El panteón mexica
En los estudios sobre las religiones prehispánicas, la palabra "panteón" se utiliza para designar a las numerosas deidades que pertenecen a las diversas culturas mesoamericanas. Aquí se pretende esbozar la complejidad del panteón mexica, desde su punto más remoto en el espacio y el tiempo míticos -el treceavo cielo, lugar de la pareja creadora- hasta una de sus características más sobresalientes: la intención globalizadora del pensamiento mexica en cuanto al universo divino y natural.
La palabra "panteón", en su acepción original griega, significa "todo dios", y en lengua latina, se refiere al templo romano dedicado a todos los dioses; en los estudios acerca de las culturas prehispánicas, dicha palabra se utiliza para designar a los conjuntos integrados por numerosas deidades pertenecientes a diversas culturas mesoamericanas. Este politeísmo -aunado a otras dificultades que existían en los intentos por comprender lo desconocido, lo imposible de identificar- fue un obstáculo para los frailes de la Nueva España del siglo XVI, no sólo en cuanto a su labor evangelizadora, sino también en sus afanes por describir con veracidad a cada uno de los dioses y diosas, sus poderes, funciones, atributos e indumentaria. Los frailes, creyentes en un Dios único, trataron de subsanar estos problemas recurriendo a las religiones politeístas conocidas por ellos: la griega y la romana. Así, fray Bernardino de Sahagún -en su monumental obra que hoy recibe el nombre de Códice Florentino- compara al dios protector del pueblo mexica, Huitzilopochtli, con Hércules, que es "de grandes fuerzas y muy belicoso"; Tezcatlipoca "es como Júpiter", Chalchiuhtlicue, diosa de las aguas, "es otra Juno"; Tlazoltéotl, a la que los textos asocian "con la basura y las inmundicias", es "otra Venus"; Xiuhtecuhtli, dios del fuego, es "otro Vulcano". Si bien pudieron haberles sido útiles estos paralelismos, hoy día sabemos que un Huitzilopochtli y un Hércules eran tan distintos como lo fueron las culturas a las que pertenecieron. Sin embargo, más allá de estos equívocos en el mencionado libro de Sahagún, u otras deficiencias que podamos encontrar en los textos de sus contemporáneos –como fray Diego Durán, Motolinía y Mendieta-, estos escritos han sido la base misma para conocer e l panteón de los mexicas y son el punto de partida en el estudio de las imágenes de cualquiera de sus deidades.
Espacio tiempo míticos
Mientras con la letra latina y en lengua náhuatl o castellana se guardaba la memoria de los dioses, así como de los cultos y rituales dedicados a cada uno, sus representaciones -en escultura de bulto, relieves, pinturas murales y códices o en cerámica- fueron enterradas, destruidas o, en ocasiones, reutilizadas como materiales para las nuevas construcciones de los nuevos amos. Afortunadamente, estos símbolos e imágenes han ido emergiendo poco a poco del olvido y del subsuelo de la ciudad de México o de las regiones cercanas.
En principio, se presentará aquí -aunque sea parcialmente- toda la complejidad del panteón mexica desde su punto más remoto en el espacio y el tiempo míticos: el treceavo cielo, último de los niveles celestes, que albergaba a la pareja creadora, Ometecuhtli, "Señor Dos" en náhuatl, y su mujer, Omecíhuatl, "Señora Dos" (en otras fuentes los encontraremos con los nombres de Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl). Esta pareja es una expresión del principio dual, que rige tanto a la religión como a la taxonomía de la naturaleza y, desde luego, al orden social mismo. Dioses distantes, prácticamente inaccesibles, al parecer no tenían culto ni templo propio entre los mexicas. pero su existencia era sumamente importante, pues procrearon cuatro hijos: Tezcatlipoca rojo, Tezcatlipoca negro, Quetzalcóatl y, con respecto al cuarto hijo, la información varía: algunas veces es Huitzilopochtli, otras Tláloc u otra deidad. Estos hermanos estuvieron en pugna constante, y de tales luchas resultaban victorias o derrotas que fueron creando y destruyendo los mundos-soles, los cuatro espacios-tiempos consecutivos; también originaron la Quinta Edad, correspondiente a la Tierra y al tiempo de los hombres mexicas. Los cuatro dioses creadores se hallaban en plena vigencia durante los siglos XIV, XV y XVI, ocupando un lugar muy importante en el panteón. A Tezcatlipoca, "el Espejo Humeante", cuyos aspectos múltiples se significaban por una diferenciación cromática -el negro y el rojo-, se le asociaba con los poderes nocturnos, con lo maléfico, con la incitación belicosa; era considerado como “sembrador de discordias”. A veces es fácilmente reconocible por tener, en lugar de un pie, un espejo circular que humea.
