Tlazoltéotl

Silvia Trejo

Tlazoltéotl era diosa de la pasión y de la lujuria. Había otras cuatro diosas hermanas, igualmente “aptas para el amor carnal”, y a todas ellas se les llamaba Tlazoltéotl o Ixcuina. Todas provocaban el apasionamiento en el amor y el apetito desenfrenado de los deseos carnales, pero también lo retiraban, por eso las adoraban y las temían. Esta pasión de amor provocaba ocasionalmente el adulterio, el cual era considerado una transgresión, una suciedad, y se penalizaba gravemente cortando las narices a los amantes.

Quienes cometían otras violaciones a la ley, como la embriaguez, el crimen, el robo, podían confesarse y limpiarse, y con ello quedaban exonerados, tanto moral como legalmente. Las transgresiones, vistas como pecados por los cronistas, podían confesarse ante un sacerdote de Tezcatlipoca una vez en la vida, lo cual ocurría ya en la vejez. Pero los “pecados de adulterio” se limpiaban ante un sacerdote de Tlazoltéotl, que recibía la suciedad; Tlazoltéotl era, por lo tanto, la “comedora de cosas sucias”, esto es, del pecado carnal. Su nombre quiere decir literalmente “diosa de la suciedad”, de la carnalidad sucia.

Tlazoltéotl, por lo tanto, provocaba el adulterio mediante el amor apasionado y carnal, pero también lo perdonaba. Si las faltas eran graves, la penitencia consistía en ayunar durante cuatro días a partir de la fiesta en honor de las diosas de la carnalidad o del día que descendían las Cihuateteo, “divinidades femeninas”, que eran las mujeres muertas en el primer parto, y que bajaban en determinados días a sus adoratorios en las encrucijadas de los caminos; allí los infractores debían depositar vestidos de papel y ofrendas. Después, tendrían que perforarse la lengua con una espina de maguey y pasar mimbres por la horadación para impregnarlos con sangre, la cual debían salpicar hacia atrás. Los sacerdotes que oían la confesión e imponían la penitencia eran aquellos que leían la fortuna de los recién nacidos en sus libros adivinatorios.

La diosa del amor carnal también lo era del arte adivinatorio. La adoraban los sacerdotes antes mencionados y las adivinas que leían la suerte echando granos de maíz, los que ven cosas en el agua o por medio de cordeles. Era la diosa de la medicina y de las hierbas medicinales; de los médicos en general, de los que hacen sangrías, los que ponen lavados, los que purgan, los que curan los ojos, los que quitan el mal a la gente, los que sacan gusanos de los dientes y de los ojos.

También era la diosa de las embarazadas y de las parturientas y, en este sentido, era una divinidad lunar. Propiciaba los buenos partos y protegía a las Cihuateteo, que formaban su séquito. Todas ellas habitaban en el occidente. Era asimismo protectora de las parteras: de las que atienden los partos, de las que acomodan al niño y de las que hacen abortar. Después de parir, la mujer tomaba un baño de vapor en el temazcal; Tlazoltéotl era la diosa de los temazcales, en cuya entrada se colocaba su efigie y, por eso, los dueños de los temazcales la adoraban. La llamaban la abuela del temazcal y en este sentido era igualada con la diosa Toci, la madre de los dioses, “corazón de la tierra” o “entraña de la tierra”. Se trata de la gran paridora, la anciana madre de la tierra.

De todo lo anterior se puede concluir que Xochiquétzal es una metáfora de la joven que da placer sexual a los jóvenes y que representa la tentación que hace caer a los hombres castos; es naturalmente hermosa, joven y alegre. Tlazoltéotl en cambio es la barredora de la transgresión sexual, del adulterio, el cual era castigado físicamente y requería de confesión y ofrendas para ser limpiado.

 

Silvia Trejo. Historiadora de arte prehispánico e iconografista y doctora en antropología. Fue coordinadora de las Mesas Redondas de Palenque del INAH.

Tomado de Silvia Trejo, “Xochiquétzal y Tlazoltéotl. Diosas mexicanas del amor y la sexualidad”, Arqueología Mexicana, núm. 87, pp. 18-25

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