El juego de pelota con bastones de Tepantitla, Teotihuacan, era un juego brutal en el cual se enfrentaban individuos que usaban pocas protecciones para el cuerpo (Baudez, 2007). Invariablemente, varios jugadores resultaban heridos en el transcurso del partido. Se les sacaba del área de juego para después, muy probablemente, sacrificarlos. Es legítimo preguntarse si no se jugaba principalmente para dejar a la suerte la selección de futuras víctimas. ¿Podría aplicarse esta hipótesis a otros juegos mesoamericanos? ¿Cuál era la relación entre juego y sacrificio? Considero que tres tipos de enfrentamiento servían para obtener víctimas sacrificiales: los juegos de pelota, las guerras y las batallas rituales.
En su excelente tesis de 1997 sobre la iconografía de Dainzú, Oaxaca, Heather Orr sostiene que la confrontación ilustrada en unas 20 lajas esculpidas de ese sitio, así como en otras pictografías, se puede comparar a las batallas rituales de la Danza de los Tigres de Guerrero y a las del tinku andino. Los principales argumentos de Orr son los siguientes:
1) los enfrentamientos de Dainzú son sumamente violentos y muestran a los vencedores amenazando a los vencidos, quienes caen hacia atrás; 2) todos los participantes usan un atuendo acolchado a manera de armadura y un casco con rejilla; 3) a pesar de estas protecciones, las posturas de los personajes en tierra, es decir de los vencidos, son las de heridos graves o cadáveres; 4) los objetos redondos que sostienen en las manos pueden ser tanto piedras como pelotas.
Pese a estos muy convincentes argumentos para interpretar los relieves de Dainzú como escenas de batalla, Orr describe esta confrontación como un juego de pelota. El subtítulo de su tesis es “The Ballplayer Carvings at Dainzu” (“Los relieves de jugadores de pelota en Dainzú”) y el título de un subsecuente artículo de 2003 es “Ballgame as Combat Ritual” (“El juego de pelota como combate ritual”). En mi artículo (2007) también he confundido juego de pelota y combate ritual, y sólo más tarde me di cuenta de lo injustificado de tal confusión. En efecto, la acción representada en Dainzú es ya un juego de pelota, ya una batalla ritual. Si se consideran los argumentos presentados por Orr, no hay pelota ni juego sino un combate, al parecer concertado entre dos bandos y que producía heridos graves e incluso muertos. Se ha empleado tanto la expresión “juego de pelota de Dainzú” que cuesta deshacerse de ella. Del mismo modo, Taube y Zender, en un artículo reciente (2009) repiten la misma confusión al referirse a players (“jugadores”). Además de las guerras y de los juegos de pelota, los mesoamericanos habrían tenido un tercer tipo de confrontación colectiva: la batalla ritual. De la batalla ritual se pueden distinguir tres subtipos: el combate a muerte, el combate amañado y el combate fingido. En los combates a muerte el objetivo era matar, y a los heridos se les sacrificaba posteriormente. En el amañado, los combatientes designados para perder eran levemente heridos y luego sacrificados. Uno de sus más famosos ejemplos es el “sacrificio gladiatorio” mexica (tlahuahuanaliztli, “rayamiento”), que se llevaba a cabo en la fiesta de tlacaxipehualiztli (desollamiento de hombres).
Era una danza en la cual se representaba una pelea desigual entre varios guerreros bien armados y con libertad de movimiento, y una víctima dotada de armas ficticias y atada a una gran piedra cilíndrica (temalácatl). La danza terminaba en el momento en que la víctima herida (“rayada”) empezaba a sangrar, para luego ser sacrificada arrancándole el corazón y desollándola. El mexica que vestía su piel se identificaba con el enemigo sacrificado, resucitándolo. El patrocinio del dios Xipe Tótec, manifestado por su atuendo que cubría la piel del desollado, aseguraba la asimilación entre el vencedor y el vencido.
Tomado de Baudez, Claude-François, “Batallas rituales en Mesoamérica. Parte 1”, Arqueología Mexicana, núm. 112, pp. 20-29.
• Claude-François Baudez (1932-2013). Director de investigación honorario del Centre National de la Recherche Scientifique de Francia. Ha realizado investigaciones arqueológicas en Costa Rica, Honduras y México.
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