Fusión, fisión, división y reintegración de los dioses
El poder de la unidad para crear una entidad dual y, a partir de ella, todo un dilatado panteón, da una característica particular a todos los dioses mesoamericanos. Son capaces de fisionar su ser para producir dos o más entes divinos en los que se distribuyen sus propias características. Pueden señalarse como ejemplos el dios del fuego y el dios de la lluvia entre los antiguos nahuas: tanto uno como otro se dividen en cuatro personas para colocarse en cada uno de los extremos del plano terrestre. Cada uno de dichos dioses creados a partir del central adquiere un color particular, el del cuadrante que ha ocupado, distinción que indica también que, al particularizar su ubicación, adquiere las peculiaridades del lugar que ocupa.
A esta facultad de fisión corresponde su contraria, la fusión. Dos o más dioses pueden unirse para formar una sola divinidad, compuesta con los atributos de las anteriores. Por ejemplo, los cuatro dioses de la lluvia podían unirse entre sí, y entonces daban lugar a un nuevo dios, cuyo nombre, Nappatecuhtli (“señor cuádruple”), indica su origen. Es el mismo caso de los cuatro dioses del fuego, que al unirse daban como resultado la entidad divina denominada Nauhyotecuhtli, de significado similar al cuádruple señor de la lluvia. En el panteón maya se distinguen por su fusión Oxlahuntikú, formado por trece dioses, y Bolontikú, compuesto por nueve. Otro de los poderes de los dioses les permite dividirse conservando todos sus componentes, por lo cual, una vez así multiplicados, pueden ocupar simultáneamente diferentes lugares, tanto en el anecúmeno como en el ecúmeno. Entre el dios que origina sus reproducciones y éstas existe una comunicación permanente. En sentido contrario, cada una de sus derivaciones puede retornar a su fuente de origen.
Limitaciones de acción, desgaste y alimentación de los dioses
Registra el Popol Vuh que tras haber creado a los seres humanos, los dioses dijeron: “Se ha acercado su amanecer, se formó la completitud, así también se aclaró el que va a alimentar, el que va a sustentar, los hijos (de mujer) de luz, los hijos de hombre (de luz), se aclaró el hombre, la humanidad de la superficie de la tierra”. Los hombres han sido creados para alimentar a los dioses. Los dioses, por sí mismos, están incapacitados para producir sus propios alimentos.
Los dioses tienen limitaciones generales y particulares en cuanto a su actuación. Su poder se cierne sobre un ámbito particular del cosmos, y cuando obran en el ecúmeno están condicionados por su espacio, su tiempo y sus recursos de obra. Su comprensión también se circunscribe a sus capacidades personales, y en esta forma los totonacos saben que el dios Siní olvida cuándo es el día de su fiesta, defecto que comparte con el Santiago guatemalteco de Chimaltenango. En el Popocatépetl hay dioses incapaces de comunicarse con los humanos, por lo cual necesitan como intermediarios algunos especialistas en el control del granizo, llamados “árboles”. Éstos, al estar capacitados para oír su mensaje, pueden transmitirlos a la comunidad.
En general, los dioses que visitan el mundo de las criaturas deben someterse a las leyes implantadas por el Sol: todo ser en el mundo debe realizar su trabajo; todo trabajo fatiga, pues sobrecalienta; la forma de recuperar las fuerzas y el frío es la ingestión del alimento. El mismo Sol, señor del mundo de las criaturas, debe someterse a sus leyes. Cada día sale sobre la superficie de la tierra a repartir su energía. Esto lo cansa y por ello debe alimentarse.
La producción de los alimentos requiere de la participación de muchos seres. Sólo los dioses pueden proporcionar el calor solar, el agua de la lluvia, las fuerzas germinadoras, las acrecentadoras y las de maduración, pero no pueden cultivar la tierra. Sólo los hombres pueden realizar las labores de labranza, pero no pueden proporcionar las condiciones y fuerzas necesarias para que la tierra produzca. Además, los hombres vivos requieren, para cumplir su trabajo, de la contribución de los muertos, pues de otro modo la tierra no engendraría ni daría frutos. En resumen, la producción agrícola es una obra de muchos: dioses, hombres vivos y hombres muertos, por lo que la cosecha debe ser dividida entre los participantes. Esta concepción establece uno de los fundamentos de la religión mesoamericana: el principio de reciprocidad.
Las funciones de los dioses
Todo lo anterior permite imaginar la diversidad de las funciones de los dioses en su relación con el ecúmeno y la vida de las criaturas. Su obra, aunque indispensable, puede ser benéfica o dañina para la existencia de los seres humanos. Su voluntad, a fuer de independiente, es libre y, en resumidas cuentas, actúan como dioses. En una apretada síntesis puede afirmarse que los dioses actúan siendo ellos mismos los componentes del cosmos y, en forma particular, del ecúmeno y de su articulación con el anecúmeno; son los dinamizadores del cosmos; son los ordenadores del mundo como sus creadores, formadores y perpetuadores, y son, por último, los rectores de la existencia humana.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM). Profesor de Posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).
López Austin, Alfredo, “6. Los dioses”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 69, pp. 8-22.