La lámina 16 del Tonalámatl de Aubin
Gracias a una reciente publicación facsimilar del llamado Tonalámatl de Aubin (libro de los tonalli o destinos de carácter mántico, que fue propiedad del coleccionista francés Joseph Marius Alexis Aubin, y que actualmente forma parte de los acervos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia), podemos ahora acercarnos, con mayor precisión a su contenido (véase Arqueología Mexicana, núm. 155, pp. 18-19). Se trata de un códice cuyo formato en 20 trecenas servía básicamente para la adivinación. Existen relativamente pocos estudios que hagan referencia a todo su contenido. La lámina que abordamos para su desciframiento también se encuentra en otros tonalámatl, como los códices Borbónico, Borgia, Telleriano- Remensis y Vaticano 3773. A pesar de que comparten su asignación principal a Xólotl, deidad del panteón de los nahuas, cada una de ellas presenta variantes que muestran un gran reto de interpretación. En el caso de la lám. 16 que ahora nos ocupa, nos referiremos exclusivamente a la sección principal de las deidades que rigen la trecena. Estamos conscientes de que un más satisfactorio acercamiento a esta sección tendría que incluir al resto de los elementos mánticos que la acompañan que, por ahora, no serán tomados en consideración. Además, y éste es el gran reto para el estudio integral de los tonalámatl, su naturaleza adivinatoria asociada a una compleja cosmovisión, los hace de difícil interpretación. Afortunadamente, y gracias a la accesibilidad de mejores y más numerosas ediciones facsimilares de estas pictografías, estudiosos mexicanos y extranjeros han realizado avances significativos de interpretación en las últimas décadas.
Es claro que la deidad que se encuentra en el lado derecho es Xólotl, cuyas principales características podemos resumirlas de la siguiente manera: a) en su presentación destaca la presencia de la cabeza de un perro, el xoloitzcuintli, con las orejas cortadas; b) uno de sus principales atributos es el de la transformación; c) se le vincula con servir y acompañar; d) está relacionado con la anormalidad, las anomalías, malformaciones, las irregularidades, los defectos y la monstruosidad; e) se conecta con lo doble, la duplicidad y la geminación; f) es identificado como un ser liminar, porque puede descender al inframundo y regresar nuevamente al tlaltícpac, lugar de habitación humana; g) tiene relaciones estrechas con Quetzalcóatl y Ehécatl, con quien comparte elementos de indumentaria tan importantes como el pectoral ehécacózcatl, hecho de la concha conocida como Strombus gigas, cortado a la altura de la espira, la orejera epcololli, probablemente elaborada de la concha Pinctada mazatlanica, y los pendientes de caracoles conocidos como Oliva.
En un reciente artículo publicado en esta misma revista, adelantamos algunas ideas de un posible vínculo de Xólotl, en su advocación de Cuaxólotl (cabeza de Xólotl) con los chichimecas y con las actividades bélicas, así como su relación con la diosa Chantico (Arqueología Mexicana, núm. 158, pp. 26-31). Esta parte de su cuerpo es la más significativa para reconocerlo, y también porque en la cabeza se aloja su tonalli. En la presente nota intentaremos explicar la presencia de las deidades y elementos adicionales que se localizan en el lado opuesto de Xólotl. Una posible relación entre ambos conjuntos es la hipótesis a desarrollar. Entre las dos imágenes importantes se registraron, de arriba hacia abajo, una collera de madera usada para identificar a los esclavos y un chile. En tres de los lados se muestra una corriente de agua acompañada de dobles círculos, significando gotas. La siguiente imagen importante está compuesta por una cabeza de Tláloc (importante dios pluvial) con sus “anteojeras”, bigotera y grandes colmillos, un disco solar y un rectángulo que está dividido en varias secciones con colores y que muestra en la parte superior las fauces abiertas de un cipactli (“monstruo de la Tierra”). Llama la atención que en esta misma sección del Códice Borbónico no aparece la cabeza de Tláloc y tampoco el rectángulo multicolor. En su lugar se registró la cabeza de lo que se ha identificado con Tlalchitonatiuh, conectado al Sol descendente y la Tierra. Esta deidad se asocia con uno de los soles cosmogónicos, también conocido como Yohualtonatiuh, el de la era de tierra, que presidió Tezcatlipoca, y cuyo signo es 4 océlotl. Una de las importantes características de esta etapa es la presencia de los gigantes (quinametin) los que, en algunas versiones del mito, murieron al caerse debido a la debilidad de sus piernas, o fueron comidos por los jaguares, o se destruyeron debido a los temblores. Según un relato otomí los gigantes que se colapsaban se convertían en grandes piedras (López Austin, 2015, pp. 161-198; Galinier, 1990, pp. 490, 509). Sin embargo, debemos explicar en nuestra lámina este cambio del Tlalchitonatiuh por la imagen de Tláloc (véase un ejemplo similar en el folio 20 recto del Códice Telleriano-Remensis). La explicación podría encontrarse en un párrafo en la obra de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1975, I, pp. 272-273), historiador tezcocano, quien afirma que a Tláloc, entre muchas características, se le consideraba el “rey muy valeroso de los Quinametin que son los filisteos”. Se agrega que el Tlalocan era su “país”. Respecto a la presencia del rectángulo de colores, podemos referirnos a una hipótesis que ya habíamos planteado en un artículo publicado en esta revista (núm. 158, pp. 26-31) en torno a una posible relación de la iconografía del conjunto de varios colores (¿tlapalli?) y los chichimecas. Ahí también expresamos, como se mencionó previamente, que Xólotl, además de las características citadas, también posee un componente importante asociado a la chichimecáyotl. Nos referiremos a dos ejemplos adicionales: el chitahtli, una especie de “redecilla” que servía para transportar objetos personales y que era propia de la cultura material chichimeca. En el Códice Borbónico aparece el chitahtli asociado a las bandas de colores, bandas que también se incluyen en la lámina 65 del Códice Borgia dedicada a Xólotl. Otro ejemplo es el escudo que porta don Vicente Tlehuexolotzin, de Tepetícpac de Tlaxcala (Castañeda de la Paz, 2013, p. 95), señorío considerado como fundacional y de raigambre chichimeca. En este ejemplo, como en el ahora conocido como el “Chimalli de Chapultepec”, bandas semicirculares de colores fueron agregadas. Además, se nota la presencia de Cuaxólotl en Tepetícpac en el escudo nobiliario de don Francisco de Mendoza.
