Los yaquis (yoemem) y los mayos (yoremem) son grupos nativos que persisten de una decena de “naciones” hoy extintas que habitaban parte del Noroeste mexicano al momento del Contacto. Compartieron origen, vecindad, instituciones y lengua (cahíta, de filiación yuto-nahua), y se distribuían entre los ríos Yaqui (norte) y Mocorito (sur), el pie de la Sierra Madre Occidental (oriente) y la costa del Océano Pacífico (poniente). En el siglo XVI conformaron diversos tipos de organización política entablando guerras y alianzas. A la postre, bajo los regímenes colonial, novohispano y mexicano redefinieron las bases de su organización social, política, religiosa y territorial.
La presencia de los cahítas en la región tiene más de 2000 años. Desde entonces el maíz representó su principal sustento, con dos cosechas anuales (de regadío y de temporal). Este manejo agrícola de los ríos y de las lluvias continuó –al menos entre los mayos– hasta 1950, en tanto que la cacería, la recolección y la pesca, también de larga data, aún persiste entre algunas familias como actividades secundarias.
Hacia el 1100 d.C. los cahítas ingresaron al circuito de intercambios de la red Aztatlán, lo que supuso una variación fundamental a su tradición. Se incorporaron elementos del Mundo Flor, que en ese entonces se expandía desde el sur y que alcanzó hasta el Suroeste estadounidense. Aún falta precisar qué tipo de relación entablaron los cahítas con Paquimé, pero es un hecho que este complejo simbólico comprendía relaciones entre el maíz y las flores, el Sol Joven de Primavera y el alba, el camino solar y el Venado, las aves canoras y el canto, entre otras.
Actualmente, los yaquis y los mayos actualizan tales relaciones en función de dos universos transitorios: Juyya Ánia (Mundo de los Árboles) y Sewa Ánia (Mundo Flor), siendo éste el estado florido de aquél. Su principal deidad, el Cristo-Sol-Venado, rige los estados de carencia (secas) y abundancia (lluvias), entreverados estos con la historia mítica de su nacimiento en el solsticio de invierno, y de su niñez y paso a la adultez en el período que comprende la llegada de la primavera y la transición hacia el verano. Es en este proceso cuando emergen múltiples personajes con quienes mantiene relaciones de alter ego, identificándose y oponiéndose con ellos a la vez. Así como el Sol Joven de Primavera contiene en potencia su condición adulta que vendrá a suplantarlo, de igual manera ésta se encuentra constituida por el Niño que le precede y en el cual se reconvertirá.
En este volumen el lector encontrará aspectos de arqueología, historia y etnología de los cahítas que arrojan luz sobre su presencia, pasada y presente, en un mundo que ellos transforman constantemente en muchos mundos. Los rastros de su historia milenaria –indicada por los restos materiales y los textos escritos–, pero también la ritualidad y la mitología que producen actualmente, nos ayudan a comprender “a vuelo de pájaro” el pensamiento de estos pueblos hermanos que no han cesado en la lucha por su derecho a existir y diferir.