Tlaltecuhtli y la andesita de lamprobolita

María Barajas Rocha et al.

Los análisis de la piedra

La efigie de la diosa Tlaltecuhtli fue esculpida en una roca rosácea bastante suave que se usó extensivamente en la arquitectura y la escultura de sitios arqueológicos de la Cuenca de México como Tenochtitlan, Tlatelolco, Santa Cecilia Acatitlan y Tenayuca. En un primer momento y como resultado de una concienzuda inspección visual del monolito cuando estaba in situ, nos percatamos de que la textura de dicha roca era porfídica; este tipo de textura es consecuencia directa del predominio de grandes cristales, generalmente bien conformados o “fenocristales”. En el caso de la Tlaltecuhtli, eran notorios los fenocristales de feldespatos y de minerales ferromagnesianos, aquellos blanquecinos y éstos casi negros. También logramos observar entonces que la roca tenía una estructura fluidal y seudoestraficada que se conformaba por la sucesión de bandas con diferentes tonalidades. Tales bandas, orientadas en forma paralela con respecto a la superficie esculpida, son producto del alineamiento de los minerales cuando la lava está aún en movimiento, pero comienza a solidificarse. A partir de esta caracterización megascópica, llegamos a la conclusión preliminar de que la roca en cuestión era de origen volcánico extrusivo y dedujimos que se trataba de una andesita.

A continuación y valiéndonos de un espectrómetro de dispersión de energía (EDS) para definir la composición química elemental de la roca, identificamos altos porcentajes de silicio, aluminio, potasio y sodio, lo que suele ser común en las andesitas. Luego realizamos un estudio petrográfico para ahondar en aspectos tales como la mineralogía y la textura. Con tal fin, tomamos varias muestras del monolito, preparamos con ellas láminas delgadas y las examinamos con un microscopio petrográfico. Por una parte, notamos que los minerales ferromagnesianos pertenecían al grupo de los anfíboles y que eran en concreto de lamprobolita, también conocida como hornblenda basáltica. Por el otro, pudimos precisar que los feldespatos eran plagioclasas sódicas, específicamente cristales de andesina y oligoclasa. También registramos la presencia, aunque en menores porcentajes, de hematita, cuarzo y piroxenos. Finalmente, advertimos que la roca poseía una textura porfídica merocristalina y que la matriz era hialopilítica-vítrea. Reunidos estos resultados, confirmamos que la escultura fue esculpida en una andesita de lamprobolita.

En relación con esta clase de roca, es interesante señalar que los antiguos habitantes de la Cuenca de México la conocían tanto con el nombre genérico náhuatl de iztáctetl (“piedra blanca”) como con el específico de tenayocátetl (“piedra de Tenayuca”). Sabemos que los mexicas y sus vecinos la apreciaban por estar seudoestratificada en bandas de espesor variable, lo que les permitía generar fracturas planas con gran facilidad y elaborar así magníficas losetas para pisos, huellas de escalones, piedras esquineras, basas de pilastras, ductos de drenajes, sillares para cajas de ofrenda y lápidas con relieves profundos.

 

María Barajas Rocha. Licenciada en restauración por la ENCRYM y coordinadora de restauración del Proyecto Templo Mayor, INAH.

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Universidad de París y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.

Giacomo Chiari. Profesor de mineralogía aplicada de la Universidad de Turín hasta 2003 y jefe del Departamento de Ciencia en el Instituto de Conservación Getty hasta 2013.

Jaime Torres Trejo. Ingeniero geólogo por el IPN y profesor-investigador de la ENCRYM .

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Barajas Rocha, et al., “La materialidad del arte. La piedra y los colores de la Tlaltecuhtli”, Arqueología Mexicana, núm. 141, pp. 18-27.

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