Con frecuencia se subestiman las diferencias que existen entre los diversos calendarios mesoamericanos. Aunque buena parte de las investigaciones se han enfocado en el análisis de los principios generales compartidos, es importante tener en cuenta que si bien su estructura es similar, su contenido es diferente, por lo que no puede tomarse ninguno de esos calendarios como modelo para interpretar a los otros.
Los orígenes de la escritura y de los calendarios son temas muy cercanos ya que datan de la misma época y, tanto aquélla como éstos, aparecen por primera vez en los monumentos de piedra labrada del valle de Oaxaca.
A pesar de que el primer calendario en piedra que aparece es zapoteco (600-500 a.C.), uno más complejo proviene de la costa del Golfo (al parecer es zoque) y data de ca. 50 a.C.; el sistema calendárico maya es más o menos de 250 d.C., y le siguen los calendarios mixteco y mexica. Cada civilización tuvo formas específicas de escritura y también cada una tuvo su calendario. Más que de un calendario mesoamericano uniforme, debemos hablar de un calendario zapoteco, de uno zoque, de uno maya, de otro mexica y de uno más tarasco.
No un calendario, sino varios
Los calendarios mesoamericanos son parecidos en su estructura pero su contenido es diferente: son distintos los nombres de los días, y los significados de estos últimos difieren; los días que fungen como portadores o cargadores (nombres de los años) no son iguales, y los años comienzan en días distintos. Es por esto que no podemos usar el muy conocido calendario mexica como modelo para interpretar otros menos conocidos como el matlatzinca, el tarasco o el otomí.
Tampoco fue uniforme el calendario usado por los mexicas en la Cuenca de México o dentro de sus dominios. Se usaron diferentes nombres de días en Tenochtitlan, Texcoco, Tepepulco, Tlatelolco, Metztitlan, Cuauhtitlan, etc. Los investigadores de la década de los cincuenta –Alfonso Caso, Paul Kirchhoff y Wigberto Jiménez Moreno– señalan que los distintos pueblos nahuas usaron diversos calendarios, y que algunos comenzaban en días distintos. Caso señala: “Una de las cuestiones más controvertidas sobre el calendario mexicano es el mes por el que principiaba el año”. En Guerrero tenemos otro ejemplo de un pueblo que utilizó un calendario con características propias. En vez de usar numerales del 1 al 13, en el calendario de Azoyú, Guerrero, se utilizaron numerales del 2 al 14. En suma, con frecuencia se subestiman las diferencias entre los calendarios, y gran parte de las investigaciones se centran en los principios generales que comparten.
El calendario de 260 días
El calendario mesoamericano más antiguo es el de 260 días. Como todos los pueblos de la región usaron este calendario, se le considera uno de los rasgos culturales que definen las fronteras de Mesoamérica en términos geográficos, y que separa a las culturas de esta última –que tienen un origen común– de otras desarrolladas fuera de la zona mesoamericana. La unidad temporal de 260 días constituye el “calendario sagrado”, que combina 20 días con 13 numerales (20 x 13 = 260). Este calendario ritual se llamó tonalpohualli entre los mexicas y piye entre los zapotecos.
El calendario de 365 días
Para el ciclo anual de acontecimientos mundanos no bastaba el calendario de 260 días; por ello, los mesoamericanos utilizaron otro que corresponde al ciclo solar de 365 días. Constaba de 18 “meses” de 20 días (360 días) y de cinco días adicionales. Los cinco días del final del año fueron llamados nemontemi por los mexicas, y uayeb, o decimonoveno mes, por los mayas. Cada grupo lingüístico tuvo nombres diferentes para el calendario de 365 días. Entre los mexicas fue xíhuitl; yza para los zapotecos; cuiya para los mixtecos, y haab (365 días) o tun (360 días), entre los mayas.