¿Cuál habría sido la razón para vincular al Xólotl-Cuaxólotl y el Tláloc-Tlachitonatiuh-Cipactli con rectángulos de colores en nuestra lámina 16, conjunto que no encontramos en otros tonalámatl? Es probable que, por su posible origen tlaxcalteca, en el Tonalámatl de Aubin se haya puesto un particular énfasis en la presencia de los orígenes chichimecas de este singular altépetl compuesto por cuatros señoríos. Un ejemplo de la relación entre los gigantes (quinametin) de la era de Tlachitonatiuh y los chichimecas, fundadores de pueblos, silvestres pero no salvajes, lo encontramos en el Códice Techialoyan de Cuajimalpa, núm. 703, 2 vuelta. Ahí se muestran dos personajes desnudos, con una especie de bragas de piel de jaguar, portando flechas en las manos y en un carcaj, y con el peinado conocido como temíllotl de los guerreros valientes. Además se escribió la palabra quinameti y en la parte superior se lee acopilco cuautlalpa. Uno de ellos porta el nombre de tayatzin, escrito al centro, del lado derecho. Este dato podría explicar en nuestra lámina el remplazo de Tlachitonatiuh, regente de la era de los gigantes, por Tláloc, “rey” de los Quinametin, aquí vinculado a los chichimecas, a través de las barras o cuadros de colores, que también aparecen en esta lámina.
Reconocemos que el tema del significado del conjunto de colores no ha sido suficientemente estudiado. A fin de allanar el camino para futuras investigaciones, aquí sólo hacemos una propuesta que los vincula con la chichimecáyotl. La iconografía de los chichimecas, además del arco y la flecha, ha sido poco estudiada. Nuevas investigaciones son necesarias. Remitimos al lector a nuestras propuestas esbozadas en un artículo anterior sobre el tema de Chantico y Cuaxólotl. Existen todavía lagunas de conocimiento en torno a la adscripción de este conjunto a Tula (Tollan-Xicocotitlan) y los toltecas. Alfredo Chavero se refiere a un “imperio tlapalteca” (¿palabra asociada a tlapalli?) en el norte de lo que hoy se conoce como Mesoamérica. Debido a una conmoción ¿política? el imperio desaparece y se inician los movimientos de grupos hacia el sur. Se habla también de lugares que aún falta ubicar en circunstancias, tiempo y en espacio, como son Huehuetlapallan y Hueitlapallan, quizá conectados a la historia previa del inicio de la hegemonía tolteca en esas regiones. También debemos tomar en consideración la mención a ese importante lugar llamado Tlillan Tlapallan, adonde se dirigió Quetzalcóatl después de dejar su reino en Tollan- Xicocotitlan. Otro asunto relevante a investigar es el vínculo entre Tezcatlipoca y Tláloc, a través del sol de Tlalchitonatiuh, correspondiente a la Tierra, a los jaguares, a seres primigenios gigantescos pero de piernas débiles que, al caerse, se convertían en grandes piedras (megalitos). Recordemos que el nombre de Tláloc significa “el terroso, el cubierto de tierra”, y que entre sus características de representación más significativas están los colmillos ¿de jaguar o de cipactli?
Xavier Noguez. Licenciado y maestro en historia por la UNAM. Doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad de Tulane. Investigador de El Colegio Mexiquense. Sus áreas de investigación son los códices del Centro de México y los orígenes de la tradición guadalupana.
Amanda Uribe Cortés. Licenciada en historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo y maestra en Historia por El Colegio Mexiquense. Candidata al doctorado en antropología social por el CIESAS Sureste. Sus campos de investigación son religión y cosmovisión mesoamericana y su relación con la antropología médica tradicional.
Noguez., Xavier y Amanda Uribe Cortés, “La lámina 16 del Tonalámatl de Aubin”, Arqueología Mexicana, núm. 162, pp. 14-17.