Aurora Montúfar López
La recuperación de semillas de amaranto, como ofrenda al dios de la lluvia en algunas ollas Tláloc del Templo Mayor de Tenochtitlan, el festejo y recreación prehispánicas de los dioses pluviales en masa de amaranto y la manufactura, con esta masa, de imágenes alusivas al agua en los rituales por la lluvia, sugieren un vínculo sagrado entre el tiempo y el amaranto.
El estudio botánico de algunas ollas Tláloc del Templo Mayor de Tenochtitlan, mediante una metodología específica para la recuperación e identificación de estructuras vegetales (hojas, flores, frutos y semillas), permite conocer las plantas, su deposición intencional y trascendencia utilitaria (sustento, ritual, salud, etc.), actividades agrícolas, de recolección, así como aspectos generales de la vegetación y climas locales o regionales y, en su caso, especies alóctonas obtenidas como tributo, en un tiempo y un espacio determinados. Los datos sobre flora se relacionan con la información histórica novohispana y la etnografía, para definir la relevancia simbólica de algunas plantas y su pervivencia como elementos rituales mesoamericanos.
Antecedentes arqueológicos del amaranto
Las plantas del género Amaranthus, llamadas comúnmente amaranto, alegría, quelite, quintonil o bledo, han sido recuperadas en contextos arqueológicos con más de 5 000 años, por ejemplo, las cuevas secas del valle de Tehuacán, Puebla, cuando los cazadores-recolectores iniciaban el proceso de domesticación del maíz (Mangelsdorf et al., 1967). Con el establecimiento de la agricultura, los quelites se vieron favorecidos, pues son plantas que se desarrollan preferentemente entre los terrenos de cultivo y caminos. Los amarantos (a excepción de la alegría Amaranthus hypochondriacus L., que es una planta cultivada) son hierbas de recolección y han formado parte de la dieta humana en las zonas templadas y cálidas de México, según registros prehistóricos, prehispánicos, novohispanos y contemporáneos.
Algunas semillas arqueológicas de amaranto han sido encontradas en los sedimentos prehispánicos del subsuelo de Tlatelolco, en ciertos inmuebles del Centro Histórico de la Ciudad de México: Palacio Nacional, Museo Nacional de las Culturas, Catedral Metropolitana y Templo Mayor de Tenochtitlan, principalmente.
Amaranto en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan
Desde el inicio del Proyecto Templo Mayor, en 1978, algunas de las ofrendas excavadas contenían vasijas de cerámica con la efigie del dios de la lluvia, denominadas ollas Tláloc. Entre 1997 y 2000 se analizó el contenido botánico de las ollas Tláloc de las ofrendas 000X y 102, la primera de la Casa de las Águilas y la segunda de la Casa de las Ajaracas o Mayorazgo de Nava Chávez, donde se trabajó a partir del hallazgo de la escultura de Tlaltecuhtli, “señora de la Tierra”, durante la séptima temporada de excavaciones del Proyecto Templo Mayor (2006-2015), dirigida por el Dr. Leonardo López Luján. De las ofrendas allí registradas, se estudiaron los restos vegetales en las vasijas de los depósitos 120, 126 y 141 y del 166 de la Plaza Gamio, como parte del Programa de Arqueología Urbana del Proyecto Templo Mayor.
Estas ofrendas aparecieron en la margen occidental del Templo Mayor de Tenochtitlan, a uno y otro lado del eje imaginario este-oeste, que divide al recinto sagrado en dos mitades, la del norte, presidida por el dios de la lluvia, Tláloc, y la del sur, por el dios guerrero Huitzilopochtli. La ubicación central de estos depósitos sugiere que fueron inhumados para venerar a ambos dioses. Las ofrendas se relacionan con la guerra y la agricultura, aspectos básicos de la economía mexica, asociados con la producción agrícola y la conquista de nuevos territorios que permitía obtener tributos.
Amaranto y otras semillas en las ollas Tláloc
El contenido de las ollas Tláloc era una ofrenda exclusiva para la divinidad acuática. Su estudio botánico mostró la presencia común de semillas de quelite (Amaranthus sp.), chía (Salvia hispanica L.) y epazote (Chenopodium sp.), que aparecieron acompañadas indistintamente por semillas de chía de Colima o chiantzotzol [Hyptis suaveolens (L.) Poit], yauhtli o pericón (Tagetes lucida Cav.), calabaza (Cucurbita pepo L.) y copal (Bursera bipinnata Engl.). Chía y calabaza son plantas cultivadas y las demás son de recolección, las primeras provenientes de la Cuenca de México, y el copal y la chía de Colima y otras regiones, probablemente como tributo.
El registro de miles de semillas de amaranto, entre otras, manifiesta abundancia: lluvia y fertilidad agrícola. Estas simientes, como parte de la ofrenda a Tláloc, están vinculadas simbólicamente con el buen temporal y la fecundidad, fenómenos que propician la producción de los mantenimientos, la vida y el equilibrio del universo, según el pensamiento religioso mesoamericano.
Antecedentes históricos y simbolismo de las ollas Tláloc
Los recipientes globulares asociados con los dioses del agua se remontan al Preclásico; las ollas con innegable rostro de Tláloc aparecen en Teotihuacan en la fase Tzacualli (1-150 d.C.), en la Pirámide del Sol, y en Oztoyahualco. Su manufactura prosigue durante el Epiclásico (650-900 d.C.), por ejemplo los vasos y jarras efigie de Xochicalco. En el Posclásico (900-1521 d.C.) se difunden ampliamente y se encuentran como ofrenda en templos, cerros, cuevas, lagunas y manantiales. Estas vasijas son ofrendas por excelencia a los dioses pluviales. En Tula y en el Templo Mayor de Tenochtitlan algunas ofrendas contienen ollas Tláloc pintadas de azul (con cuentas de piedra verde), recostadas y con la boca inclinada sobre un cajete azul, posición que refleja el acto de verter el líquido precioso sobre la tierra (López Luján, 2009).
En Mesoamérica se creía que las lluvias procedían de la acción directa de los pequeños dioses de la lluvia (los tlaloque), que habitan en los cuatro rumbos del universo y portan el agua en ollas que vacían sobre la tierra; éstas son equiparadas con las nubes. Las ollas azules con la faz de Tláloc son llamadas “ollas de nubes”, se les concibe como unidad ofrenda-divinidad y se les asocia con la regeneración del agua y la fertilidad, elementos revitalizadores de la naturaleza año tras año (López Austin y López Luján, 2009). Estas ollas también eran equiparadas con los cerros, los continentes de agua desde donde los dioses creaban la lluvia (López Luján, 2006).
La percepción de los montes como depósitos de agua permanece en el pensamiento religioso mesoamericano: así, los nahuas de Temalacatzingo, Guerrero, hacen rituales de petición de lluvia y agradecimiento por la cosecha en la cima del cerro Quiauhtépetl, que consideran está lleno de agua (Montúfar, 2013).
Aurora Montúfar López. Doctora en ciencias por la UNAM. Investigadora del INAH, especialista en arqueobotánica y coordinadora del proyecto “Excerpta arqueobotánica” del INAH. Autora de Los copales mexicanos y la resina sagrada del Templo Mayor de Tenochtitlan (México, 2007).
Montúfar López, Aurora, “Ofrendas de amaranto para los dioses de la lluvia. Tradición mesoamericana”, Arqueología Mexicana núm. 138, pp. 54-58.