Ritos mortuorios prehispánicos

Patrick Johansson K.

Las modalidades de los ritos funerarios indígenas variaban notablemente en función de la manera en que había ocurrido la muerte y, consecuentemente, del lugar hacia el cual se dirigía el difunto; también variaban de acuerdo con su estrato social. En la cultura náhuatl, lo primero que se hacía era cortar al difunto un mechón de la coronilla (píochtli), el cual contenía el principio anímico del ser o tonalli. En esta ceremonia se repetía lo que se hacía cuando nacía una criatura, a la que se le cortaba el diminuto mechón del cabello de la coronilla, el cual se conservaba durante toda la vida. Estos dos mechones se colocaban después de la ceremonia en una urna de cenizas o en la tumba, según el caso. Se procedía luego al lavado del cuerpo y a su amortajamiento. Si el difunto era una persona humilde, se le envolvía en su petate con algunas mantas. Si pertenecía a la nobleza, la mortaja consistía en atavíos ele dioses. Durante esta ceremonia se vertía agua sobre el cuerpo, se colocaban banderas de papel sobre la mortaja y se le hablaba al difunto. Se le colocaba en la boca una piedra de jade o de obsidiana según su nivel social. Los mayas, además, llenaban la boca del difunto con maíz molido y con la bebida llamada koyem (agua con maíz desleído). Una máscara de barro, de madera o de turquesa, cubría el rostro del bulto mortuorio así configurado y delante de él se colocaba una ofrenda con distintos manjares, principalmente tamales, tortillas y, además, pulque, si el difunto era señor o guerrero.

Parientes y amigos acudían luego a despedirse del occiso y se elevaban cantos de lamentación (tlacolcuícatl) en los que se expresaba de manera dramática y catártica el dolor, cantos "de suciedad" (tzocuícatl), los cuales permitían integrar, de alguna manera, la putrefacción y el mal olor al contexto ceremonial.

 

Zan yeica níchoca, nicnotlamati

nonicnocahualoc ín tenahuac

tlaltícpac

¿Quen connequí moyollo

ypalnemoaní?

Ma oc mellel onquíza ycnopillotl

Ma oc timalihui monahuac titeotl

An tinechmíquitlaní

(Cantares Mexicanos, f. 13r)

 

Por eso lloro, me aflijo

Quedo abandonado entre la

gente en la Tierra

¿Qué quiere tu corazón Dador

de la vida?

Que salga de tu pecho la miseria

Que supure cerca de ti, dios

Ah, deseas mi muerte.

En el caso de una muerte en la guerra, las viudas bailaban hasta el cansancio, revestidas con las insignias de su marido, dentro del cerco formado por los guerreros. En este caso no se tenía el cadáver del difunto, por lo que se hacía un bulto con palos de ocote que se cubría con las insignias de los guerreros muertos. Después de cuatro días de cantos y bailes, el difunto era conducido a la pira funeraria, donde era incinerado, o al lugar de su entierro, según el caso. Entre los nahuas, la cremación comenzaba al atardecer, si la muerte había sido natural, o a la medianoche, si había ocurrido en la guerra o en sacrificio. Sacerdotes ataviados con la imagen del dios de la muerte se encargaban de la incineración del cadáver. Se elaboraban estatuas de los difuntos, las cuales, entre los mayas, servían de contenedores de las cenizas.

Los cuerpos o las cenizas se enterraban en el piso mismo de la casa o cerca de ella, con algunas de las pertenencias del difunto y distintos objetos de carácter mítico-ritual. En la zona maya a veces se construyeron verdaderos mausoleos para abrigar a los señores difuntos.

 

Patrick Johansson K. Doctor en letras por la Universidad de París (Sorbona). Investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de literatura náhuatl en la Facultad de Filosofía y Letras, ambos en la UNAM. Profesor del Instituto Mexicano de Tanatología.

Johansson K., Patrick, “La muerte en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, núm. 60, pp. 46-53.

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