Color, muerte y ritual en Teopancazco

Ángela Ejarque Gallardo, Carlos López Puértolas y Ma. Luisa Vázquez de Ágredos Pascual

Las técnicas de análisis fisicoquímico aplicadas al estudio del color en Teotihuacan han aportado en los últimos años interesantes y novedosos resultados en torno a las materias colorantes de uso corporal y funerario que fueron utilizadas en el centro de barrio Teopancazco. En los últimos años, la combinación de técnicas microscópicas, espectroscópicas y cromatográficas ha revelado una paleta cromática de aplicación corporal de gran riqueza, no sólo por su amplia gama, sino también por la complejidad de muchas de sus recetas o formulaciones.

Colores y recetas

Pigmentos que hasta el momento no habían sido identificados en la antigua Mesoamérica, como la galena (PbS) o la jarosita KFe3(OH)6(SO4)2, ambos de gran trayectoria en la cosmética del mundo antiguo, han sido caracterizados en el interior de pequeños recipientes que fueron depositados como ofrenda en tumbas y enterramientos de Teopancazco. Restos de éstos y otros colores, como la hematita (Fe2O3), el cinabrio (HgS) y numerosas tierras rojas de gran diversidad compositiva, como la goethita (FeOOH) o la limonita FeO(OH)·nH2O, sin olvidar los incondicionales blanco de cal (CaCO3), negro carbón y negro de manganeso (MnO), aparecieron a su vez impregnando la superficie de sellos que fueron incluidos como parte de estos ajuares. Su híbrida y elaborada composición los convierte en formulaciones que distan mucho del estado burdo (en bruto) que es característico de los panes o bolas de colores rojo y amarillo que han aparecido en esos mismos contextos funerarios. De esta forma, pigmentos como la galena o la jarosita, procedentes de largas distancias, debieron ser extraídos de sus canteras de origen, formateados como panes, y recubiertos por lienzos vegetales antes de recorrer las rutas de media y larga distancia que los llevaron a Teotihuacan, y en concreto a sus mercados, para ser adquiridos junto a otras materias colorantes de procedencia local. Posteriormente, todos estos pigmentos en bruto debieron ser procesados por especialistas que lograron aportarles las propiedades adecuadas antes de ser usados con fines artísticos, rituales o medicinales. En los colores corporales de Teopancazco ello supuso en muchos casos la adición de distintos componentes, y en especial dos: aromas y mica, que contribuyeron a modificar sus respectivas cualidades ópticas (color), táctiles (texturas más embarradas o fluidas) y por supuesto odoríferas (fragancia).

Dos fueron las fragancias más utilizadas en la elaboración de los colores de aplicación corporal que han sido hallados en los entierros 105-108 de Teopancazco: la resina de pino (Pinus montezumae) y el aceite de chía (Salvia hispanica L.). Hasta el momento, la presencia de estos aditivos sólo se ha identificado en los colores de la gama cálida, en especial en rojos de base férrica. La importancia que los olores tuvieron en la vida cotidiana de las culturas prehispánicas sugiere que la inserción de estos aditivos orgánicos de propiedades fragantes en la preparación de estos pigmentos obedeció a fines que trascendieron los puramente estéticos. Estos aromas dotaron de significación simbólica y cultural al color corporal, confiriéndole identidad en medio de la multietnicidad que caracterizó a Teopancazco. En última instancia, las propiedades terapéuticas que son afines a muchos de ellos, las cuales pueden rastrearse en textos posteriores, como el Códice de la Cruz Badiano, plantean que la preparación de estos pigmentos corporales estuvo en manos de especialistas próximos al ámbito de la medicina.

Cráneos pintados y rituales de terminación

La fosa principal de enterramiento de Teopancazco (AA142-144) contiene la evidencia de un ritual de terminación fechado en el 350 d.C., que encuentra su único precedente en el yacimiento del Preclásico de Cerro de las Mesas, Veracruz, donde fueron hallados 57 cráneos en vasijas que se dispusieron en dos hileras. Varios de los cráneos de Teopancazco fueron cubiertos con color rojo y negro, y depositados en vasijas tapadas con cajetes, antes de ser dispuestas en cuatro niveles dentro de la fosa. En estudios anteriores, el análisis de isótopos de estroncio de los individuos 65 y 67 indicó que procedían de la costa del Golfo de México, por lo que realizar un ritual de terminación como el de Cerro de las Mesas debió tener una intención clara en términos de identidad cultural.

 

Ángela Ejarque Gallardo. Doctora en historia del arte, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Carlos López Puértolas. Doctor en estudios mesoamericanos, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

Ma. Luisa Vázquez de Ágredos. Doctora en historia del arte. Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valencia.

 

Ejarque Gallardo, Ángela et al., “Color, muerte y ritual en Teopancazco”, Arqueología Mexicana, núm. 157, pp. 53-57.

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