Noroeste/Suroeste. El colapso protohistórico o “el siglo perdido”

Elisa Villalpando

Durante 1450-1540, ciertamente, la región evidencia una disminución considerable de la población, movimientos de comunidades completas a gran escala y cambios notables en la organización de aquellas que prevalecieron. Estos cambios ocurrieron en un contexto de degradación ambiental severa que volvió la agricultura más precaria en las áreas adyacentes a los centros regionales, lo que indudablemente debió influir en la dieta y en las condiciones de salud de las poblaciones. Tales condiciones de estrés llevaron al abandono de los centros donde había existido una concentración de poder y a la elección de asentamientos de menores dimensiones, con grupos más reducidos de habitantes. Una de las consecuencias de esos cambios es la presencia de un registro arqueológico menos visible. A pesar de esto, y gracias a la presencia de ciertos elementos iconográficos que han subsistido en algunas de las poblaciones indígenas actuales, cuya tradición oral los liga con los habitantes prehispánicos del área como sucede con los hopi y los zunia, la evidencia sugiere que los enclaves de inmigrantes estaban relacionados entre sí dentro de una red que mantenía una identidad compartida.

Un ejemplo interesante de estas discontinuidades se halla en la relación entre la cultura arqueológica hohokam y los grupos hablantes de pima del periodo histórico del Noroeste/Suroeste. Ésta ha sido de gran interés para los arqueólogos del Suroeste norteamericano, pues muchos de ellos consideran a los grupos o’odham como los descendientes directos de los hohokam, mientras que otros proponen que son descendientes de grupos que irrumpieron en el norte de Sonora y sur de Arizona después del colapso de las comunidades hohokam. Para los o’odham, sus ancestros se encuentran tanto en los grupos locales prehispánicos como en los grupos emergentes posteriores  que habrían arribado mezclándose con las disminuidas poblaciones remanentes en una hibridación cultural. A pesar de esto, es innegable que en el registro arqueológico existe una discontinuidad tanto en la arquitectura como en los materiales (cerámica, lítica, ornamentos, ubicación y características del sistema de enterramiento) asociados con las comunidades de ese “siglo perdido”. Los asentamientos de tal periodo que se han encontrado tanto en Arizona y Sonora como en Chihuahua y Nuevo México son del tipo ranchería, con casas de planta oval cuyos cimientos están marcados por alineamientos simples de rocas, que soportaron estructuras bastante efímeras de ramas y ripiado de lodo. Los recipientes cerámicos se identifican como el tipo Whetstone Liso y las puntas de proyectil son de dimensiones muy pequeñas con muescas basales y lados aserrados.

Dentro de la tradición Trincheras, en el valle de Altar se observa para este periodo un menor número de sitios ocupados, aunque dentro del mismo patrón de asentamiento de aldeas sobre las terrazas aluviales adyacentes al río, con evidencias arquitectónicas y de artefactos que se han relacionado con las comunidades protohistóricas.

Por otra parte, en los asentamientos de las cuencas de los ríos Santa Cruz y San Pedro –en el actual estado de Arizona– la concurrencia de dos complejos de puntas de proyectil ha permitido postular que se habría presentado un proceso de etnogénesis de grupos agricultores pimanos con algunos grupos de movilidad residencial que incursionaban en Arizona y posiblemente Sonora, desde Nuevo México, Chihuahua y Texas. Aunque cabe la posibilidad de que la presencia de las puntas de proyectil de esos grupos pudiera haber sido el resultado de enfrentamientos violentos o ataques a los grupos sedentarios que se reconocen para ese periodo como sobaipuris (Seymour, 2011).

Es por esas razones que, en este sentido, no habría existido verdaderamente un “siglo perdido” entre las ocupaciones del periodo Prehispánico Tardío y los recuentos de los primeros expedicionarios sino, más bien, una presencia menos evidente de sociedades menos complejas que las que caracterizaron las tradiciones arqueológicas previas. Esta mezcla de grupos sobaipuris, apaches, manzo, sumas, janos y jocomes fue la que habría entrado en contacto con las expediciones españolas del siglo xvi en las cuatro esquinas internacionales. De ahí que sea posible concluir, entonces, que el periodo Protohistórico del Noroeste/Suroeste se habría caracterizado por migraciones y mezcla de poblaciones, coalescencia, un gradual descenso demográfico, el eventual abandono de algunas áreas y la movilidad de la población hacia otras regiones más norteñas.

Ahora bien, es importante señalar que la narrativa de los primeros expedicionarios del norte de Nueva España da cuenta de poblaciones más numerosas y asentamientos más complejos que los que encontraron los misioneros y capitanes españoles a fines del siglo posterior, especialmente en el área que vino a ser conocida como la Pimería Alta, donde se congregaron los primeros pueblos de misión hasta 1690.

 

Elisa Villalpando Canchola. Arqueóloga egresada de la ENAH, estudió el doctorado de historia en El Colegio de México. Investigadora del Centro INAH Sonora.

Villalpando, Elisa, “Noroeste/Suroeste. El colapso protohistórico o “el siglo perdido”, Arqueología Mexicana, núm. 160, pp. 71-77.