Los numerales
Todos los pueblos de Mesoamérica tuvieron sistemas de numeración vigesimales. Este sistema se basa en múltiplos de 20, a diferencia del sistema decimal nuestro, basado en múltiplos de 10, o del mesopotámico, con base en múltiplos de 60. Desde 600 a.C. y hasta 900 d.C., la mayor parte de los pueblos de Mesoamérica usaron dos elementos para escribir los números: un punto, con valor uno, y una barra, con valor cinco. Con esta combinación se escribían todos los números del 1 al 19. Después del 19 venía el cero, seguido del uno, dos, tres, y así sucesivamente. Después de 900 d.C. los mixtecos y los mexicas escribieron los números con puntos y ya casi no usaron las barras. La posición de los números también tuvo un valor (especialmente entre los pueblos de la costa del Golfo después de 50 a.C., y entre los mayas de las Tierras Bajas), como ocurre en nuestros decimales 10, 100, 1000, etc. Los equivalentes vigesimales eran 1, 20, 400, 8 000 y 160 000, en otras palabras, 20 unidades del primer grupo formaban una unidad del segundo, y así sucesivamente.
La notación numérica posicional y el cero
Los pueblos del sur de México inventaron un sistema posicional de numeración, y con ello establecieron el concepto matemático del cero. Con esta notación posicional de valores podían anotar cinco unidades de tiempo. Usaremos los términos mayas porque no sabemos cómo se llamaron tales unidades en la costa del Golfo en 50 a.C. La unidad más pequeña fue el día, kin. En el segundo orden tenemos un uinal, que constaba de 20 días. El tercer orden debería ser 400 en un sistema ortodoxamente vigesimal, pero los mayas introdujeron una modificación para que la unidad se aproximara a la duración real del año de 365 días. Es por eso que la tercera unidad es un tun, de 360 días o 18 uinales, en vez de los 20 uinales que le corresponderían. La cuarta unidad era el katún, de 20 tunes, y la quinta era el baktún, de 20 katunes.
La fecha-era o punto de partida de los calendarios
Al parecer, entre todos los pueblos de Mesoamérica, solamente los de la costa del Golfo y los mayas tuvieron una fecha base o de inicio, una fecha-era. A partir de ella calculaban el número de días que habían transcurrido hasta el evento que querían registrar. El punto de partida era 13.0.0.0.0 (4 ahau 8 cumkú), que significaba que se habían completado 13 baktunes y que el baktún uno apenas comenzaba. Este punto de partida o fecha-era corresponde al 13 de agosto de 3114 a.C. Al principio de muchas inscripciones encontramos el glifo introductorio de la serie inicial, el cual señala que la fecha que sigue corresponde a la cuenta larga. La fecha se calculaba partiendo de 3114 a.C., y los días transcurridos a partir de entonces se señalan en una notación de valor posicional.
La rueda calendárica de 52 años
Los habitantes de Mesoamérica supieron que los calendarios de 260 y de 365 días coincidían cada 52 años. Llamamos a este periodo rueda calendárica, la cual es la unidad de 52 años o 18 980 días con distinta denominación. Para establecer los nombres de cada año en una rueda de 52, los zapotecos, mixtecos y mexicas tomaron prestados los nombres de cuatro días.
Los mexicas designaban a los años usando los nombres de los días ácatl (caña), técpatl (pedernal), calli (casa) y tochtli (conejo). Cada símbolo de día estaba asociado a un número diferente del uno al 13 (4 nombres de día x 13 numerales = 52 nombres de año). Los mexicas llamaron a un “siglo” de 52 años, xiuhmolpilli o “atadura de años”.
La antigüedad del calendario de 260 días
La amplia difusión de los calendarios con características y estructura semejantes –desde los pueblos del norte de México hasta Honduras, con diferentes lenguas– nos hace pensar que estos calendarios son muy antiguos; tal vez datan de ca. 2000-1000 a.C., época de las primeras aldeas.
