El tzompantli y el juego de pelota

Emilie Carreón Blaine

La relación entre el tzompantli –la empalizada de cráneos– y el tlachtli, la cancha de juego, se determina por medio del supuesto de que el jugador vencido era decapitado y su cráneo colocado en el tzompantli. Las actividades y sucesos ligados a cada uno de esos espacios en la época prehispánica se analizan para demostrar la naturaleza del vínculo entre ellos.

 

Los estudiosos del México antiguo comparten la tesis de una relación entre el tzompantli y el tlachtli. De ello hace mención la bibliografía académica que aborda el culto a la cabeza-trofeo y a las ceremonias que concluían exhibiendo cráneos en el contexto de sacrificios humanos, mientras que las investigaciones que determinan los componentes del juego de pelota también sugieren la posibilidad de que en la cancha se desarrollaban ceremonias que culminaban en el tzompantli.

Se conoce bien lo referente al juego de pelota y a las actividades que ahí tenían lugar. Más limitadas son las pesquisas respecto al tzompantli, quizás debido a que se conocen al menos 1 500 canchas y apenas una treintena de estructuras identificadas como tzompantli. Muestra lo anterior que no todo tlachtli tiene tzompantli, y viceversa. Cabe preguntar entonces si esta conjunción es la norma para establecer la relación. Más aún, debido a que tal vínculo se puede detectar en determinados modelos, una vez que se distingue entre las actividades que se despliegan en la cancha y las del sacrificio de un jugador al finalizar la contienda, se pueden registrar las diferencias entre las variadas modalidades de exposición de los restos humanos y el tzompantli.

Para entender las bases que apoyan estas ideas, tres verbos expresan el funcionamiento de la articulación: jugar, sacrificar y ofrendar. Delinean tales acciones los momentos en que se vinculan los espacios y demuestran la especificidad de los actos que ahí se desarrollaban.

 

Jugar

En el tlachtli se practicaba el juego llamado ulamaliztli, que se originó en Mesoamérica hace más de tres mil años, en una región donde creció el árbol del hule a partir del cual se fabricaba la pelota que se golpeaba con la cadera o el antebrazo. El juego tenía un significado ancestral que reflejaba una relación con las fuerzas cósmicas y cultos a la fertilidad. Era parte de una cosmovisión basada en conceptos de dualismo, regeneración y comunicación con lo sobrenatural.

La técnica del juego perduró y su práctica se modificó. La cancha presentó importantes variantes: el tipo de edificios asociados no siempre fue igual; su distribución, el número de canchas, sus dimensiones y forma, sus marcadores y banquetas, también cambiaron. El equipo que portaban los jugadores no fue una excepción. Desde el Clásico Medio hasta el Terminal (600 d.C. al 1000 d.C.) vestían un elaborado equipo: yugo, hacha, palma y candado, conjunto de objetos que la arqueología ha recuperado. El ritual asociado al juego también se transformó, y seguramente las creencias  de cada pueblo que lo practicó. Abundan escenas de un jugador decapitado, de cuyo cuello brota sangre en forma de serpientes, y que está sentado sobre un disco con un cráneo al centro. Asimismo, en esas escenas frecuentemente está representado otro personaje, quien sostiene en su mano derecha un cuchillo de pedernal y en la izquierda la cabeza cercenada.

 

Sacrificar

En la propuesta de una relación entre el tzompantli y el tlachtli va implícito el supuesto de que un jugador de pelota es sacrificado. Tal fue la aceptación de esa hipótesis, que a partir de la primera mitad del siglo xx fue vista como natural y se convirtió en un referente obligado.

El jugador está representado en una serie de vasijas de la región de Tiquisate, Escuintla, Guatemala, y son
notables las semejanzas temáticas y formales con los ejemplos de varios sitios en el estado de Veracruz. En la región de Río Blanco, una serie de cuencos tienen igualmente esa imagen, así como algunos relieves de El Tajín, uno de los paneles del juego de pelota sur y la tableta trapezoidal de la Pirámide de los Nichos la ostentan. Se descubre además en la pintura mural de Las Higueras, en las cuatro estelas que provienen de Aparicio, Vega de Alatorre, y en el Monumento 2 de Cerro de las Mesas (conocido como Estela de Papaloapan).

Las analogías entre esas imágenes y las de Chichén Itzá, Yucatán, son notables. La escena aparece en los relieves de tres de sus canchas. Se ve en el juego de pelota de Las Monjas y en las banquetas labradas de la Casa Colorada, ambas edificaciones en estilo Puuc del Clásico. En el área de Chichén Itzá, de influencia tolteca, en los muros del juego de pelota monumental, los relieves del Templo norte y la gran piedra hemisférica, también está presente el jugador decapitado.

Representado en relieves, pintura mural y alfarería, se le identifica como el jugador vencido. Sin embargo, ya que en el ritual lo que se ofrenda debe ser lo mejor para cumplir plenamente su cometido, se ha propuesto que era el ganador o un sustituto de éste, posiblemente un cautivo, el que se sacrificaba al concluir la contienda.

 

Emilie Carreón Blaine. Doctora en antropología histórica por la École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, Francia. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM. Su línea de estudio principal está enfocada hacia el arte indígena de México.

 

Carreón Blaine, Emilie, “El tzompantli y el juego de pelota”, Arqueología Mexicana núm. 148, pp. 34-39.

 

Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:

http://raices.com.mx/tienda/revistas-los-tzompantlis-en-mesoamerica-AM148