Primera de tres partes
Tres aspectos resultan relevantes al tomar los españoles la ruta del Paso de Cortés: el primero es la táctica militar, pues al seguir un camino por terrenos agrestes por los que no se espera su incursión, intentan sorprender a los mexicas y evitan ser emboscados; el segundo es el prestigio obtenido al ascender al Popocatépetl, pues se muestran valerosos; y el tercero es de carácter simbólico, pues pretenden relacionarse con el mito de la huida de Quetzalcóatl, lo cual lleva a la confusión de considerar la llegada de Cortés
como el retorno del dios.
El 1 de noviembre de 1519, Hernán Cortés parte de Cholula y le acompañan más de 4 000 hombres; le tomará sólo unos días llegar a México-Tenochtitlán, siguiendo un camino accidentado por una ruta a través de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, travesía que era parte de su estrategia militar. Su audacia nos recuerda a Aníbal cruzando los Alpes durante la segunda guerra púnica, para sorprender a los romanos. Aníbal se acompañaba de 37 elefantes para aterrorizar a sus adversarios, Cortés recurrirá a la caballería y la artillería con el mismo fin. En su temeridad ambos conocerán los rigores del clima extremo de alta montaña, Aníbal a través de un puerto montañoso a 3 000 m de altitud y Cortés a 3 700 m.
En la actualidad se evoca la voluntad militar de los españoles y sus aliados con un monumento en el paraje conocido como Paso de Cortés, pero antes de que Cortés intentara transitar entre los volcanes este lugar era un importante puerto comercial y ritual que recibía el nombre de Cuauhíchcac, el “tajón del águila” según Chimalpain; fray Juan de Torquemada afirma, en su Monarquía Indiana, que ahí se levantaba un teocali denominado Ithualco, el “patio del diablo”. A este lugar llegó una comitiva mexica encabezada por Tzihuacpopocatzin, quien fingía ser el mismo Moctezuma, para obsequiarle a Cortés joyas y alhajas de oro, y así detener su paso a Tenochtitlan. Eran de tal cuantía los obsequios, que según la Historia antigua de México de Francisco Xavier Clavijero (1987, p. 330) alcanzaban un estimado de 3 000 pesos. León-Portilla (1980, p. 53) apunta al respecto: “como si fueran monos levantaban el oro […], como que se les renovaba y se les iluminabael corazón […]. Como unos puercos hambrientos ansían el oro…”. Ésta fue la reacción de los conquistadores al recibir tal riqueza. Al no ser suficiente el oro para detenerlos, Moctezuma envió hechiceros al lugar, pero nada pudieron hacer. Este puerto de montaña es el mismo lugar por donde pasó Quetzalcóatl durante su huida a Tlapallan después de la caída de Tula, como lo relata Sahagún (1985, p. 203) en el libro III, capítulo XIV:
El dicho Quetzalcóatl, yéndose camino más adelante, a la pasada de entre las dos sierras del Volcán y la Sierra Nevada, todos los pajes de dicho Quetzalcóatl, que eran enanos y corcovados, que le iban acompañando, se le murieron de frío dentro de la dicha pasada de las dichas dos sierras; y el dicho Quetzalcóatl sintió mucho lo que le había acaecido de la muerte de los dichos pajes, y llorando muy tristemente y cantando con lloro y suspirando, miró la otra sierra nevada que se nombra Poyauhtécatl (Pico de Orizaba), que está cabe Tecamachalco...
Resulta sorprendente que Hernán Cortés entre a la Cuenca de México pasando en medio de los volcanes, justamente por donde salió Quetzalcóatl, una conjetura que como otras coincidencias llevaron a los mexicanos al trágico error de haber considerado la llegada de Cortés como el retorno del dios Quetzalcóatl. Éste y Cortés toleraron las inclemencias del clima, propio de los altos volcanes de Anáhuac. Las tropas del conquistador fueron sorprendidas por una nevada, como lo refiere Bernal Díaz del Castillo. Por su parte, Cortés, en la segunda de las Cartas de relación, se asombra por la presencia de nieve: “están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas sino la nieve…”.
Según sus pilotos están a 20 grados del septentrión y por lo tanto marchan sobre tierras cálidas, así que es prodigioso este gélido paisaje, pero ignoran que estas cimas se levantan más arriba que las cumbres de los Alpes, y esto permite que las nieves sean perennes en sus crestas. No tardan en darse cuenta los españoles que estas vehementes montañas son veneradas y más aún el volcán, que en su frenética actividad lanza ceniza e incandescencias y causa terror entre los habitantes de Cholula y alrededores. Así, el ascenso de Diego de Ordaz, en 1519, se torna en una hazaña con repercusiones políticas, como se afirma en diversas fuentes históricas del siglo XVI, que atribuyeron a un puñado de hombres el mérito de ser los primeros en alcanzar la cima del Popocatépetl. Este supuesto se proclamó durante el virreinato con la intención de legitimar el poder europeo sobre el indígena.
Ismael Arturo Montero García. Arqueólogo, maestro en historia de México, doctor en antropología con posdoctorado en antropología ecológica. Miembro del SNI-Conacyt. Premio Nacional al Mérito Forestal 2002. Asesor de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Director del Centro de Investigación y Divulgación de la Ciencia de la Universidad del Tepeyac.
Montero García, Ismael Arturo, “Paso de Cortés”, Arqueología Mexicana, núm. 160, pp. 77-81.