Los calendarios de 260 días estuvieron vigentes desde 600 a.C. hasta 1580 d.C. Uno de sus propósitos era proporcionar nombres para los niños. Los zapotecos, mixtecos y mexicas acostumbraban nombrar a los niños según el día de su nacimiento. Por eso vemos en los textos prehispánicos nombres como 8 Venado, 5 Flor, 2 Movimiento y 11 Lagarto.
El calendario de 260 días se utilizó también con el propósito de determinar quién era una buena pareja para el matrimonio. Según Antonio de Herrera, estudioso del siglo XVI, los hombres y mujeres mixtecos no podían casarse con alguien que tuviera el mismo número o nombre de día de nacimiento, por ejemplo, 1 Caña y 1 Viento. Lo ideal era que el número del día del nombre del esposo fuera mayor que el de la novia. En 1992 se realizó un análisis minucioso de 1661 nombres mixtecos de hombres nobles y de 951 mujeres nobles. Los nombres, analizados por Robert Whallon, muestran que se preferían algunos y se evitaban otros. El análisis indica que si un niño noble mixteco nacía en un día desfavorable, los padres debían esperar otro favorable para darle ese nombre al niño y mejorar su destino. Fray Bernardino de Sahagún indica que los mexicas utilizaban el mismo método para asegurar un futuro venturoso a sus hijos.
Las fuentes del siglo XVI señalan la gran influencia que ejercía la combinación de nombres y números de los días del calendario de 260 días en la vida de nobles y plebeyos de toda Mesoamérica. La bondad o malicia de los nombres y números de los días determinaba también cuándo sembrar o cosechar, cuándo comenzar las contiendas bélicas, y cuándo celebrar esponsales entre nobles, entre otras cosas. Este sistema de augurios afectaba a todos los individuos, puesto que la influencia de la fecha de nacimiento moldeaba y modelaba, según se creía, la vida entera.
Evidencias arqueológicas del calendario mesoamericano
La primera evidencia del uso de un calendario de 260 días proviene del valle de Oaxaca, en la región zapoteca. El Monumento 3 de San José Mogote, 15 km al norte de la ciudad de Oaxaca, es una piedra labrada que se usó como umbral de un corredor entre dos edificios. Data de 600 o 500 a.C., del final de la fase Rosario. En él se muestra el cuerpo extendido de un cautivo, al cual se le ha extraído el corazón. Entre ambas piernas vemos el glifo del día 1L del calendario zapoteco de 260 días. Se trata, tal vez, del nombre del cautivo según su fecha de nacimiento, de acuerdo con este calendario.
Parecería, por lo tanto, que el primer escrito zapoteco fue el “pie” de la representación de un enemigo sacrificado. Esta interpretación se ve reforzada por las estelas 12 y 13 de Monte Albán (500 a 400 a.C.), asociadas al Edificio L, en cuya pared oriental hubo una galería de 300 cautivos desnudos sacrificados. (Estas figuras fueron erróneamente llamadas “danzantes”, pues se trata más bien de cadáveres.)
Las estelas 12 y 13 tienen “pies” que explican quiénes eran estos enemigos, y en ellos encontramos evidencia del uso de un calendario de 260 días y del “siglo” de 52 años. En la Estela 12 vemos el ejemplo más antiguo que conocemos de un signo de año y de un portador de año. Sabemos cómo localizar este año (4M) en el “siglo” zapoteco, pero por desconocer el punto de partida no podemos fecharlo con precisión en nuestro cómputo, como sí lo podemos hacer con una fecha maya de la cuenta larga.
La escritura parecería haberse inventado, en la región zapoteca cuando menos, para permitir a los jefes o gobernantes victoriosos mostrar los nombres, fechas y acontecimientos asociados a la captura y sacrificio de enemigos de alto rango. Parece significativo que los temas que tuvieron que ser registrados más tempranamente con textos y jeroglíficos fueran las victorias militares y el sacrificio de rivales. Entre 200 a.C. y 100 d.C. se añadieron nombres de lugares a los textos de Monte Albán. Se trata de sitios que sus gobernantes consideraron subordinados a su control político. Hacia 150 d.C. los dirigentes de La Mojarra, Veracruz, erigieron un monumento a un gobernante con un texto mucho más amplio que cualquiera de los encontrados en Monte Albán.
