Los incensarios del Grupo de las Cruces, Palenque

Martha Cuevas García

El hallazgo de más de un centenar de incensarios en Palenque abre nuevas posibilidades para comprender la compleja iconografía y la función ritual de estos magníficos objetos.

 

Durante los últimos diez años se han llevado a cabo exploraciones arqueológicas en el Grupo de las Cruces, el área ceremonial más importante de la antigua ciudad de Palenque. Las excavaciones revelaron la presencia de numerosos incensarios compuestos que fueron enterrados por los antiguos palencanos generalmente en los basamentos de los edificios. La existencia de estos magníficos objetos de cerámica ya había sido detectada desde épocas previas, pero gracias a las investigaciones recientes se recuperó tal cantidad de ejemplares, que actualmente la colección supera el centenar. Los incensarios fueron elementos imprescindibles en la vida ceremonial de Palenque; las ofrendas depositadas en ellos eran quemadas para transformarlas en sustancias ligeras capaces de llegar al ámbito de las deidades.

Los depósitos más numerosos fueron localizados en las fachadas poniente de los templos de la Cruz, de la Cruz Foliada, del Sol y XIV, y en menor cantidad en el Grupo XV. Asimismo, se identificó que el patrón más frecuente consistió en enterrar los objetos directamente en el núcleo de los basamentos y no dentro de cámaras o cistas y que, por lo general, se colocaron en posición vertical y con una orientación específica.

Por lo general, los incensarios se localizaron fragmentados e incompletos, a consecuencia de diferentes factores que incidieron en su estado de conservación. Además de los efectos provocados por los elementos naturales, las piezas se alteraron principalmente a causa del tipo de depósito que realizaron los mayas. Al colocarlos dentro de los basamentos, los incensarios recibieron directamente el impacto y la presión de la tierra y las rocas calizas que forman el núcleo del edificio, lo que ocasionó la fractura y remoción de sus partes. Aunado a esto, la diferencia en las técnicas de manufactura empleadas condicionó la buena o mala calidad de sus pastas cerámicas.

Se les conoce como incensarios compuestos porque están formados por dos elementos: el pedestal y un cajete-brasero, que se colocaba en la parte superior. Este último es de forma cónica y en él se depositaban las resinas vegetales y la sangre que se quemaban durante los rituales. El pedestal o portaincensario es un cilindro hueco al que se adosan dos secciones laterales de forma rectangular, conocidas como “aletas”. Una de sus caras era profusamente decorada con una compleja variedad de elementos iconográficos, dispuestos en forma vertical, entre los que destaca el mascarón central, que normalmente muestra el rostro de alguno de los dioses de la tríada de Palenque, principalmente de los conocidos como G I y G III. Otros pedestales, en un número menor, muestran rostros humanos modelados de manera naturalista, que posiblemente corresponden a los antepasados de la dinastía palencana.

Los incensarios como árboles cósmicos

Las valiosas aportaciones de Alfredo López Austin en relación con la importancia y significado de los árboles cósmicos mesoamericanos nos permite identificar con mayor claridad la función de los incensarios palencanos. En el pensamiento indígena ha existido la creencia de que entre los distintos ámbitos del universo, cielo, tierra e inframundo, se llevó a cabo un constante flujo de energía divina que hizo posible la existencia sobre la tierra. Para establecer esa permanente comunicación se utilizaron diferentes vías, entre las cuales destaca la imagen del árbol cósmico. López Austin los llama “caminos de dioses”, por su función como vías de comunicación entre las moradas de los dioses y el mundo de los hombres (López Austin, 1993, p. 47).

Si analizamos las características formales e iconográficas de los incensarios palencanos, se advierte que fueron concebidos como árboles cósmicos estructurados a partir de una composición simbólica unitaria: la imagen de la ceiba-cocodrilo. Los incensarios llevan siempre un mascarón inferior con el rostro del Monstruo Imix, entidad que es una personificación directa de la ceiba-cocodrilo y que aparece en los árboles cósmicos como representación del nivel inferior, en el punto donde se juntan el tronco y las raíces, es decir, la sección en donde se unen pero también se diferencian los niveles terrestre e infraterrestre. Este ser tiene rasgos de lagarto, ofidio y tapir y durante el Preclásico Tardío se le representó de manera naturalista como un lagarto. Es también la “variante de cabeza” del día imix, el primero del calendario maya equivalente a cipactli, “lagarto”, en el Altiplano Central.

Durante el tiempo sagrado del ritual, los incensarios eran receptáculos en donde encarnaban los dioses, y mediante la quema de resinas aromáticas y de sangre se realizaba el proceso de alimentación y comunicación con esas divinidades. Es por eso que los incensarios tienen una forma cilíndrica y vertical, como el tronco de un árbol, hueco en su interior, por donde esas esencias aromáticas fluían a través de los diferentes niveles del cosmos, así como la savia, la sangre vegetal, corre por el interior de los árboles (Cuevas y Bernal, en prensa).

Encima del mascarón de Imix, generalmente aparece el rostro de G I, el Sol Joven, o de G III, el dios Sol Jaguar del Inframundo. Bajo ambos aspectos, la deidad solar aparece representada en el tronco del árbol incensario aludiendo a su tránsito por ese axis mundi. Una de las representaciones más antiguas y nítidas de este concepto se encuentra en la Estela 2 de Izapa, Chiapas, en la que la deidad solar se introduce por un árbol cuyas raíces fueron representadas como la cabeza de un lagarto.

 

Martha Cuevas García. Arqueóloga. Doctora en estudios mesoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Investigadora del INAH, MNA, Proyecto Palenque.

Cuevas García, Martha., “Los incensarios del Grupo de las Cruces, Palenque”, Arqueología Mexicana, núm. 45, pp. 54-61.

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