Los animales como personajes del mito

Alfredo López Austin

En el tiempo-espacio del mito

Para quien cree en el mito, hubo un allá-entonces anterior a la existencia del mundo. Fue el tiempo-espacio en que el mundo fue concebido, formado, ordenado y puesto en marcha. Durante la creación, las fuerzas proteicas se revolvieron sobre sí mismas como agentes y embriones de lo que serían las criaturas. Sus combinaciones llegaron así a un punto culminante: el gran momento en que todo quedó integrado, perfilado, terminado; el gran momento en que todo adquirió su ser definitivo. A partir de ese instante, el mundo, ya sólido, alumbrado por la luz primigenia del Sol, inició su existencia.

¿Cómo imaginar los procesos creativos del tiempo mítico? El creyente los vislumbró como proezas extraordinarias, como luchas entre las fuerzas formadoras, y éstas tomaron las figuras de personajes –héroes y villanos de aquellas aventuras que entregaron su ser para dar origen a las criaturas del mundo. Son personajes muy variados y de hazañas muy diversas. Un sacerdote, por ejemplo, quebrantó su abstinencia; en castigo fue decapitado y adquirió la forma de alacrán, dando así origen a los alacranes del mundo. En otro relato, una santa fue enviada del cielo para investigar quién osaba asar y comer los peces que habían quedado varados y muertos en el lodo al retirarse las aguas del diluvio. Tentado su apetito, probó la vianda prohibida. Como castigo, se transformó y quedó desde entonces condenada a permanecer en el mundo con un cuerpo torpe de gula, a devorar inmundicias y a llevar el nombre de zopilote. Con ella, y a partir de entonces, existieron los zopilotes.

En esta forma el creyente busca la razón de ser de las cualidades de cada uno de los seres mundanos. Explica su naturaleza imaginando en ellos esencias inmutables que se transmiten en las clases y en las especies, y que son imperecederas a pesar de la desaparición de los individuos. Al considerar inmutables e imperecederas cada una de estas esencias, el creyente les atribuye carácter divino y explica su presencia en el mundo imaginando un proceso en el cual muchos dioses (fuerzas formadoras personalizadas) otorgaron sus propias características a las criaturas. Más aún, los dioses dieron su propio ser, y quedaron prisioneros, como esencias, dentro de los seres mundanos. Dichos dioses, con sus propios rostros o ataviados como actores de las aventuras, son los personajes de los mitos. La santa enviada del cielo que abandonó su deber de mensajera es para el creyente, ni más ni menos, una esencia, la zopilotez del mundo, que, como heroína, completó en la aventura su carácter de golosa carroñera.

Los seres zoomorfos de las aventuras divinas

Una buena cantidad de personajes míticos tienen formas animales. Esto ha llamado la atención de los antropólogos. Algunos de los más distinguidos –Boas, Radcliffe-Brown y Lévi-Strauss, entre otros– han demostrado, en tesis que presentan notables diferencias, el carácter de prototipos clasificadores del mundo que tienen las especies animales. De acuerdo con estas propuestas, los animales –junto con los astros y las plantas– sirven como sintetizadores de las propiedades de muchos otros seres, pues poseen una gran potencialidad simbólica. Por ello los animales, los astros y las plantas no sólo sirven como ordenadores de los demás seres, sino que sus propiedades, tanto las reales como las que les son atribuidas, explican las leyes aplicables a la naturaleza y a la sociedad en cosmovisiones que equiparan el orden social con el orden natural.

Es pertinente, sin embargo, hacer una división de los personajes zoomorfos de los mitos. Tienen, al menos, dos funciones en los relatos de formación de las criaturas. Por un lado está el papel que señalan los antropólogos citados: el de símbolos poderosos; por otro, los personajes animales son en muchos mitos los generadores de sus propias especies. No es extraño que el ser divino que dio origen a las codornices sea presentado en el relato como “hombre-codorniz”, y que el que entregó su ser para formar a las hormigas arrieras sea llamado “hombre-hormiga arriera”. El llamarlos “hombres” permite descubrir su carácter personalizado: son seres pensantes y hablantes.