Complejidad de los sistemas de escritura
¿Por qué son más largos y complejos los sistemas más primitivos de escritura? Resulta paradójico que los pueblos más tardíos de Oaxaca, como los mixtecos de 900 a 1500 d.C., escribieran textos más cortos que los más antiguos de Monte Albán. Los textos jeroglíficos de los códices mixtecos son apenas notas que proporcionan los nombres de los nobles, y las fechas de esponsales, muertes o conquistas de lugares. En general, los códices mixtecos tardíos y las genealogías zapotecas de 1200-1500 d.C. contienen el mismo tipo de información que vemos en los monumentos de piedra del valle de Oaxaca de 250-900 d.C. Los códices se parecen más a los murales de 250-900 d.C., pues ambos son pintados y en ellos más que glifos se usaron imágenes y escenas que narran una historia. En esto, mixtecos y mexicas se parecen: unos y otros usan imágenes y escenas más que los glifos para narrar su historia.
Los mayas de las Tierras Bajas escribieron textos largos entre 292 y 800 d.C., y entre 800 y 1500 d.C. los textos se acortan. ¿Por qué? Una diferencia radica en que las piedras labradas más antiguas dan un mensaje basándose sobre todo en glifos; en cambio, en los códices (de papel o pergamino), más recientes, se usan escenas e imágenes para narrar. Otra diferencia serían los temas que tratan. La mayor parte de los textos mayas sobre piedra se refieren a temas históricos o dinásticos, en tanto que los pocos códices de esa cultura que conocemos se centran en calendarios, en rituales y en predicciones.
La escritura y los calendarios mayas fueron los que mayor complejidad alcanzaron entre los pueblos mesoamericanos. Esto se debió a varias razones: los mayas no se conformaron con anotar fechas relacionadas con la vida de sus gobernantes; pretendían, además, vincularlos con fechas y deidades de tiempos ancestrales. En el Tablero de la Cruz Foliada de Palenque leemos un mito de creación, que acontece en tiempos mitológicos. El texto anota el nacimiento de una mujer el 7 de diciembre de 3121 a.C. (seis años antes de la fecha inicial), y el de un hombre el 16 de junio de 3122 a.C. Estos personajes parecen ser la “pareja primigenia”, análoga a la primera pareja mencionada en el prólogo de los códices mixtecos. Para legitimar y sacralizar su derecho al trono, los gobernantes mayas se vinculaban a esta pareja divina y originaria, que vivió antes de la fecha de creación situada en 3114 a.C.
Si bien los académicos distinguen entre una era mítica y otra histórica, los mayas no lo hicieron así. Los gobernantes mayas demostraron que podían: 1) manejar miles de años; 2) dar cuenta de acontecimientos previos y posteriores a la creación (fecha inicial de 3114 a.C.); 3) prever eventos, batallas por ejemplo, y hacerlos coincidir con acontecimientos astronómicos; 4) elegir fechas para ceremonias futuras que ocurrieran en aniversarios de hechos pasados, como la aparición de la diosa que sucedió milenios antes, y 5) crear una continuidad histórica ininterrumpida desde el pasado más remoto hasta el presente, desde la pareja divina hasta el momento en que reinaban.
Traducción: Elisa Ramírez
Joyce Marcus. Curadora de arqueología latinoamericana de la Universidad de Michigan, tiene la cátedra “Elman R. Service Profesor of Cultural Evolution”. Sus trabajos más recientes se refieren a sistemas de escritura en México y aplicaciones del “modelo dinámico” en el funcionamiento de los estados zapoteco, maya, mixteco y mexica.
Marcus. Joyce, “Los calendarios prehispánicos”, Arqueología Mexicana, núm. 41, pp. 12-19.
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