Los artistas del Clásico maya supieron, con una extraordinaria sensibilidad, unir las representaciones pictóricas y la escritura jeroglífica para crear complejas composiciones en cerámica en las que es evidente su dominio de la cosmogonía y la historia de su pueblo; esas obras se sitúan, por pleno derecho, entre las mejores del mundo.
Cuando pensamos en el Clásico maya y sus grandes obras de arte, lo primero que nos viene a la mente son las esculturas de piedra labrada; no obstante, el arte maya desciende de una rica tradición pictórica. Desgraciadamente, puesto que fue creada sobre materiales perecederos: papel, tela y paredes recubiertas de estuco, la mayor parte de esa herencia se ha perdido. Donde sí ha sobrevivido evidencia sobre la pintura maya prehispánica es en la cerámica pictórica policroma; y en esa deslumbrante pintura sobre cerámica es donde podemos entrever algunos rasgos de la nobleza maya, detalles únicos de la historia y la religión del periodo Clásico y aun indicios acerca de la identidad de los artistas (Ken, 1989-1997; Reents-Budet et al., 1994).
La sofisticación técnica de la cerámica pintada del Clásico maya no tiene paralelo en ninguna otra cultura del mundo. Los ceramistas mayas modelaban a mano las vasijas, añadiendo pequeños rodillos de barro a una base con forma de tortilla hasta obtener piezas simétricas de paredes muy delgadas. Las imágenes se dibujaban con tintes de base caliza conocidos como terra sigillata o pintura de engobe. Aunque es cierto que en muchas culturas se ha utilizado ese tipo de pintura, ninguna supera a la maya en el gran pulimiento de las superficies, la amplia gama de colores y su exquisito terminado de acuarela. Una vez decoradas, las piezas se cocían a bajas temperaturas (800ºC, aproximadamente), un método con el que se controlaba rigurosamente la oxidación.
Ahora bien, aunque se ha encontrado evidencia de hornos para cerámica, su escasez parece indicar que no fueron muy comunes entre los mayas (Abascal, 1975; Payne, 1982); con todo, en los hornos a cielo abierto es posible obtener piezas perfectamente cocidas si se controla el proceso de quemado. Los excepcionales conocimientos y habilidades de esos antiguos artistas se reconocen en las imágenes y textos jeroglíficos pintados sobre las piezas, los cuales representan fragmentos de la historia maya, relacionados sobre todo con los rituales de poder sociopolítico, así como con la mitología religiosa, fundamento ideológico del gobierno y la cultura mayas. Muchas de las escenas son complejas narraciones pictóricas que, cuando se fotografían como una imagen “desplegada”, pueden compararse por su sofisticada composición con las mejores pinturas de Europa y Asia. Es posible que la pintura maya haya sido más difícil de producir que otras, puesto que al pintar sobre las superficies cilíndricas de las vasijas sólo puede verse un fragmento de la composición. Esa dificultad exige una habilidad especial, que resulta más notable si consideramos que es imposible corregir sin dañar la superficie de la vasija, una vez que la pintura de engobe es aplicada.
Así, pues, los pintores de cerámica del Clásico maya debían dominar las dificultades técnicas del modelado, el cocimiento de baja temperatura, la pintura sobre barro y, además, la creación de complejas y hermosas historias narradas mediante figuras y jeroglíficos. ¿Quiénes eran esos artistas y cuál el proceso social tras la creación de sus singulares obras maestras? Para responder a tales interrogantes, es necesario indagar la función que desempeñaba esa cerámica en el periodo Clásico.
La Cerámica Policroma del Clásico Tardío
El periodo Clásico, sobre todo en sus tres últimos siglos (550-850 d.C.), fue un periodo muy dinámico. Los mayas desarrollaron una compleja red de alianzas sociales, económicas y políticas que se mantenían en perpetuo movimiento debido a múltiples variables (Martin y Grube, 1995; Martin, 1996). Las inscripciones jeroglíficas de los monumentos de piedra son textos que narran las guerras entre los miembros de las alianzas, muestran los tipos de relaciones que establecían las familias de nobles –mediante matrimonios, por ejemplo– y consignan acontecimientos políticos, como los ascensos al trono. Los datos epigráficos y pictóricos del Clásico, y más tarde los etnohistóricos, indican que tales acontecimientos incluían festejos y complejos rituales de intercambio de presentes.
En ese dinámico contexto se sitúa la cerámica pintada. Hasta ahora se había dicho con insistencia que las vasijas constituían ofrendas funerarias, pues a menudo han sido encontradas en tumbas y su iconografía incluye temas del inframundo, pero las superficies desgastadas de las piezas indican que fueron usadas por los vivos antes de ser colocadas junto a los muertos. En algunas, además, se representan escenas que tienen lugar en recintos palaciegos, donde personajes nobles se encuentran reunidos ante platos pintados, repletos de comida, de lo que se deduce que algunas piezas de cerámica pintada fueron utilizadas para servir comida en los eventos sociales de la élite. Algunas vasijas fueron obras de arte hechas por encargo e intercambiadas por personajes de alto rango como “moneda social”, expresión acuñada por la antropóloga Sally Price en sus investigaciones sobre África y Martinica. Un gobernante, por ejemplo, podía regalar una pieza de cerámica a algún favorito como parte de un acuerdo que asegurara su alianza. El nuevo dueño utilizaba la vasija como símbolo de posición social y como muestra de sus vínculos políticos.
Gracias a su carácter de “moneda social”, la cerámica policroma del Clásico Temprano se desarrolló hasta convertirse en la compleja y elaborada cerámica policroma del Clásico Tardío. Para ser portadora eficaz de la identidad de una élite o región, la cerámica debía poseer rasgos distintivos que le confirieran tal prestigio. Tal como los desarrollaron los artistas mayas, esos rasgos incluyen: estilos pictóricos distintivos, expresiones pictóricas únicas sobre la historia y la cosmogonía mayas y textos jeroglíficos donde aparecían los nombres de los nobles patronos y, a veces, del artista mismo.
Los creadores de la cerámica pintada maya
Existen cuatro medios que nos permiten identificar a los artistas de la antigüedad maya. El primero de ellos es la inferencia: sus obras de arte reflejan un dominio excepcional de todos los aspectos técnicos que implica su elaboración. Fueron pintadas por artistas que, con una extraordinaria sensibilidad para el diseño, unieron las representaciones pictóricas a la escritura jeroglífica en la creación de complejas composiciones pintadas sobre difíciles superficies curvas; sabían escribir con el sistema jeroglífico y dominaban intelectualmente la cosmogonía y la historia.
Sus cualidades requerían conocimientos especializados, talento y años de práctica. Así, podemos inferir que los artistas mayas fueron especialistas altamente calificados, de tiempo completo.
El segundo medio nos lleva a las descripciones que hicieran de los artistas mexicanos los españoles del siglo XVI. Fray Bernardino de Sahagún retrata al escriba mexica, pintor de códices, y lo vincula muy de cerca al tlamatinime, “filósofo”, “hombre sabio”:
Dorie Reents-Budet. Licenciada en antropología y doctora en historia del arte por la Universidad de Texas, en Austin. Investigadora del Conservation Analytical Laboratory, Smithsonian Institution, Washington, D.C. Especialista en cerámica precolombina maya.
Reents-Budet, Dorie, “Cerámica maya”, Arqueología Mexicana, núm. 28, pp. 20-29.
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