El sacrificio humano y sus secuelas

Javier Urcid

La depredación como metáfora sacrificial

Diversos puntos de vista

En la literatura antropológica sobre la inmolación humana hay dos perspectivas opuestas y otra intermedia. La teoría poscolonial postula que el ofrecimiento de personas, la disgregación corporal y la antropofagia son creaciones de la ideología de opresión española para justificar y legitimar la conquista y el sometimiento de los pueblos indígenas.

En contraparte, la teoría de las ontologías relacionales propone que el sacrificio humano, el tratamiento post-sacrificial del cuerpo y el consumo de personas formaban parte de múltiples intercambios materiales e inmateriales entre divinidades, sacrificantes y sacrificados, que conferían –a un nivel simbólico– la circulación y la apropiación de cualidades o condiciones deseables.

Otra crítica que la teoría de ontologías relacionales puede aducirle a la teoría poscolonial es el presentismo de los valores occidentales actuales sobre los derechos humanos, y en el caso específico de la antropofagia, el postular que la aversión occidental hacia el consumo de la carne humana es en sí una construcción cultural dado que en la naturaleza el canibalismo es una interacción ecológica que se ha documentado en más de 1 500 especies, tanto en ambientes acuáticos como terrestres, y desde insectos hasta carnívoros, herbívoros y retritívoros.

La posición intermedia entre estos polos opuestos concede la importancia de una óptica ontológica relacional al mismo tiempo que reconoce la dimensión propagandista hegemónica española, específicamente en cuanto a la exageración con respecto a la frecuencia y la escala de las prácticas sacrificiales.

Aproximaciones forenses y semióticas

El estudio del sacrificio y de sus secuelas necesariamente requiere de un enfoque forense en el estudio de restos óseos humanos, así como de su análisis contextual. Aunque se han refinado las técnicas analíticas para determinar la forma de llevar a cabo los sacrificios, el tipo de modificaciones posteriores y el destino de las partes resultantes, demostrar la práctica de la antropofagia requiere aún del desarrollo de métodos más contundentes.

Aparte de la insinuación que conlleva las escenas en la figura que se ve arriba (desmembramiento, cocción y consumo de músculos en brazos, piernas y cabeza) no hay mayor marco de referencia, sobre todo porque las tres ilustraciones tienen rasgos ya europeizantes. La glosa en escritura alfabética en la escena del Códice Tudela es parca, y dice “aquí comen carne humana”. La nota explicativa en el Códice Magliabechiano dice:

Esta figura es donde se muestra el modo nefando que los indios usaban el día que sacrificaban a sus ídolos hombres, que luego allí delante del demonio que ellos llaman Mictlantecutli (que quiere decir señor del lugar de los muertos como en otras partes esta otro), ponían muchas tinajas de cocina de aquella carne humana y la daban y repartían a los principales y mandones y a los que servían al templo del demonio que ellos llamaban Tlamagatl, y estos repartían de lo que les habían dado entre sus amigos y parientes, dicen ellos que les sabia como la carne del puerco les sabe ahora y por esto es por ellos la carne del puerco muy deseada.

Los códices mencionados son reproducciones de otro anterior ahora perdido, y se ignora qué tan fidedignas son las copias, quién las comisionó y cuál pudo ser la motivación de los escribanos indígenas que las pintaron. La nota en el Magliabechiano es general, pues la preparación y el consumo de carne humana sería en cualquier día que se sacrificaban personas y en días dedicados a diversas deidades (la escena, por cierto, representa a la deidad de la Tierra y no al dios de la muerte). Revelador en la glosa es la referencia a la jerarquía en el consumo de carne humana, pues sólo ciertos miembros de la elite y los sacerdotes de las deidades pluviales (Tlamagatl = Tlamacazque) participaban en ello.

Desde una perspectiva forense, la antropofagia se pudo llevar a cabo sin necesidad de impactar el tejido óseo (remoción y consumo selectivo de ciertos órganos y músculos que no dejan huellas de corte). Por otro lado, huellas de corte en áreas de inserción muscular y ligamentosa en los huesos no necesariamente implican la antropofagia (comentamos anteriormente el proceso de segmentar y dispersar a la persona para así distribuir los valores asociados con la ofrenda).

Si las huellas de corte en los huesos estuvieran relacionadas con la antropofagia, éstas podrían informar sobre las partes seleccionadas, pero no indican si el consumo fue en crudo o involucró la cocción, y si esta última fue a las brasas o por ebullición. Por otro lado, el hervir huesos no descarnados o descarnados (y con huellas de corte) pudo tener otra meta, como sería la eliminación de tejido blando y de la grasa para luego facilitar la transformación de los huesos en objetos y reliquias.

Imagen: La antropofagia en el imaginario indígena-hispano. Izquierda: Códice Magliabechiano, f. 73r.  Derecha: Códice Tudela, f. 64r. A pesar de lo que se observa en las imágenes es improbable que se consumiera el cabello. Fotos: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.

Javier Urcid. Doctor en antropología por la Universidad de Yale. Profesor en el Departamento de Antropología de la Universidad de Brandeis, Boston, Massachussetts.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Urcid. Javier , “La depredación como metáfora sacrificial”, Arqueología Mexicana, núm. 180, pp. 38-44.