Origen y creación de los bultos sagrados

Lo que guardan los antiguos libros

Manuel A. Hermann Lejarazu

Según lo señalan diversas fuentes, códices y relatos recopilados por no pocos misioneros españoles, el bulto sagrado fue una de las manifestaciones religiosas más importantes de los antiguos indígenas mesoamericanos. Numerosos pueblos de habla nahua, maya, quiché, mixteco, zapoteco y aun purhépecha conservaban durante las primeras décadas de dominio colonial un culto bastante extendido a los bultos sagrados, que contenían objetos, reliquias, instrumentos o símbolos relacionados con los dioses. De acuerdo con fray Gerónimo de Mendieta (2002, I, p. 184), el bulto era el principal “ídolo” al que los indígenas le tenían mucha reverencia, incluso, por encima de las figuras de piedra o madera.

Mendieta refiere un interesante pasaje que podríamos interpretar como un relato sobre el origen de los bultos sagrados en el centro de México. El contexto es muy importante, ya que cita una de las tantas versiones sobre el origen del Sol y la Luna en la legendaria Teotihuacan, pero con la diferencia de que los sacerdotes de los dioses convocados alrededor de la hoguera recogieron los restos de las deidades sacrificadas. El cronista franciscano menciona:

Y viendo los dichos dioses que [el Sol] no hacía su curso, acordaron de enviar a Tlotli por su mensajero, que de su parte le dijese y mandase hiciese su curso; y él respondió que no se mudaría del lugar donde estaba hasta haberlos muerto y destruidos a ellos; de la cual respuesta, por una parte temerosos, y por otra enojados, uno de ellos, que llamaba Citli, tomó un arco y tres flechas, y tiró al Sol para le clavar la frente: el Sol se abajó y así no le dio: tiróle otra flecha la segunda vez y hurtóle el cuerpo, y lo mismo hizo a la tercera: y enojado el Sol tomó una de aquellas flechas y tiróla al Citli , y enclavóle la frente, de que luego murió. Viendo esto los otros dioses desmayaron, pareciéndoles que no podían prevalecer contra el Sol: y como desesperados, acordaron de matarse y sacrificarse todos por el pecho; y el ministro de este sacrificio fue Xólotl, que abriéndolos por el pecho con un navajón, los mató, y después se mató a sí mismo, y dejaron cada uno de ellos la ropa que traía (que era una manta) a los devotos que tenía, en memoria de su devoción y amistad. Y así aplacado el Sol hizo su curso. Y estos devotos o servidores de los dichos dioses muertos, envolvían estas mantas en ciertos palos, y haciendo una muesca o agujero al palo, le ponían por corazón unas pedrezuelas verdes y cuero de culebra y tigre, y a este envoltorio decían tlaquimilolli, y cada uno le ponía el nombre de aquel demonio que le había dado la manta, y éste era el principal ídolo que tenían en mucha reverencia, y no tenían en tanta como a éste a los bestiones o figuras de piedra o de palo que ellos hacían. Refiere el mismo padre fray Andrés de Olmos, que él halló en Tlalmanalco uno de estos ídolos envuelto en muchas mantas, aunque ya medio podridas de tenerlo escondido (Mendieta, 2002, I, pp. 183-184).

Sin duda, es elocuente el relato de Mendieta al narrar con detalle el origen de los primeros bultos sagrados que fueron creados por los mismos sacerdotes a partir de las mantas que vestían a los dioses, por lo que el bulto era parte de la divinidad que aún se conservaba, de cierto modo, a través de objetos o reliquias que quedaron en poder de los sacerdotes.

Según la Leyenda de los Soles, algo semejante ocurrió con el bulto de la diosa Itzpapálotl, pues los dioses xiuhteteuctin se apoderaron de ella y la quemaron, pero de cuyo cuerpo brotaron chispas y cuatro pedernales de diversos colores: verde, blanco, amarillo, rojo y negro: “Luego Mixcóhuatl tomó por dios al pedernal blanco; lo envolvieron, y él se lo echó a cuestas. Fue a combatir a Comallan, cargando el pedernal  de su diosa Itzpapálotl y cuando los comaltecas se enteraron, le salieron al encuentro a Mixcóahuatl, le ofrecieron de comer y con eso lo aplacaron” (Mitos e historias de los antiguos mexicanos, 2002, p. 189).

En los códices prehispánicos existen numerosas escenas de sacerdotes llevando a cuestas los bultos sagrados con la finalidad de fundar pueblos, templos o aun dinastías gobernantes de importantes señoríos. En el Códice Nuttall se encuentra el bulto de 9 Viento, Tachi o Ehécatl (“viento” en mixteco y náhuatl), en la cima de un cerro blanco rodeado de pequeños pedernales. En la Mixteca, 9 Viento es la deidad creadora que baja del cielo e interviene en el origen y ordenamiento del mundo, dando lugar tanto al nacimiento de los hombres como a la fundación de sus señoríos.

En el Códice Borgia también existen relatos paralelos que muestran la intervención de un personaje con atributos de Ehécatl y Tezcatlipoca, que propicia el surgimiento de objetos preciosos del interior de un bulto sagrado. En la página 35 de este códice, Ehécatl-Tezcatlipoca y un individuo que se distingue por dos vírgulas dibujadas en el rostro recogen un envoltorio de la entrada de un templo nocturno en donde aparentemente hay una enorme serpiente en el techo. Con el envoltorio cargado en la espalda de uno de ellos, ambos personajes recorren un camino azul que los llevará a la apertura del gran bulto de donde surgirán representaciones de vientos nocturnos, aves de diversos colores y seres pintados de negro con tocados puntiagudos asociados al agua, la sangre, las mazorcas de maíz, el maguey, el jade, un águila y lo que parece una planta. Todo el conjunto de objetos preciosos representan, sin duda, elementos fundamentales para la vida, las ceremonias y el mantenimiento de los hombres que fueron originados dentro de un bulto sagrado.

 

Hermann Lejarazu, Manuel A., “Origen y creación de los bultos sagrados”, Arqueología Mexicana núm. 145, pp. 84-85.

 

Manuel A. Hermann Lejarazu. Doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigador en el CIESAS-D.F. Se especializa en el análisis de códices y documentos de la Mixteca, así como en historia prehispánica y colonial de la región. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 

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