Por lo regular los personajes zoomorfos que dan origen a su especie animal poseen en el mito casi todos los atributos que tendrán sus criaturas. Es frecuente que en el momento final de la aventura adquieran la última de las características distintivas, algo así como la última pincelada que el pintor da a un cuadro. El conejo, por ejemplo, poseía hermosos cuernos en forma de ramas; pero se los prestó al ciervo, el cual, con engaños, se quedó con ellos hasta el momento final de la creación. Como consecuencia los conejos no poseen cuernos, mientras que los ciervos tienen la cabeza adornada.

Los animales como símbolos poderosos

Cuando el creyente busca en el mundo las explicaciones que le permitan operar eficazmente, ordena la diversidad global en casilleros de afinidades. Sus criterios de clasificación son innumerables: por un lado las cosas luminosas, por otro las esféricas, y por otro más las ligeras; aquí los seres en que se percibe envidia, allá los medrosos, y más allá los humildes; lo que crece se separa de lo estático, lo frío de lo caliente, lo mayor de lo menor, lo masculino de lo femenino. Las cualidades son atribuidas a las esencias adquiridas por los seres mundanos en el tiempo de la creación, y su explicación se percibe en la aventura mítica. ¿A quién convertir en personaje? A quien muestre en su ser, en forma más patente, las cualidades clasificatorias.

Obviamente, no todos los símbolos animales tienen el mismo poder. La tuza intervendrá en los mitos royendo raíces y bejucos; el pájaro carpintero será el que rompa los cuerpos más duros para liberar los tesoros ocultos; la hormiga será la cargadora de las riquezas, pero no mucho más. En cambio, el jaguar representará la oscuridad y la noche, el agua y la lluvia, lo terrible, fuerte y feroz, el frío, lo primigenio e inculto, etc. Es un símbolo poderoso, como lo son la serpiente, el zopilote, el conejo, el águila, el mono, el colibrí, el cocodrilo, el perro… y el tlacuache.

Entre los múltiples mitos de los que es protagonista el tlacuache destaca, sin duda, el del robo del fuego, y abundan las versiones de sus heroicas aventuras. Sintetizando algunas de dichas versiones, puede narrarse que se comisionó sucesivamente a varios animales para que trajeran a la superficie de la tierra el primer fuego. Los comisionados fracasaron, y hubo que recurrir al tlacuache. El pequeño marsupial se trasladó al más allá, hasta el sitio en que un poderoso personaje, el dueño del fuego, disfrutaba de un beneficio que no compartía con los seres del mundo. El tlacuache se acercó con engaños a la fogata, tomó subrepticiamente una brasa, y huyó con el producto de su robo. El dueño del fuego lo persiguió durante buena parte del camino; pero el héroe pudo llegar victorioso a la superficie de la tierra y entregó el fuego a los mortales. En algunas versiones la llegada fue tan accidentada que el tlacuache murió o quedó partido en pedazos; pero tuvo poder para resucitar o para recomponerse. En otras, el fuego fue en su origen un elemento tan terrible que hubo que reducirlo con la leche de la Madre Tierra. En las versiones en que el animalito porta el fuego con la cola, ésta le queda para siempre pelada y chamuscada; en las que se dice que lo ocultó en el vientre, se le formó como consecuencia el marsupio en que carga a sus crías.

Muchas más fueron sus proezas: robó el pulque y el tabaco, inventó el nombre de los días, determinó que el gran río tuviera curvas, gobernó a los demás animales antes de la creación… en fin, que el tlacuache es uno de los personajes más activos y polifacéticos del tiempo primigenio.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembro del Comité Científico-Editorial de esta revista.

 

López Austin, Alfredo, “Los animales como personajes del mito”, Arqueología Mexicana, núm. 35, pp. 48-55.

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