Ya durante la Colonia, en el siglo XVII, el bachiller Hernando Ruiz de Alarcón–hermano de Juan, el célebre dramaturgo– recogió de los indígenas la historia del nacimiento del Sol a partir del sacrificio de Nanahuatzin (pp. 55-58). Era un mito conocido, con algunas variantes, gracias a fuentes anteriores. Ruiz de Alarcón agregó al relato una explicación importantísima que viene a ser clave para entender el hipermito. Nos dice que los indígenas de la Nueva España creían en la existencia de dos siglos o dos mundos. El primero estaba poblado por una especie de hombres, a los que los indígenas atribuyeron alma racional. Estos seres fueron los que se transmutaron en el Sol, en la Luna y en los animales del segundo siglo. A esto se debía –sostuvo el bachiller– que los indígenas veneraran al Sol como a un dios y que creyeran que podían invocar a los astros y a las criaturas mundanas hablándoles en sus conjuros, pues subsistía en ellos el alma racional que habían tenido en el primer siglo. Agregó que la transformación fue posible gracias a la muerte por el fuego de los hombres del primer siglo, y que las características de la criatura que de cada uno de ellos nacía correspondía a los méritos que él había tenido como ser del mundo primero.
Entendamos en términos actuales las palabras de Ruiz de Alarcón. Los dos siglos o dos mundos del bachiller son la dimensión espacio-temporal de los dioses y la dimensión espacio-temporal mundana, la de las criaturas. El “género de hombres” del primer siglo fueron los dioses, a quienes los indígenas imaginaron como seres antropoicos, esto es, con atributos de pensamiento, con sentimientos, entendimiento, voluntad, agencia, y con las calidades propias de los humanos en su vida social, como la comunicación. Los dioses tenían, pues, interrelaciones tan cargadas de amor, odio, agresión, deseo de venganza, como las que eran propias en las comunidades de los hombres. Al ser todos estos dioses diferentes, cada uno, tras su muerte, renacería convertido en creador-criatura de una clase de ente mundano. En su interioridad, los múltiples individuos de cada clase conservarían su calidad antropoica original, lo que explica que, hasta nuestros días, la tradición mesoamericana conciba a todas las criaturas provistas de un alma: los humanos, los animales, los vegetales, las rocas, las montañas, las lluvias, los astros…
López Austin, Alfredo, “Los incalculables personajes del mito”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 92, pp. 17-22.