Evidencias de antropofagia en el registro mortuorio mesoamericano
Los depósitos humanos con evidencias de haberse consumido culturalmente suelen ubicarse en espacios liminales de abrigos y cuevas, en basureros y rellenos rituales; los vestigios se concentran en los grandes centros tardíos como Teopanzolco, Cholula o Tenochtitlan. Según el estado de conocimiento actual, las primeras evidencias contundentes de depósitos canibalizados mesoamericanos se remontan al Preclásico Tardío (Tlatelcomila, Ciudad de México), siguen durante el Clásico (Teotihuacan, Cantona, Electra [San Luis Potosí]) y aumentan hacia el Posclásico.
Interpretación de las marcas antrópicas en el hueso
El registro de las marcas culturales en restos humanos se obtiene tras el sistemático y minucioso examen de las características visibles de cada segmento óseo, seguido por la cuantificación por regiones anatómicas. Muestra de su alteración en estado fresco (recién acaecido), es la calidad orgánica y elástica (no quebradiza) del hueso al destazarse. El despellejamiento de musculatura y tendones deja incisiones finas que se alinean a lo largo de las diáfisis. Al usarse herramientas líticas con filos semi-adentados (de obsidiana o pedernal), los cortes suelen observarse como surcos múltiples de dos a tres líneas paralelas.
Indicios más específicos, sugerentes de cocción e ingesta de partes blandas, remiten al “pulimiento de olla”, por el rozamiento de los bordes óseos con la superficie de barro. Hueso esponjoso aplastado o perforado desvela la extracción del tuétano, para lo cual podían servir palillos, introducidos para romper el tejido trabecular en su camino. Los segmentos culturalmente fracturados suelen mostrar marcas de percusión sobre yunque, golpes romos o punzocortantes rodeando las áreas ligamentosas y articulares. Las marcas de masticado cuentan con características atribuibles a la dentición humana; otras más, de carnívoro medio o grande, apuntan a la exposición del cuerpo a la intemperie.
Comparado con otros, los restos óseos, previamente consumidos, suelen presentar un excelente estado de conservación. Esta condición se debe al acortamiento de la putrefacción bacteriana y al deterioro óseo por haberse despejado de las partes blandas y/o esterilizado mediante la exposición térmica. La exposición térmica puede ser directa (asado, carbonización) o indirecta (humeado y hervido). Según el tipo, el tiempo y el grado de exposición cambia la coloración y consistencia del hueso.
Imagen: Marcas antrópicas en huesos. a) Tajos sobre el borde de la cápsula articular pélvica. b) Marcas de excarnación mediante raspado y cortes sobre la diáfisis de brazo superior. c) Perforación del tejido trabecular del antebrazo. Venado Beach, Panamá, Smithsonian Institution. d) Perforación del tejido trabecular de una vértebra. Conil, Quintana Roo.
Proyecto Arqueológico Champotón / UAC y Laboratorio de Bioarqueología / UADY. Tomado de Osario 15, Toniná, Chiapas / INAH, Registro de J. Ruiz; Fotos: V. Tiesler.
Vera Tiesler. Maestra en arqueología (ENAH), doctora en antropología (UNAM) y estudios adicionales en historia del arte y medicina. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma de Yucatán, donde coordina el Laboratorio de Bioarqueología. Su obra se centra en corporeidad, vida, muerte y sacrificio entre los antiguos mayas.
Judith Ruíz González. Antropóloga física por la ENAH y doctora en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas. Su obra se centra en la bioarqueología y la bioarqueometría mesoamericanas.
Ximena Chávez Balderas. Bioarqueóloga y colaboradora del Proyecto Templo Mayor. Se especializa en arqueología funeraria, prácticas sacrificiales, tratamientos post-sacrificiales y arqueozoología. Arqueóloga (ENAH) y maestra en antropología.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Tiesler, Vera, “Evidencias de antropofagia en el registro mortuorio mesoamericano”, Arqueología Mexicana, núm. 180, pp. 45-52.