De igual manera, Quetzalcóatl era muy importante, al menos en dos aspectos: uno, como la "Serpiente Emplumada" (su nombre así lo significa), correspondiente en el plano cósmico al planeta Venus; creador y benefactor del hombre, era considerado a la vez como hombre y como héroe cultural. El otro, como Ehécatl -la deidad del viento era una de sus advocaciones más conocidas.
Mientras que la representación de Quetzalcóatl era la de un rostro humano que se asoma entre las fauces de una serpiente emplumada, la de Ehécatl consistía en una figura de hombre, a menudo de cuerpo entero, que porta una máscara bucal de ave de tamaño considerable.
Mientras que la representación de Quetzalcóatl era la de un rostro humano que se asoma entre las fauces de una serpiente emplumada, la de Ehécatl consistía en una figura de hombre, a menudo de cuerpo entero, que porta una máscara bucal de ave de tamaño considerable.
Mito e historia: los tiempos de la creación
Ambos dioses, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, son a la vez personajes de narraciones míticas e históricas. El más conocido de sus combates terrenales se ubica en la ciudad tolteca llamada Tula Xicocotitlan (estado de Hidalgo), hacia finales del siglo XII. En aquella ocasión, la victoria fue de Tezcatlipoca; Quetzalcóatl tuvo que abandonar la ciudad y se dirigió a las tierras del oriente, al parecer hacia la costa del Golfo y luego a Yucatán.
Tezcatlipoca y Quetzalcóatl –quizá con la intervención de Tláloc y de Huitzilopochtli– definieron los tiempos de la creación, pero a la vez estaban relacionados con los cuatro puntos cardinales y el centro, la quinta región. También formaron parte del devenir histórico del pueblo mexica: tienen su lugar en el combate del guerrero, en la conquista del tlatoani y hasta en la capacidad de gobernar a su pueblo y a las provincias conquistadas. Creo ver en las funciones de estas deidades una de las características más sobresalientes del panteón mexica: la intención globalizadora del pensamiento mexica en cuanto al universo natural y social, en sus dimensiones espaciales y temporales, reales y divinas. Encontramos testimonio de esto en las fuentes escritas y en las representaciones que la arqueología ha podido rescatar. Una de las primeras esculturas monumentales que “emergió” del olvido y del subsuelo del Zócalo capitalino (a finales del siglo XVIII) fue la imagen de la diosa de la tierra, Coatlicue, deidad relacionada con el “monstruo terrestre”, Tlaltecuhtli, el dios de la tierra, así como con los dioses de la muerte: Mictlactecuhtli y Mictecacíhuatl, cuya morada estaba en el noveno y último nivel del inframundo.
Coatlicue ocupaba un sitio de importancia en el panteón; era la madre de Centzon Huitznahua –la estelada Vía Láctea, también identificada con Mixcóatl, la “Serpiente de Nubes”–, de Coyolxauhqui, mujer guerrera y deidad de la Luna, y de Huitzilopochtli, joven dios guerrero asociado al astro solar, además de patrono y protector del pueblo mexica. Huitzilopochtli nació armado y al instante inició la defensa de la madre-tierra contra los poderes oscuros y nocturnos de sus hermanos, las estrellas y la Luna. Éste fue su primer combate, pero de hecho era su quehacer cósmico cotidiano. Aquí en la Tierra se erigió como protector del pueblo mexica y su guía durante la larga peregrinación, desde algún lugar en el norte de México hasta el islote ubicado en los lagos del Altiplano Central.
Por sus características y funciones, Huitzilopochtli estaba cercano a las deidades del Sol (Tonatiuh) y de la guerra misma, como Yaotl, una de las advocaciones del poderoso y temible Tezcatlipoca.
• Dúrdica Ségota. Historiadora del Arte. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas y profesora del posgrado en Historia del Arte en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. UNAM.
Ségota, Dúrdica, “El panteón mexica”, Arqueología Mexicana núm. 15, pp. 32-41.
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