales adversas, lo cual representa una característica ejemplar de la tradición pictórica del México antiguo” (Magaloni, 2000, p. 109).
La cal fue una materia prima fundamental para la construcción de las ciudades y edificios de las culturas mesoamericanas, por lo que su obtención y preparación fue de interés para los cronistas, entre ellos Sahagún quien menciona que:
…el que trata en cal, quiebra la piedra de que hace la cal y la cuece, y después la mata; y para cocerla, o hacerla viva junta primero toda la piedra que es buena para hacer cal; y métela después en el horno, donde la quema con harta leña, y después que la tiene cocida o quemada, mátala para aumentarla. Este tal tratante unas veces vende la cal viva, y otras veces muerta, y la cal que es buena sácala de la piedra que se llama cacalótetl quemada, o de la piedra que se llama tepétlatl (1979, p. 570).
La distinta naturaleza de los componentes de muros y aplanados respondía a tradiciones locales y, a su vez, permitía dotar de significado a algunos ámbitos que estuvieran dedicados a conceptos rituales específicos, como en el caso del recinto interior del Edificio A de Cacaxtla, en el que la pintura fue plasmada sobre aplanados de tierra, mientras que los murales de jambas y el pórtico exterior se encuentran sobre aplanados de cal; esta diferenciación en los materiales de los revestimientos sirvió simbólicamente para enfatizar el concepto del espacio como una cueva (Magaloni et al., 2013).
Amaranta González Hurtado. Licenciada en restauración por la ENCRYM, INAH, especializada en conservación arqueológica y pintura mural, y maestra en historia del arte por la FFYL, UNAM. Investigadora en el proyecto “La pintura mural prehispánica en México”. Profesora investigadora en conservación de la Facultad del Hábitat, Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Tomado de Amaranta González Hurtado, “Técnica y arte en los murales mesoamericanos”, Arqueología Mexicana, núm. 162, pp. 45-51.